Me llegaron compras con la tarjeta que no realicé, ¿qué hago?

Una práctica que no para de aumentar y trae, en el mejor de los casos, un buen dolor de cabeza es el robo de los números de las tarjetas, tanto de débito como de crédito. No son pocos quienes se han encontrado, tras la llegada del resumen o la ida al cajero, una poco grata sorpresa.

“El sistema da un montón de facilidades para que las compras sean rápidas y sencillas”, cuenta Florencia P., trabajadora de un banco quien prefiere mantener su identidad en reserva para evitar problemas laborales. Y tiene razón. Con unos pocos datos, en muchos comercios on-line es posible realizar compras con tarjeta, tanto en dólares como en pesos, a pesar de no ser los auténticos dueños del plástico.

Utilizando los 16 números de la parte delantera, los tres que figuran en la trasera, la fecha de vencimiento y el nombre del titular en muchos casos basta para que la compra sea aprobada. A veces se solicita el número de documento, un obstáculo fácil de sortear para el estafador, puesto que una simple búsqueda en Google puede solucionarle el problema. ¿No lo cree? Pruebe buscando su nombre seguido “CUIL” o “CUIT” -Código Único de Identificación Laboral y Tributaria, respectivamente, que provee la ANSES-, y probablemente encontrará DNI.

Como relata la empleada bancaria tras ser consultada, el propio sistema es rehén de la sencillez que pretende aportar al usuario. Aunque así lo parezca hoy, en pleno siglo XXI, el mundo de lo digital no es moneda corriente para gran parte de la población, siendo en muchos casos engorroso todo lo relacionado a cuestiones on-line para un número elevado de personas. Una visión benigna, cuando menos, del problema. Una mirada más pesimista aseguraría que tanta libertad y facilidad no son en pos del consumidor, sino a favor de quienes facturan. En criollo, no importa de dónde y cómo venga la plata, mientras venga.

Uno de los principales métodos de robo de números de tarjeta siempre fue el pase “en mano”, es decir, quien sustrae los datos tuvo en algún momento el plástico en su posesión. Un descuido en un comercio, la sustracción o pérdida de la billetera, o incluso el ámbito familiar.

Que la tecnología llegue para hacer la vida más sencilla es algo para celebrar. Sin embargo, cuando se trata de cuestiones tan delicadas como el dinero, es importante que las medidas de seguridad sean severas. Hace algunos años se desarrolló una tecnología muy útil conocida como NFC -en inglés, Near-field communication o comunicación de campo cercano-, que permite el intercambio de datos entre dispositivos de manera inalámbrica. Un ejemplo sencillo es el que se utiliza para cargar la SUBE, e incluso los celulares modernos cuentan con un lector incorporado.

La implementación de esta tecnología a las tarjetas se viene realizando hace mucho tiempo y prometía, en principio, atacar el problema que supone tener que pasarla a manos ajenas al momento de realizar una compra. Pero los métodos de robo avanzan a la misma velocidad que las medidas de seguridad. En el caso de las equipadas con el chip NFC, con un dispositivo que se puede conseguir por tan solo 2500 pesos argentinos, un poco de pericia informática y, claro está, la cercanía a la tarjeta, los datos también pueden ser sustraídos.

Pero lejos de un mundo “de película”, donde se roban datos e identidades con dispositivos tecnológicos, existe otro problema: el doméstico. Con la llegada de las microtransacciones a los videojuegos, y la proliferación de los más jóvenes en el mundo digital, son innumerables los casos de padres que se han encontrado con una poco grata sorpresa en el resumen a fin de mes. Los más afectados, al menos a nivel mediático, son aquellos cuyos hijos juegan al tan conocido Fortnite, y asusta la cantidad de denuncias de compras no reconocidas en dólares y euros de “paVos”, una moneda interna que se utiliza dentro del juego para adquirir elementos como disfraces para los personajes y bailes, entre otras cuestiones puramente estéticas.

¿Qué se puede hacer, entonces, para evitar este tipo de problemas? En primer lugar, y apelando al más común de los sentidos, las recomendaciones de los expertos son guardar las tarjetas en un lugar seguro y no permitir que el celular o el navegador de la computadora conserven los datos “para compras futuras”. Revisar todos los meses el resumen de cuenta y controlar los gastos a través de home banking reducen el riesgo de sustos no deseados.

Si lo inevitable ocurre, y se detectan compras que no hemos realizado, el primer paso y el más importante es llamar a VISA o Master Card para desconocer los gastos. El servicio de ambas empresas procederá a bloquear el plástico para impedir nuevos robos y le proveerá al usuario uno nuevo. Además, tras una serie de pasos, si efectivamente se comprueba que el denunciante no estuvo implicado, los pagos serán anulados. Normalmente, las compras son fácilmente rastreables por las empresas y detectan con presteza si existió fraude o no.

El segundo paso es dirigirse al banco, también para realizar la denuncia. Es importante diferenciar que VISA y Master Card son quienes proveen el servicio de pago a nivel mundial, y el banco el que establece los términos y las condiciones de los contratos con los clientes. Por último, y aunque a priori parezca una comodidad, se recomienda eliminar cualquier tipo de débito automático para el pago de las tarjetas, y nunca pagar el mínimo. Una vez que el banco cobra el dinero, la devolución del mismo es, en la mayoría de las situaciones, un caso perdido.

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