El día que Rambo luchó junto a los talibanes

Rambo

Corría el año 1988 y veía la luz la tercera parte de la saga de John Rambo, que originalmente estaba basado en Primera sangre de David Morrell. En ella el protagonista viajaba a Afganistán a luchar en la guerra afgano-soviética, aquella donde los insurgentes que hoy tomaron el poder eran apoyados militarmente por EE.UU, y eran representados en este film como defensores de la libertad contra el comunismo.

La saga protagonizada por Sylvester Stallone sólo puede pensarse en el contexto de la guerra fría, es una de las grandes razones por las cuales sus últimas entregas (ya en siglo XXI) quedaron en el status de mediocres. La cinta original de 1982 buscaba plantear una reinterpretación de la guerra de Vietnam, donde un antiguo Ranger, una fuerza antiguerrillera, era detenido en su propio país, y se comenzaban a mostrar sus demonios internos productos de sus recuerdos del conflicto.

Rambo es la representación de un país que fue a una guerra por sus intereses geopolíticos, que fue derrotado y que busca plantear que ellos no fueron victimarios sino víctimas. Ahora los comunistas eran malvados torturadores de soldados libertadores, entonces se puede decir que tras varios años de películas que criticaban Vietnam esta cinta buscaba reivindicar el conflicto y volver a apuntar contra la URSS.

Si bien a la larga no es más que una simple película, en este caso Rambo 3 permite tener una visión más amplia de la historia del país que hoy puebla la tapa de los diarios y los portales internacionales. Se habla de una tierra destruida por el fanatismo islámico, pero como suele pasar eso es una media verdad, ya que hay que ampliar un poco la lente. Estamos hablando de una patria con recursos naturales a la cual los imperios han querido conquistar desde hace siglos.

Cuando la Unión Soviética impuso un gobierno de ideología marxista en el país no tuvo en cuenta que aquel pueblo es profundamente religioso, y que tiene una estructura de sociedad tribal distinta a lo que podemos imaginar en occidente. Era claro que las tribus locales no se quedarían de brazos cruzados mientras sus costumbres eran pisoteadas, y es ahí cuando EE.UU comienza a armar y financiar a los grupos beligerantes de los cuales los Talibanes eran los más radicales y poderosos.

De este modo, caída la Unión Soviética los talibanes tomaron el poder en Afganistán y a nadie en el mundo le molestó hasta que el 11 de septiembre de 2001 el mayor atentado terrorista de la historia de EE.UU cambió las cosas para siempre. Un talibán llamado Osama Bin Laden, antiguo aliado gringo, había organizado el ataque. Así comenzaba para los afganos su segunda gran ocupación imperial en menos de medio siglo, y que duró hasta hace unos días.

Nadie niega que los métodos de los talibanes son salvajes, y es entendible la preocupación por su retorno al poder. Cabe decir que la línea religiosa a la que pertenecen, llamada Wahabismo, es la misma que sigue la monarquía de Arabia Saudita, a cual por su alianza a occidente, y por ser el principal comprador de armas de EE.UU, se le pasan por alto las violaciones a los Derechos humanos, y que las mujeres tengan prohibido hasta manejar autos.

De esa forma, tras 20 años de ocupación llegaron a 2021 con un gobierno títere y con la promesa de Estados Unidos de retirar las tropas, ya que pensaban que tras dos décadas de adiestrar a las fuerzas afganas los talibanes solo serían un mal recuerdo. Nada más lejos, se calculaba que el talibán tardaría un año y medio en estar en condiciones de tomar la capital, tardaron menos de un mes.

El mundo en el cual Rambo luchaba contra el comunismo ya no existe. Hoy en día hacer invasiones es un precio demasiado alto para cualquier gobierno que esté en la Casa Blanca tanto en el costo económico como en el humano. Pero principalmente aquel EE.UU todo poderoso parece haber quedado atrás, y esta situación deja en claro que de Afganistán se han ido con las manos vacías. Hace 20 años había un gobierno talibán, y hoy en día estamos en exactamente el mismo lugar.

Rambo es la imagen de un imperio de sí mismo, así era en los 80, pero hoy en día ese gigante está herido, y quien pagará los platos rotos es ese pueblo pobre y sufrido de medio oriente. Está claro que los afganos deben esperar un futuro mejor que elegir entre una administración extranjera decadente o un grupo de fundamentalistas islámicos. El mundo debe contribuir, pero no con soldados y marines, sino con inversión y con precios justos de sus materias primas, permitiéndoles administrar su propia riqueza.  Se les debe dar la posibilidad de conquistar su propio destino sin la ayuda de ningún héroe de acción ochentero.

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