El último día del verano del amor

verano del amor

Imagen de la plaza de Mayo, cuando una multitud despidió a Cristina al dejar la presidencia del país

Dedicado a mi compañera

Si tuviera que recordar un año por sus sin sabores ese sería el 2015, las elecciones presidenciales se acercaban y en las filas del peronismo se respiraba un aire de normalidad, pero algo en mi inocencia de 23 años olía raro, como si notara que algo iba a cambiar. La frase de la serie Game Of Thrones “el invierno se acerca” resonaba en mi mente, y el día de la derrota electoral todo tuvo sentido, pero mientras esté en esta tierra no olvidaré ese último día, y agradezco hoy poder recordarlo.

Los días posteriores a la derrota electoral fueron de total congoja y catarsis para quienes habíamos militado durante década ganada, recuerdo haber asistido a reuniones de compañeros donde nos preguntábamos ¿cómo pasó? Y ¿qué hacer ahora? Seguramente que nadie tuvo grandes respuestas en esos días. No obstante, la convocatoria a la despedida de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue la única certeza.

Las horas previas al acto las pasé junto a mi amigo Agustín buscando con quienes ir, los que habíamos arreglado en un primer momento desistieron, y con la ayuda de una amiga de la facultad dimos con una organización que sacaba micros y nos dejaron ir con ellos. Recuerdo la previa a subir a bordo, una multitud haciéndose las mismas preguntas una y otra vez. Una vez arriba de los colectivos las imágenes le ganaban a cualquier palabra, tres vehículos repletos con gente parada, algunos cantaban la marcha peronista, otros la de San Lorenzo.

Creo no equivocarme al decir que no volví a ver una multitud semejante, analizando tiempo después conozco a poca gente que no estuvo allí, todos con historias para contar. Recuerdo que fue difícil entrar a la plaza encolumnados ya que el número de personas era abismal, para colmo unas vallas en la mitad de la plaza generaban un efecto de embudo que nos separó a Agustín y a mí, que no volvimos a encontrarnos hasta el retorno en los micros.

Unas camionetas tocaban la marcha peronista mientras llovían papelitos por todas partes, obviamente que no eran un elemento cualquiera, eran las boletas de las elecciones perdidas, lo cual siempre me pareció extremadamente poético que un mal recuerdo inmediatamente se transforme en cotillón para festejar. Porque ese día se estaba celebrando, si era la última noche de Cristina Presidenta definitivamente debía ser noche de carnaval.

Entre las muchas cosas que mi memoria conserva están mi encuentro con Ignacio Copani que estaba en medio de la multitud, y que al pasar frente a mi persona solo se me ocurrió decirle “¿le vamos a ganar al Barcelona?” (River jugó en esos días el mundial de clubes en Japón contra dicho club) y él solo me dijo “seguramente”, lamentablemente no tuvo razón y fue derrota por 3 a 0, pero si hay una linda imagen de aquel año fue ver a mi equipo levantar la Libertadores.

Antes de salir a dar su discurso, Cristina inauguró el busto de su esposo Néstor Kirchner, cerró diciendo “y ahora con su permiso hay unas personas afuera que me están esperando”. Todo fue algarabía al empezar su alocución, pero ese momento tuvo dos situaciones verdaderamente místicas. Primero que la plaza de mayo tiene un aura muy especial, pisarla es sentir que se pisa la historia, y cada sonido en ese lugar parece como si viniera de todas las direcciones.

Pero principalmente, ella lograba que no vuele una mosca cuando hacía sus pausas ¿alguna vez se detuvieron a escuchar el silencio de 500 mil personas o más? Es un fenómeno muy particular que pocos logran generar. A medida que sus palabras avanzaban comencé a ver los primeros llantos, mi amiga de la facultad se quebró a mi lado, solo atiné a posar mi mano en su hombro, porque pensé que eso la ayudaba (posiblemente no). Recién en esos momentos comencé a sentir lo especial de aquel día.

Pero al estar finalizando el discurso algo vino a mi mente, un fragmento de la canción el universo sobre mí de Amaral “Vuelve el espíritu olvidado Del verano del amor”. Imposible no pensar que cuando aquel proceso comenzó, el 25 de mayo de 2003, yo apenas tenía 11 años, y doce años más tarde ya era un joven y mucha agua había cruzado, alegrías, dolores, tragedias, triunfos y fracasos. Ese había sido nuestro oasis en el tiempo, una época donde la resignación de quienes crecimos escuchando que vivíamos en una tierra sin futuro parecía haber sido superada, y todo tenía sabor fundacional.

No es la nostalgia lo que mueve mis líneas, desde aquel día el país ya no es el mismo, hubo una juventud que vivió aquel tiempo de prosperidad, y que deberá construir el suyo, para que sea el sol definitivo que derrote al invierno. No será fácil, nos dirán que no somos capaces, nos dirán que somos la maldad personificada, y tantas otras cosas que ya nos acostumbramos a oír, pero vivir para construir el nuevo verano del amor es para muchos aquella razón por la que vale la pena vivir, y para que su espíritu nunca se pierda.

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