Prolongar y honrar la vida

Daniel Ridner

Siempre le tuve miedo a las vacunas. Recuerdo cuando nos las aplicaban en la escuela primaria, en el Dispensario Tetamanti y en el Hospital de Berisso.

Algunas de ellas eran la antivariólica, antidiftérica, polio, triple viral para prevenir el sarampión, la varicela y las paperas.

También la triple bacteriana para prevenir la difteria, el tétanos y la tos convulsa.

Hepatitis A, meningococo C,  papiloma humano sólo a las niñas,  y difteria y tétanos a los mayores.

Ahora existe una nueva vacuna para protegernos de la Covid-19, cuando  un año atrás nadie pensaba en este virus.

Hace pocos días recibí la primera dosis de la vacuna Cobishiel de AstraZeneca, que es la fusión del laboratorio sueco Astra AB y la farmacéutica británica Zeneca Group, creada en 1999. Y mientras me vacunaban lloré. Sí señor. Lloré, pero no de dolor, lloré de emoción por prolongar mi vida.

Me comentaron algunas personas que toman dióxido de cloro, cuando los organismos sanitarios internacionales, como la Organización Panamericana de la Salud (OPS), advierten contra el uso de estos productos como tratamiento para el Coronavirus.

Otros no admiten que les apliquen las vacunas que provienen de la India o de Rusia.  Nunca pregunté la procedencia de las vacunas que me fueron suministradas en mi extensa vida.

Tengo la esperanza de seguir viviendo, de evitar este virus, y de proteger a mi familia y a mis amigos. Salvo casos de enfermedades preexistentes, es necesario que nos vacunemos. Si reciben la citación, por favor concurran a vacunarse. No importa nuestra edad.

Las vacunas salvan vidas.

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