Susana, bienvenida a Argenzuela

Por Adriana Esposto (revista y editorial Sudestada).- 

La mina se hartó de ningunear este suelo después de llenarse los bolsillos durante décadas gracias a un público que la convirtió en ícono. La mina se dio el lujo de felicitar a quienes no blanquearon sus capitales. La mina se indignó a micrófono abierto por el impuesto a las riquezas que debía pagar por única vez en su longeva trayectoria de pseudo-diva. Entre tanta cabellera albina y tanta duda sobre dinosaurios vivos, a la mina le quedó espacio reducido para que términos como redistribución o justicia social se abrieran paso desde las neuronas hasta la conciencia. La mina denostó sus raíces hasta lo impensable. Las del pelo y las de sangre. La mina presumió de exiliarse antes de volver a lo que una caterva de perversos como ella denominó Argenzuela.

Y resulta que ahora, debido a la peste universal a la que la mina subestimó, necesita atención médica. Y allí tiene a un séquito de sus serviles gestionando su traslado. Y una vez más, el problema no es la mina. El problema es esa inmensa porción de sociedad a la que se le desdibuja la clase cuando la sintoniza a control remoto y supone que semejante tilinga les representa. El jodidísimo problema es que convivimos a diario con hijos, nietos y bisnietos de una generación que, gracias a estos inmorales con micrófono, nació y creció odiando a pobres y resignificando estigmas. De las patas en la fuente y el asado en el parquet hasta se embarazan por un plan o venden las notebooks para merca, sin escala.

Que setenta años no son nada. Históricamente, los eternos dueños del poder y su horda de fieles, dándose el lujo de mirar el mapa social desde arriba, sentenciar el asistencialismo, evaluar presente y futuro económico del suelo que tienen literal y metafóricamente bajo sus pies, perpetuar la estratificación obligada y marcar a fuego a quien le toque según sus pirámides infames. Todo desde un primerísimo plano desbordado de maquillaje y bótox.

El problema, el maldito problema, son todas las Susanas de la vida, que, levantando las banderas de la democracia y el republicanismo, viajan al lado nuestro en el bondi o esperan su turno en la caja del súper, mientras hacen la digestión de la basura que consumen como verdad revelada. Y cuando el mundo se les viene encima hay que hacerles lugar para contenerles en el mismísimo suelo al que defenestraron.

Bienvenida a Argenzuela, Susana. Contás con la fortuna de que los médicos de este país son nuestro mejor milagro. Y tienen la bendita costumbre de salvar vidas. Incluso si se trata de lacras como vos.

 

Salir de la versión móvil