Ciencia + industria, o caerse del mapa

Una pyme textil con casi 30 años de vida en el Conurbano bonaerense estuvo entre la espada y la pared por la crisis económica de los últimos años y la pandemia de coronavirus. Sus dueños se acercaron a los científicos. ¿El resultado? Triplicaron los puestos de trabajo, levantaron una segunda planta y están a un paso de exportar. Decisión, toma de riesgo e innovación detrás del llamado “barbijo del Conicet”. Habla el responsable del proyecto

La empresa Kovi dona telas a las universidades de San Martín (foto), de Buenos Aires y al Conicet para realizar barbijos destinados a su personal de riesgo

“Sin ciencia no hay país; sin industria no hay país”.

La definición, casi una sentencia, corre por cuenta de alquien que sabe del tema: Alan Gontmaher (45), el responsable del proyecto ATOM PROTECT N95 PLUS, popularmente conocido como el barbijo del Conicet. Y es que el Atom -que mata al virus en 5 minutos y elimina bacterias y hongos- es la conjunción perfecta entre industria y ciencia nacionales, creación de trabajo argentino y de agregado de valor a un bien durante su proceso productivo.

A partir de Kovi SRL, la pyme textil que ideó hace 27 años, Alan innovó, invirtió y arriesgó (el abecé de un empresario, según definió en diálogo con 90lineas.com). Y de tener un horizonte de altísima incertidumbre, denominador común para empresarios, comerciantes y trabajadores a causa de la pandemia, pasó a triplicar el personal (de 40 a 120 trabajadores y trabajadoras), a producir cerca de dos millones de piezas en menos de un año, a abrir otra planta, a comprar maquinaria y a recibir numerosos pedidos de países europeos y americanos que han puesto a la pyme matancera a un paso de convertirse en exportadora.

En rigor, hay que hablar en tercera persona del plural, pues si bien Alan es el responsable del proyecto Atom, Kovi “es una pyme manejada por una mujer” nacida en Comodoro Rivadavia, subrayó Gontmaher, en referencia a Angeles Espeche (49), la socia gerenta de la firma.

Angeles contó que venían muy golpeados, que los últimos años fueron “durísimos” para todas las pymes por las políticas de libre importación. Y Kovi trabajaba, como la inmensa mayoría de las pequeñas y medianas empresas, para el mercado interno. En su caso, fabricando cortinas, batas y toallas que tenían a los hoteles como sus principales clientes.

Entonces llegó la pandemia, la cuarentena obligada y la inactividad total del sector turístico a partir de fines de marzo. “Ibamos a salir adelante como fuese, porque además teníamos 40 familias a cargo”, expresó la gerenta de la firma, haciendo referencia a los 40 trabajadores y trabajadoras con que contaban entonces.

Innovar es la cuestión

Alan contó a este diario que, antes de la pandemia, ya venían trabajando en telas anti-bacterias con el objetivo de confeccionar “toallas y toallones que no tuviesen ese característico olor a humedad que despiden”.

Con la pandemia a sus anchas, un técnico de la pyme les tendió un puente con la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Nuestro primer contacto fue Silvia Goyanes, quien nos abrió la puerta del Conicet y de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), donde conocimos a Griselda Polla, Ana María Llois y Roberto Candal, los científicos que empezaron el desarrollo (del barbijo), junto con cinco becarios que se encargaron el trabajo de campo”, relató Alan.

“Se trabajó sobre la tecnología que ya estaba desarrollada. No se podía experimentar. Había que hacer todo para ayer” a raíz de la grave situación epidemiológica que atravesaba el país y el mundo, indicó, para realzar que en un mes y medio, en “tiempo récord”, estaba lista la fórmula a utilizar.

“En el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) se realizaron los ensayos que determinaron la efectividad de las telas para eliminar hongos y bacterias, en tanto que en el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) se hizo lo propio con el virus: allí se comprobó que el mismo muere en 5 minutos y que la eficacia del producto en ese sentido es del 99,9 por ciento”, detalló, para añadir que el barbijo soporta hasta 15 lavados.  

Esos 5 minutos son claves, teniendo en cuenta que el contagio se produce cuando una persona está expuesta al SARS-CoV-2 durante un cuarto de hora.

“Los barbijos hechos con telas sin tratamiento, si no son descartables, están prohibidos en Alemania, Francia, Gran Bretaña y los países nórdicos, entre otros de Europa”, comentó el responsable del proyecto Atom Protect. “Por ejemplo, si los hongos y bacterias no son eliminados, al respirar con el barbijo puesto se reinsertan en el organismo”, como en una suerte de vicioso círculo infeccioso.

Consultado sobre la demanda, aclaró que aún no están exportando aunque tienen pedidos de Europa (España, Finlandia y otros países), de los Estados Unidos y de naciones de América Latina. “Aunque el objetivo número uno es abastecer el mercado interno. ¿Con qué cantidades? Imposible saberlo. De esto no hay antecedentes, no hay experiencia, no hay estadísticas. Todos vamos escribiendo la historia a medida que sucede. Ahora veremos cómo se da la segunda ola”, dijo.

Ser empresario

No fue magia. Sino un proceso. En tiempo récord por las circunstancias, es cierto, pero un proceso al fin, que demandó tomar decisiones y muchos riesgos.

“Ser empresario es un gran riesgo, es muy difícil, más en un país con condiciones económicas tan inestables. Hay que arriesgar y no siempre los proyectos son exitosos. Quizás, de cada diez iniciativas prosperan cuatro o cinco, pero esto es así”, definió Alan, para reflexionar: “a quienes (pese a esas condiciones) innovan, invierten, producen y dan trabajo, bien podríamos llamarlos héroes”.

Y aquel proceso la tuvo a Norma, la contadora de la firma, sentada frente a Angeles, la gerenta, diciéndole que los números estaban en rojo y sugiriéndole confeccionar barbijos. Luego Angeles se lo tansmitió a Alan. Dudas. Preguntas. Y finalmente la decisión de dar el paso, que terminó significando una “crisis de crecimiento”.

Alan Gontmaher, responsable del proyecto Atom Protect, en la planta de la pyme Kovi SRL situada en Lomas del Mirador, La Matanza

Ciencia más industria (o quedarse en el pasado)

Kovi SRL empezó a ver la luz hace 27 años cuando Alan, con apenas 18 años, decidió dar un paso distinto al del resto de su familia. “Vengo de una familia que siempre se dedicó al comercio textil. Yo seguí en el rubro, pero me volqué a la producción industrial”, contó.

La planta original, ubicada en Lomas del Mirador, en La Matanza, es la que quedó a cargo de los barbijos. La nueva, que abrieron en Bella Vista, en San Miguel, conservó la producción tradicional de toallas, toallones, batas y cortinas.

Mediante préstamos del Banco Nación levantaron la nueva fábrica y compraron las maquinarias. Una inversión en torno a los 80 millones de pesos, en plena pandemia.

“Sin ciencia no hay país; sin industria no hay país”, sentenció Alan Gontmaher. “Sin ciencia e innovación no existe futuro posible. El mundo actual es muy complejo, competitivo. Si no subimos a esa ola quedaremos relegados en el tiempo, produciendo como se hacía hace 40 años. Las pymes y la ciencia tienen que ir de la mano. Y la empresa dejarse ayudar, porque del cielo no vendrá nada”, puntualizó.

Para finalizar, vale recordar lo que dijeron desde el Conicet: “los barbijos confeccionados con estas telas previenen la acumulación de virus, bacterias u hongos generados por la exhalación respiratoria del usuario o usuaria y la recibida desde el exterior. Logran, además, inactivar virus de la superficie del barbijo y disminuir la carga viral enviada o recibida al o del medioambiente”.

“Consideramos que estamos respondiendo a los desafíos planteados por esta pandemia haciéndonos eco de los nuevos requerimientos internacionales en lo que respecta a los elementos de protección personal”, expresó el grupo desarrollador, compuesto por Silvia Goyanes, Roberto Candal, Griselda Polla y Ana María Llois (Conicet-UBA-UNSAM).

Alan Gontmaher y Angeles Espeche, responsable del proyecto del barbijo y socia gerenta de la pyme Kovi SRL, respectivamente

 

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