Barrio Monasterio, «el triángulo de las Bermudas» platense

En la ciudad de La Plata residen algunas rarezas que, poco conocidas u ocultas en su estructurada y diagramada sucesión de calles, pueden ser muy interesantes incluso para sus propios (y a veces distraídos) vecinos. Es que apartándose del cuadrado del casco urbano, existen rincones en donde los deliverys se terminan volviendo con la pizza fría o los remiseros se cansan de dar vueltas sin encontrar al pasajero que lo espera en la puerta de su casa. Incluso, los vecinos más nóveles, cuando salen en sus bicicletas, buscan ir dejando miguitas de pan para encontrar el camino de vuelta. El intrincado y llamativo Barrio Monasterio es único e invita a ser turista por unas horas en la ciudad de todos los días.

La idea de habitar en un laberinto, inspiró a escritores argentinos tan disímiles como lo son Borges y Dolina. Jorge Luis Borges, lo hizo por ejemplo en su  “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”. En tanto, el Negro Alejandro Dolina, más comprometido con el relato barrial y mundano, se ocupó de esa idea en “Crónicas del Angel Gris”, en donde inicia uno de sus relatos asegurando que “Existe en el barrio de Parque Chas una manzana acotada por las calles Berna, Marsella, La Haya y Ginebra. No es posible dar la vuelta a esa manzana. Si alguien lo intenta, aparece en cualquier otro lugar del barrio, por más que haya observado el método riguroso de girar siempre a la izquierda o siempre a la derecha.”

Para algunos platenses alcanza con meterse en Barrio Monasterio para quedar atrapado en esta suerte de “Triángulo de las Bermudas”. Otros en cambio juegan a vagar sin rumbo y perderse un par de minutos en esta telaraña urbana luego de haber practicado el escapismo recorriendo las callejuelas de Barrio Jardín, otro de los sitios complicados para orientarse de la populosa Villa Elvira.

No hay calles circulares, no hay aristas sin ochavas, tampoco agujeros negros. Pero para quienes habitamos la ciudad de las diagonales y confiamos que después de calle 1 le sigue la 2, o que la esquina de 7 y 56 está a escasos 220 metros de la de 7 y 54, es un complicado rompecabezas buscar el Monoblock ubicado en calle 80 entre calle 12 y calle 78 F, o circular por calle 12 bis sin la idea de que por arte de magia la misma pasará a llamarse calle 13 a partir de 85.

– “Sos del barrio”-, preguntó un automovilista con cara de fastidioso al pararse ante un hombre que bajaba de su vehículo en calle 80 entre 10 y 11C.

-“Nooo”-, fue la contundente respuesta del consultado.

-“Estoy buscando la Manzana C entre 10 y Diagonal 11C”-, insistió el inquisidor, cansado de consultar a otros y buscando una respuesta amigable.

-“Y… vas a tener que buscarla en el GPS”-, le retrucó el vecino que demostró estar tan perdido como él.

-“Gracias… estoy dando vueltas hace media hora por este maldito aparato”-, culminó ya malhumorado el automovilista.

Este relato no es parte de las Crónicas del Angel Gris de Dolina, sino la situación diaria que viven muchos visitantes del Barrio Monasterio.

Alejandro Dolina concluye su “Historia de la Manzana Misteriosa del Parque Chas” destacando:  “…se descubrió que muchos vecinos son incapaces de indicar en qué calle viven. Asimismo existen casas que no dan a ninguna calle. Sus habitantes se alimentan de sus propios cultivos o de lo que generosamente les pasan por sobre las medianeras. Los taxistas afirman que ningún camino conduce a la esquina de Ávalos y Cádiz y que por lo tanto es imposible llegar a ese lugar. En realidad, conviene no acercarse nunca a Parque Chas”.

La realidad es que no se puede ser tan contundente en el caso del Barrio Monasterio, pero es verdad que las boletas de luz y gas casi nunca llegan a destino, las empanadas se enfrían en las motos sin encontrar a sus comensales y los taxistas lo piensan dos veces antes de perderse en sus callejuelas.

“La verdad que es todo un tema ir a buscar a un pasajero a Barrio Monasterio”, comenta el chofer del disco 359. “No solo porque es difícil encontrar las casas por sus números, sino porque muchas veces, cuando encontraste la calle, tenés que dar marcha atrás y meterte en otro laberinto porque hay un vehículo detenido sin conductor y es imposible seguir camino”.

Lo que lo hace intrincado y particular al Barrio Monasterio, es justamente su diseño a partir de distintas planificaciones. Las mismas llevaron a que estén los espacios de las torres (Monoblocks) con sus espacios verdes y avenidas anchas, y la de los chalets, con sus callejuelas angostas pero de anchas veredas, al punto tal que en ellas es en donde estacionan los vehículos sus moradores.

Hay que remitirse a su historia, para empezar a entender parte de su embrujo. En primer lugar es de destacar que su nombre los lleva en homenaje a uno de los integrantes de la familia que antes de la década del 70 era dueña de las tierras en las que se enclava: el Dr. Francisco Monasterio.

En el año 1970 la empresa estatal COVIARA adquirió a la familia Monasterio las tierras detrás de la Unidad Penitenciaria Nº 9, con la intención de hacer un barrio para integrantes de la marina. La idea fue contar con el apoyo del Banco Hipotecario Nacional para construir 992 viviendas a lo largo de distintas etapas en un plazo de algo más de cuatro años. De ese total, 540 viviendas correspondían a trabajadores de Astilleros y el resto a personal militar y civil del Liceo Naval, Hospital Naval, BIM Nº 3, Escuela Naval, SADOS La Plata, Prefectura Naval y Base Aeronaval de Punta Indio.

Pero los tiempos en Argentina suelen estirarse como chicle para estas cuestiones, por lo que si bien el 3 de octubre de 1975 se llevó a cabo el acto inaugural de las obras del nuevo barrio, las primeras casas recién se entregaron en 1979 a familias relacionadas con la armada, y se completó el total de las obras proyectadas en el año 1986.

El Barrio Monasterio es en sí un rectángulo que tiene como límite Este la calle 10, la Unidad 9 del Servicio Penitenciario al Norte, Altos de San Lorenzo al Oeste y la calle 85 al Sur. Y más allá de su idiosincrasia particular, es un barrio que tiene un montón de anécdotas de vecinos que perdieron mucho más que la paciencia transitando por sus arterias.

Es que como está emplazado sobre un arroyito perteneciente a la cuenca del Maldonado, la caída de lluvias no muy fuertes hacía que todo el barrio se inundara y cuantiosas fueran las pérdidas para sus vecinos. De tal magnitud fue el problema que el barrio se hizo famoso porque se debieron construir dos veces la red cloacal y de desagües, porque ciertamente los días de tormenta se transformaba en un verdadero Triángulo de las Bermudas.

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