Yo, argentino. El siniestro origen de una simple frase

En enero de 1919, durante la conocida como Semana Trágica, nuestro país se convirtió en el primero de Latinoamérica en tener un pogromo. Jóvenes armados de familias ricas, junto a hombres de negocios y militantes conservadores y del radicalismo “galerita” allanaron decenas de casas de judíos matando, violando a niñas y mujeres, quemando todo a su paso. También humillaron y fusilaron gente en plena calle, con total impunidad. En el revoleo cayeron miembros de las más diversas colectividades. ¿El objetivo? Frenar una revolución comunista que jamás existió en Argentina

Yo, argentino. La frase nació durante la Semana Trágica. La usaban los inmigrantes, sobre todo los judíos, para que los "niños bien" de la fascista Liga Patriótica no los asesinaran (crédito imagen: El País)

-Yo, argentino

-¡Cante el himno!

-(silencio)

El disparo le descerrajó el cráneo. La sangre del hombre manchó las paredes de la humildísima vivienda. Lo mataron delante de su esposa e hijas, a quienes golpearon y violaron. Luego, quemaron la casa.

No es ficción. Lamentablemente, hechos como ese se repitieron una y otra vez en enero de 1919 en la Ciudad de Buenos Aires, durante la conocida como Semana Trágica. ¿Las víctimas? Mayormente judíos que llegaron escapando de una muerte segura en la Rusia zarista y la encontraron aquí, a manos de niños bien de la clase alta porteña que arrasaban con todo aquel inmigrante que pudiese tener “ideas revolucionarias”. Así, a los “rusos” (como generalizaban a los judíos llegados del este de Europa) se sumaron como blanco de aquel escuadrón de la muerte de la aristocracia porteña muchos turcos, árabes, catalanes, asturianos, italianos y otros que no sabían el himno como “contraseña de la argentinidad”.

Y así, Argentina pasó a ostentar el nefasto privilegio de ser el primer país de América Latina en tener un pogromo (palabra rusa que significa “causar estragos, destruir violentamente”).

Semana trágica

Conviene poner la Semana Trágica argentina en contexto (aclaramos “argentina” porque el nombre fue copiado de la rebelión anarquista que sucedió en Barcelona en 1909).

Desde finales del siglo XIX y, sobre todo, principios del siglo XX, Argentina recibió millones de inmigrantes de los más diversos países europeos, aunque también de naciones árabes. Escapaban del hambre, de guerras civiles, de condiciones de vida inhumanas (como la de los mineros de Asturias, por poner un solo ejemplo) y, desde 1914, de la Primera Guerra Mundial.

Quienes vinieron no fueron los inmigrantes ilustrados con que sonó Domingo Faustino Sarmiento. Lo hicieron, como casi siempre ocurre con los movimientos migratorios, los más pobres, los menos instruidos, los que poco y nada tenían que perder en su tierra y mucho por ganar en una nueva. ¿Y qué encontraron en la “pampa prometida”? En la mayoría de los casos, condiciones de vida y de trabajo que replicaban aquellas de las que huían.

Yo argentino

Nunca se supo la cantidad de víctimas fatales en la Semana Trágica. Las fuerzas de seguridad dieron a conocer números irrisorios, en tanto que la embajada de EEUU en Buenos Aires reportó 1.356 muertos y más de 5.000 heridos, en consonancia con las cifras que manejaron los gremios (crédito imagen: diario Clarín)

Los Talleres Metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos ocupaban casi dos manzanas en el sur de la capital federal, concretamente en el barrio de San Cristóbal, con entrada por Cochabamba 3075. Se caracterizaban por sus bajos salarios y por reprimir cualquier intento o reclamo tendiente a mejorar las condiciones laborales. Los 2.500 obreros trabajaban 11/12 horas al día, no tenían descanso dominical y menos aún vacaciones, no les pagaban las horas extras, si enfermaban los reemplazaban sin garantizarles el puesto, y no contaban con ninguna medida de seguridad pese a que se manejaban con enormes máquinas y herramientas.

Es más, los Vasena solían contratar mujeres y niños españoles, turcos y japoneses, entre otras nacionalidades, a fin de bajar los costos. Nada que envidiarles a los dueños de las minas de Asturias.

El 2 de diciembre de 1918, los trabajadores declararon una huelga. A la cabeza del reclamo se ubicó la denominada Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos, de orientación anarquista. Demás está decir que la inmensa mayoría de los obreros no tenía ideología política alguna, pero todos bregaban por mejoras mínimas.

Veinticinco cuadras al sur de los talleres se hallaban los depósitos, en la esquina de Pepirí y Amancio Alcorta, la misma donde se encontraba el local sindical. Vasena, en un acto que hoy parecería imposible, se presentó ante el ministerio del Interior del gobierno del radical Hipólito Yrigoyen pidiendo “protección contra los obreros”, al tiempo que contrató a 300 rompehuelgas.

Yo argentino

Cuando unas 200 mil personas acompañaban los restos de los primeros 5 muertos al cementerio, la policía les disparó. Luego, en la Chacarita, volvieron a reprimir, matando a más de cien hombres, mujeres y niños (crédito imagen: El País)

El 7 de enero, un vehículo con rompehuelgas intentó entrar a los depósitos. Los obreros que estaban en el local sindical salieron a impedirlo. Caos. Pedradas, insultos, corridas… Hasta que los bomberos apostados cerca de allí, que lejos de tener mangueras contaban con fusiles Mauser, dispararon. ¿El saldo? Cinco muertos que nada tenían que ver con el movimiento huelguista. Entre ellos, un chico de 16 años que estaba en el patio de su casa. Fue el principio de un movimiento de indignación popular que llegó a paralizar a toda la Ciudad de Buenos Aires, y que incluso tuvo réplicas en Córdoba, Mar del Plata y Rosario.

“La persecución a los judíos fue consecuencia del pánico desatado entre las clases altas argentinas, que veían en las huelgas el preludio del estallido de una revolución como la bolchevique” (Hermán Schiller) 

Pese a que las víctimas nada tenían que ver con la huelga, se decidió velarlas en el local de la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos el 9 de enero, previamente al llamado a una huelga general que, como pocas veces en la historia, paralizó por completo a la Ciudad. Adhirieron los gremios de todos los sectores de la economía, los comercios cerraron sus ventanas y los tranvías sólo funcionaron para llevar a la gente que quería ir al entierro. Se hicieron barricadas en cada esquina y hasta había clima de festejo en los barrios; clima de “ciudad liberada”, cuentan los cronistas.

El cortejo fúnebre, compuesto por unas 200.000 personas, inició el camino hacia el cementerio de la Chacarita. Las interminables dudas del presidente Hipólito Yrigoyen sobre cómo afrontar el conflicto dieron aire a militares, policías y parapolicías. Así las cosas, cuando la multitud llegó a Corrientes y Yatay, en el barrio de Almagro, recibió una balacera proveniente de la Iglesia de Jesús Sacramentado, la cual fue tomada por los “descamisados”.

Nada terminó allí. En la Chacarita, mientras se estaba enterrando a los cinco asesinados el 7 de enero, los temibles Cosacos cargaron contra la multitud. A muy groso modo, se calcula que fueron 100 los muertos. Entre ellos, mujeres y niños. Casi todos terminaron en una fosa común, pues como eran inmigrantes que habían venido a hacer punta en la “tierra prometida”, tenían a los familiares en su país de origen, por lo que nadie reclamó los cuerpos.

Yo argentino

La indecisión de Yrigoyen finalmente se convirtió en un aval no escrito para la represión. Fue en esos días que nació la Liga Patriótica Argentina, un nucleamiento paramilitar que dos años más tarde tendría un papel fundamental en la sanguinaria represión a los huelguistas de la Patagonia (crédito imagen: La Prensa)

El infundado terror soviético

Desde Europa llegaban noticias de revoluciones y revueltas. A la revolución bolchevique de Rusia en 1917, se sumaron luego otros acontecimientos, como el de la marxista Liga Espartaquista en Alemania, movimiento revolucionario al mando de Rosa Luxemburgo.

En ese contexto, la clase dominante nativa comenzó a ver en cada inmigrante a un potencial revolucionario comunista. Y se desató una auténtica caza de brujas.

“No hay nada peor que un burgués asustado” (Bertolt Brecht)

La indecisión de Yrigoyen finalmente se convirtió en un aval no escrito para la represión. Fue en esos días que miembros del Partido Conservador, de la UCR “galerita”, hombres de negocios, militares retirados y enceguecidos jóvenes de familias acaudaladas, con la bendición de la jerarquía eclesiástica, formaron la Guardia Blanca, que pronto pasó a llamarse Liga Patriótica Argentina, un nucleamiento paramilitar que dos años más tarde tendría un papel fundamental en la sanguinaria represión a los huelguistas de la Patagonia.

Los de la Liga mataban en medio de la calle. Con total impunidad. Y además entraban a las casas y saqueaban, ultimaban, violaban, quemaban. Los barrios de “rusos” (judíos provenientes de Rusia) fueron blanco predilecto, pero en el revoleo cayeron turcos, italianos, catalanes, vascos, europeos del este no judios.

Yo argentino

Una mujer limpia sangre en una calle de Buenos Aires durante la Semana Trágica (crédito: El País de España)

Allí nació la tristemente célebre frase “Yo, argentino”, como un intento desesperado por salvar la vida. Pero entonces, los niños bien exigían que la persona cante el himno nacional, y si no lo sabía, lo acribillaban allí mismo.

“El periodista argentino Pinie Wald describió en Koshmar (Pesadilla), su relato en primera persona del primer pogromo ocurrido en América latina. “Desde la calle pudimos escuchar el trote de caballos y un llanto. Algo me impulsó a mirar lo que pasaba y ante mis ojos apareció el siguiente cuadro: estaban pasando dos policías montados, con rifles en las manos. Al caballo de uno de ellos estaba atado con una larga cuerda un judío, que era arrastrado por el empedrado dejando tras de sí un rastro ancho y rojo. Se oían claramente sus gemidos de agonía”. Es uno de tantos relatos que Wald volcó en su libro, publicado por primera vez en 1929” (El País, 05/04/2019)

Con el tiempo, el “Yo, argentino” se convirtió en sinónimo de “yo no hice nada” o “yo no estoy metido en nada raro”, en la medida que el país fue conociendo la creciente represión de las distintas dictaduras

Nunca se supo a ciencia cierta cuántas víctimas se cobró la Semana Trágica, pues no hubo un listado gubernamental y, además, la “historia oficial” argentina se encargó con mucho celo de que todo se olvidara. Tampoco existió en tierras porteñas un Osvaldo Bayer, como sí lo hubo en el sur para reconstruir la matanza de 1.500 peones rurales en la llamada Patagonia trágica o rebelde.

Las fuerzas de seguridad dieron a conocer números irrisorios, en tanto que la embajada de EEUU en Buenos Aires reportó 1.356 muertos y más de 5.000 heridos, en consonancia con las cifras que manejaron los gremios (entre 700 y 1.500 víctimas).

Asimismo, luego de los hechos de la Semana Trágica se detuvo y deportó a casi 50.000 extranjeros.

La nación para pocos al mando de pocos, estaba a salvo.

Yo argentino

Restos de lo que fueron los talleres metalúrgicos Vasena, escenario de la mayor masacre obrera que conoció la Ciudad de Buenos Aires (crédito imagen: Todo es Historia)
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