A los Braian de Berisso

A un año de la muerte de Braian Toledo

Braian Romero

Cuando nuestros padres y abuelos llegaron al país, sólo traían sus recuerdos guardados en esas viejas valijas de un duro cartón o de cuero rojizo con cerradura y broches de metal. Ellos se instalaron en Berisso compartiendo la pobreza. Una pobreza digna.

Nos criaron con mucho amor, y algunos de esos jóvenes que fuimos se destacaron en el deporte, un deporte sano que nos apartaba de las malas compañías. Los campitos (como los llamábamos) nos servían para practicar deportes: Vértigo, Zona Nacional, la 14, el Hogar Social, el Saladero y tantos otros espacios utilizados en aquellos años.

Braian Toledo tenía 26 años y soñaba con clasificar a Tokio 2020. Fue el mejor en su especialidad: lanzador de jabalina. Era un atleta de alto rendimiento. Cosechó 20 medallas de oro, 2 de plata y 3 de bronce. Nació el 8 de setiembre de 1993. Ayer se cumplió el primer aniversario de su fallecimiento. Un lomo de burro y el impacto con su moto fue fatal.

Nació en un barrio humilde y se colgó medallas de oro. Se detenía en las esquinas y bajaba de su moto para darle dinero a familias en situación de calle. No era de Berisso, pero pudo haber sido. Era un pibe alto, de casi 1,90. Y con una infancia muy pobre, como la vivida por muchos atletas de Berisso.

Quiero homenajear a Braian y a todos los Braian que conocimos en Berisso y recordarlo con sus palabras.

“Cuando tenía 8 años, me levanté a la madrugada y escuché ruidos. Espié y estaba mi mamá llorando. Le pregunté qué le pasaba y no me decía. Le insistí hasta que me dijo ‘lloro porque no sé qué les voy a dar de comer mañana, a vos y a tu hermana’. No teníamos nada. Pero nada, nada, nada. La abracé y le dije ‘no te preocupés, estamos todos bien, estamos juntos, yo te voy a ayudar’.

“En ese momento me cargué la mochila de mi casa. Sentí que mi obligación era sacar adelante a mi familia. A mi me gusta dibujar, entonces les completaba las carpetas de dibujo a mis compañeros de escuela. Ellos me pagaban 25 centavos. Me pasaba toda la noche haciendo dibujos, y con eso compraba un kilo de pan. No era mucho, pero al menos llegaba de la escuela con algo. Un día mi mamá me retó, porque yo tenía que ir a dormir. Entonces esperaba a que se durmiera, me levantaba a la madrugada y recién ahí empezaba. Algo tenía que hacer para que comiéramos. Son cosas que no están bien, pero algunas veces pasé por una quinta que había cerca y agarré un choclo o un repollo, y comíamos eso.

“La empecé a acompañar al trueque. Ella hacía tarta de acelga y la cambiábamos por leche o por harina. Mi mamá cocinaba un guiso mundial con dos cosas, con lo que tuviera. La ayudaba a lavar la ropa, porque no teníamos agua, no había caños. Teníamos que caminar dos cuadras hasta un lugar donde había una canilla. Yo llenaba tachos de 20 litros, los llevaba y ella lavaba a mano, incluso en los días de mucho frío. Yo lavaba los platos. También vendía cobre y aluminio con Pancho. Mis primos Pancho, Iván, Marisel y Romina fueron como hermanos para mí.

Braian y su novia

“Un día, cuando nació Ignacio, estábamos solos, porque los grandes se habían ido a trabajar. Mi hermanito lloraba y lloraba del hambre que tenía. Entonces agarramos el cobre que habíamos juntado, que era poco, y le pusimos arandelas en el medio, para que nos dieran un poco más de plata. Pero una quedó floja. El tipo se dio cuenta, se enojó, nos echó y ni siquiera nos devolvió el aluminio. Hasta eso pasábamos para conseguir un poco de leche.

“Todas las noches, cuando dormía en el piso, me preguntaba si quería dormir así toda mi vida. Y no, no quería. Pero cuál era el camino, tampoco lo sabía. Yo tenía 9 años y lo pensaba en serio, me mataba pensando. Por eso, cuando un nene de 9 años me habla, yo lo escucho en serio, de verdad. Cuando te habla un nene, es tan en serio como cuando te habla un adulto”, relató Braian Toledo, oro olímpico argentino, a la revista El Gráfico.

(*) Daniel Ridner es escritor aficionado. Nació y creció en la emblemática calle Nueva York de la ciudad de Berisso, donde se levantaban los grandes frigoríficos Swift y Armour. Hasta hoy se reúne con amigos de la infancia, del barrio, y de tanto en tanto vuelven a recorrer lo que, lamentablemente, queda del lugar por negligencia de las autoridades

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