Cuando en 1991 «recrudeció el conflicto de Malvinas»

La experiencia de los colimbas que creímos que íbamos a la guerra

En tres camiones Unimog se realizó el simulacro

La noche de ese 18 de julio de 1991 era lluviosa y oscura en Arana. La calma se había adueñado del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada «Coronel Conde». En la cuadra de la Compañía «B», sí de la gloriosa Compañia «B» que dejó la vida en la histórica batalla del 11 de junio de 1982 en Monte Longdon, los colimbas descansábamos después de un día de intenso «baile» y todo tipo de ejercicios militares, estábamos agotados. Corría el día número 20 de instrucción castrense y de incomunicación total con el exterior, no teníamos acceso a las noticias por ningún canal, el contacto con la realidad que se vivía afuera del regimiento era nulo.

La voz del Teniente Fellhaimer tronó fortísimo a las 2 de la madrugada ya del 19 de julio: «¡Compañía arribaaaaaa!«, «¡todos al pie de la cama!», mientras afuera se sentían los motores de los tres Unimog que nos esperaban, a lo que siguió inmediatamente una explicación sin anestesia a tan abrupto corte del descanso: «Lamentamos informarles que ha recrudecido el conflicto de Malvinas, en no más de cinco minutos deben estar prestos con todo el equipo, fusil Fal en mano y serán acomodados en los camiones que los llevarán hacia el aeropuerto». No hubo más palabras que esas.

Perplejos los soldados comenzamos a mirarnos los unos a los otros, incrédulos, enseguida comencé a pensar si antes de haber ingresado a cumplir con mi año obligatorio de colimba había leído algo en algún medio que me haya dado algún indicio de que algo así tan ilógico pudiera suceder, al mismo tiempo también pensé que en este país puede pasar cualquier cosa y veía muy difícil la posibilidad de que nos mintieran en algo tan delicado, y entonces como todos los demás entré en pánico.

«Ale, vos sos de La Plata, cuando estemos en el camión y reconozcas alguna calle que nos permita una salida segura de escape, nos tiramos del Unimog y corremos, yo a Malvinas no voy», me dijo el soldado oriundo de Lanús y hoy gran amigo Marcelo Mascherpa. Lo miré y le dije tranquilo, esto no puede ser verdad, aunque no estaba tan convencido de que los militares del 7 nos estuvieran mintiendo, no se pueden joder con algo así, pensaba.

Al grito pelado de «apúrense soldados», nos acomodamos como pudimos y una vez todos arriba, los tres Unimog emprendieron el viaje. Las caras de mis compañeros que había arriba del camión que me tocó no me las voy a olvidar jamás, el miedo mezclado con el frio de esa madrugada invernal dibujaron rostros de pibes de 18 años que estaban pensando más en su primer franco como conscriptos que en tener que ir a pelear una guerra.

Los Unimog enfilaron por la 137, bordearon el Cementerio por 72 y luego tomaron la Circunvalación (131) hacia el lado de la avenida 25. Pensé en Mascherpa y su ingenua propuesta de escapar, la zona del ex CEF N° 2 de 25 y 32 (donde ahora está el Estadio Maradona) me parecía ideal para dar el salto y salir hacia el lado del barrio «La Favela», pero cuando apenas nos faltaban unas cuadras para llegar a ese punto, todos los camiones frenaron abruptamente.

«Soldados, felicitaciones, han cumplido con creces con el simulacro de preparación para salir a una guerra, ¡felicitaciones!», dijo el sargento ayudante en la caja de nuestro camión y los rostros fueron de alivio, de un hermoso y reconfortante alivio.

Un fuerte escalofrío me entró cuando pensé en esos soldados héroes, esos chicos de la guerra que no tuvieron la misma noticia que nosotros y que de repente se encontraron peleando de manera desigual contra los ingleses. Pibes de 18 años muchos de los cuales dejaron su vida en las Islas. Pues en el R7 de Arana, todavía están los carteles en las calles internas con los nombres de cada uno de los caídos en el combate de Monte Longdon.

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