«Lula presidente»

El encuentro público entre el ex líder sindical y el ex presidente centrista Fernando Henrique Cardoso, siempre grandes enemigos; el avance de la comisión que investiga la gestión de la pandemia por parte de Bolsonaro; el descalabro social y económico que vive el país cuando está a punto de sumar medio millón de muertes por Covid-19 y atraviesa una epidemia de hambre, le dan a Lula una ventaja de más de 20 puntos sobre el ultraderechista con vistas a la elección de 2022. Significaría un golpe político gigante para toda América Latina

Fernando Henrique Cardoso y Lula luego de cenar en San Pablo, días atrás (MercoPress)

Hasta hace nada, el ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), estaba preso sin pruebas. Sólo la “profunda convicción” del entonces juez Sergio Moro, luego ministro de Justicia del neofascista Jair Messias Bolsonaro, condenó al otrora líder metalúrgico a una celda.

Corrían los tiempos previos a la elección presidencial de 2018 y el hombre que durante su mandato sacó a más de 40 millones de brasileños de la pobreza, encabezó la unión sudamericana y colocó al gigante de habla portuguesa en el primer plano mundial, llevaba una diferencia de 40% a 20% en intención de voto frente al ex capitán del Ejército que, en 1999, había dicho públicamente que la dictadura en su nación debería haber matado a 30.000 personas.

Hoy, luego de tres años que han destrozado a Brasil de la mano de la ultraderecha (Bolsonaro+paramilitares+muchos grandes empresarios), Lula encabeza ampliamente los sondeos de cara a los comicios de 2022. ¿Por qué diferencia sobre Bolsonaro? Casi 20 puntos en primera vuelta y 23 en un eventual balotaje. ¿Ironías del destino? No. Consecuencias del lawfare a la brasileña.

Pero eso quizás entre en el plano de la anécdota si se lo compara con tres hechos que esta semana estremecieron a la política brasileña.

El que más conmocionó a la sociedad toda fue el encuentro público que mantuvieron Lula y Fernando Henrique Cardoso, el sociólogo centrista que gobernó al país entre 1995 y 2002. ¿Por qué?

Cardoso y Lula fueron enemigos acérrimos. El primero venció dos veces en elecciones al sindicalista, quien entonces era un encarnizado opositor a lo que definía como políticas de derecha. El segundo llegó al punto de impugnar su voto en 2018, cuando se enfrentaron Bolsonaro y Fernando Haddad, candidato de un Lula preso en ese momento.

La cena que compartieron en San Pablo, las críticas coincidentes a Bolsonaro, la foto del saludo “pandémico” entre ambos, pero sobre todo las declaraciones de quien en 1994 frenó la hiperinflación con el denominado Plan Real, pusieron la política del gigante latinoamericano patas para arriba: “No sé si (Lula) es el futuro de Brasil, pero entre él y Bolsonaro, voto a Lula, sin dudas”.

Lula, tras ser liberado, junto a su compañera Rosangela da Silva (Reuters)

Otro elemento es que Lula (casi) se postuló para enfrentar a Bolsonaro en 2022. Cauto ante el brote de coronavirus que arrasa a Brasil (que se encamina al medio millón de muertes) y la crisis socioeconómica que generó la pandemia, dijo que “es demasiado pronto para lanzar una campaña presidencial”.

No obstante, comentó durante una entrevista con la revista francesa Paris-Match que “si (para las elecciones de octubre de 2022) soy el mejor colocado para ganar y estoy con buena salud, entonces sí, no lo dudaré”.

Incluso tuvo tiempo para bromear. “Cumpliré 77 para las elecciones del próximo año. Pensé que era viejo. Pero luego vi a (Joe) Biden ganar las elecciones a los 78 años y dije: ‘bueno, soy un niño comparado con él, así que tal vez esté bien’”, dijo en el marco de un reportaje con el diario británico The Guardian.

“Una vez que nuestro partido (el PT) tenga su candidato y estemos en modo campaña, quiero visitar todos los estados del Brasil, realizar debates, hablar con la gente, visitar las favelas, a los recicladores, a las personas LGBTiQ+ (…) Quiero hablar con la sociedad brasileña para poder decirles que es posible construir un nuevo país; es posible hacer feliz a este país nuevamente” (Lula, entrevista en The Guardian)

El tercer hecho, nada menor por cierto, es que la comisión que está investigando la gestión de Bolsonaro de la pandemia ya adelantó algunos elementos que ponen contra las cuerdas al neofascista y a gran parte de su gabinete.

La Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) viene realizando durísimos interrogatorios a distintos ministros y ex ministros, responsables sanitarios y fabricantes de vacunas, quienes bajo juramento deben responder sobre el supuesto rechazo oficial a la vacuna de Pfizer, la compra masiva de medicamentos sin eficacia contra el virus y la demora en llevar tubos de oxígeno a Manaos (Amazonia), donde decenas de personas murieron asfixiadas, entre muchas otras cuestiones.

Se sabe que al finalizar cada sesión, el vicepresidente de la CPI, el senador Randolfe Rodrigues, siempre pregunta a los interrogados: “¿Si Bolsonaro no hubiese negado la gravedad de la Covid-19 ni desdeñado las medidas de distanciamiento social, ¿cuántas vidas hubieran podido salvarse?”. Un ex ministro se descompensó al terminar el largo cuestionario.

Según una encuesta encargada por el prestigioso periódico paulista DataFolha, la intención de voto de Lula “se dispara”.

El inquisidor de Lula, Sergio Moro, no llega al 7%. El resto está por debajo de ese número.

Lula roza el 60% entre las clases populares, e inclusive triunfa por un punto (34% a 33%) entre los evangelistas, el colectivo que en 2018 terminó de inclinar la balanza para el ex militar.

El único sector donde Bolsonaro aventaja a Lula es entre los hombres sin patria, los grandes empresarios: 49% para el neofascista y 26% para el dos veces ex presidente. Es que el plan ultraliberal del ministro Pablo Guedes está condenando al país pero favoreciendo a los poseedores de las mayores fortunas.

Por último, quizás no haga falta aclarar que Lula saca una gigantesca ventaja entre las mujeres.

Salir de la versión móvil