¿Hasta dónde somos capaces de soportar?

Una sociedad capaz de convivir con un promedio de un femicidio por día, no tiene futuro. Y si lo tiene, es un futuro atroz

Guadalupe fue asesinada en Villa La Angostura, a plena luz del día y ante decenas de personas

Guadalupe tenía tan solo 21 años. Y una bebé de un año. Vivía en la pequeña ciudad neuquina de Villa La Angostura. El martes a la nochecita salió a pasear con su novio, llevando consigo su tremenda juventud; su simpatía; su alegría; todos sus sueños (a esa edad, estamos repletos de sueños); sus planes, para ella y su hija; sus infinitas ganas de vivir.

Y su miedo.

Miedo que insoportablemente, aunque no quisiera, se le escurría como el agua entre los dedos por las heridas abiertas que cargaba, cada día, junto a su hermosa juventud, su alegría, sus sueños y planes para ella y su beba, su indómito deseo de vivir, feliz y en paz.

Es que un auténtico monstruo, su ex pareja, la había amenazado de muerte. Y antes, la había golpeado, física y psicológicamente. De manual. Pero el manual no parece funcionar para las autoridades “competentes”. Sí para los femicidas: su ex la asesinó.

Después de forcejear con ella y golpearla, le clavó una certera puñalada en el pecho. Le atravesó el corazón. En pleno centro de La Angostura. Frente a decenas y decenas de personas. Tras correrla diez cuadras.

¿Podemos convivir con eso? ¿Con Guadalupe y con cada mujer que es asesinada por ser mujer cada día?

Hasta ahora, poder podemos. ¿Suena duro? Durísimo. Peor. Y duele mirarse en ese espejo que devuelve la imagen de una sociedad espantosa. Pero las cosas por su nombre: los hechos, hasta hoy, dicen que poder podemos.

Guadalupe había denunciado a ese monstruo tres veces (¡tres!). Sin embargo, ella no tenía botón antipánico y él no tenía tobillera. La única medida de “protección” vigente era una restricción de alejamiento. Medida inútil si las hay. Más aún para un asesino en potencia.

¿Y la ex pareja de Guadalupe lo era? Tres denuncias por violencia de género por parte de la joven; amenazas de muerte permanentes por parte del hombre mediante mensajes y llamadas telefónicas, hasta con el detalle de lo que le iba a hacer; la aparición en el barrio de Guadalupe, 48 horas antes del asesinato, de un maniquí colgado con la panza abierta y manchas rojas que simulaban sangre; la irrupción de él tras la tercera y última denuncia en su lugar de trabajo, la panadería Las Rosas, donde la agredió frente sus compañeros y los clientes; una foto que ella subió a facebook en septiembre del año pasado con la leyenda “nací para ser libre, no asesinada”.

¿Se necesitaba algo más para considerar que la ex pareja de Guadalupe era un asesino en potencia? ¿Para evaluar que existía un riesgo altísimo para la joven que ameritaba medidas de protección mucho más importantes que una inútil restricción de alejamiento? ¿Que era total y absolutamente imprescindible “otro grado de compromiso”, como subrayó el abogado de la familia de la víctima? ¿Quizás que la mate? La mató. En pleno centro, frente a decenas de personas, luego de correrla diez (¡diez!) cuadras con un cuchillo en la mano sin que nadie lo intercepte, forcejeó con ella y le atravesó el corazón.

Es una imagen que remite a una lapidación pública. Y no hay que irse hasta la Edad Media. Peor. Hay que remontarse mucho más lejos. Hasta antes de Cristo: a Guadalupe la lapidaron como hace más de 2.000 años. Pero en pleno siglo XXI.

¿Podemos convivir con eso? ¿Y con cada mujer que es asesinada por ser mujer cada día? Los hechos, hasta hoy, dicen que poder, podemos. Porque en pocas horas se estará hablando de otra cosa.

Una de las movilizaciones para pedir justicia (Nuestra Santa Fe)

Sueños destrozados

Uno la imagina con sueños. Muchos. Guadalupe vivía con Lucía, una amiga, en una pequeña casa en la periferia del pueblo. Se juntaron porque la crisis pegó duro y se ayudaban mutuamente. Lucía también tenía un hijo y cuidaba de la beba de Guadalupe mientras ella estaba en el trabajo, contó la periodista Mariana Carbajal.

Y también describió que Lucía es la hermana de Valeria Navarro, ex concejal del Frente para la Victoria en La Angostura, quien le comentó que en 2019 distintas organizaciones de mujeres presentaron en el Concejo Deliberante un proyecto de creación de una comisaría de la Mujer, avalado por unas 2.500 firmas (la villa tiene 15 mil habitantes). No obstante, la iniciativa “fue rechazada por unanimidad. Todas las fuerzas políticas le dieron la espalda. Hasta los concejales del Frente de Todos votaron en contra”, le dijo Valeria a Mariana, desencantada.

Uno la imagina a Guadalupe con planes. Para ella y su pequeña hija. Quizás quería estudiar. O crecer en su trabajo. O tener su propio emprendimiento. Quizás una familia llena de amor. Donde ella y su beba crecieran felices y en paz. Quizás… El martes, un monstruo la “lapidó” públicamente. Y con esa certera puñalada acabó con todos sus sueños.

¿Se pudo evitar? Sí.

Con otro grado de compromiso de las autoridades. De las actuales, las que fueron y las que vendrán.

Uno la imagina llegando del trabajo. Abrazando a su hijita. Apretándola contra su pecho. Uno imagina que ella imaginó que, quizás, ante tanta denuncia y tanta evidencia, las protegerían.

A ambas. Porque su beba es hoy una nueva hija del femicidio. A tal punto ha llegado este flagelo al que nadie le pone un mínimo freno, que la profesora titular de la Cátedra de Pediatría B de la facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata, una de las dos unidades académicas más importantes del país en esa disciplina, la doctora Marita Marini, ha incorporado como tema de estudio, desde 2017, la nueva y complejísima realidad de los chicos huérfanos a causa de los femicidios.

Entre 2017 y 2019, al menos 52 víctimas de femicidio directo y vinculado tenían medidas de protección que no evitaron su asesinato, de acuerdo a un informe inédito que difundieron este viernes las oficinas de la Mujer y de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia. Es sólo un dato de un amplio estudio que se realiza por primera vez a nivel país, indicó la agencia Télam.

Treinta y tres de las 52 sólo estaban “protegidas” por una restricción/prohibición de acercamiento; siete, por la misma medida más “exclusión del hogar”; apenas cinco contaban con botón antipánico, y de las siete restantes no hay información sobre medidas de protección. Un panorama desolador.

 ¿Cuándo diremos basta?

¿Por qué nos juntamos y protestamos a viva voz cuando alguien es víctima de un delito en ocasión de robo (que está muy bien hacerlo) y no nos juntamos todos y todas de una vez para exigir a las autoridades que tomen medidas muy concretas ya, porque, en promedio, una mujer es asesinada por día por ser mujer? Empezando, por ejemplo, por “declarar la emergencia nacional por violencia contra las mujeres y disidencias por razones de género, y que se otorguen presupuestos extraordinarios, adecuados, para las áreas involucradas”, como dice el primer punto de una carta-petitorio que distintas organizaciones presentaron al presidente de la Nación hace menos de 10 días.

¿Por qué? ¿Hasta dónde somos capaces de soportar?

Parafraseando al sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga, podemos afirmar que “una sociedad capaz de convivir con un promedio de un femicidio por día, no tiene futuro. Y si lo tiene, es un futuro atroz.

Foto Facebook de Guadalupe (La Nación)
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