Si Lula da Silva gana en primera vuelta en noviembre próximo al ultraderechista Jair Messias Bolsonaro, ¿Cristina Fernández podría ser precandidata a la presidencia en la gran PASO que anuncia el Frente de Todos para el año entrante?
Semejante práctica de futurología en un mundo donde es imposible predecir lo que va a suceder en una semana, podría morir en la pregunta. Pero lo cierto es que la interna en el Frente de Todos existe, que no pasa por una cuestión de egos sino por la forma de entender la razón de ser del peronismo, y que, a esta altura, una ruptura de la coalición -tan deseada por la derecha económica, política y mediática- parece estar más lejana que un probable crack en la alianza opositora a causa de las tensiones que provoca en el seno de Juntos por el Cambio el creciente protagonismo de la ultraderecha, motivos que llevan a pensar que la pata más fuerte del FdT quizás juegue con su as de espadas con vistas al 2023.
Antes de entrar al ruedo, vale subrayar lo que aquí dijimos hace unos días y sostenemos a rajatabla: Cristina tiene que ir a la Rosada, sentarse con Alberto Fernández, con Martín Guzmán y con Sergio Massa y, en la medida que sus diferencias lo permitan, sellar un pacto de caballeros y dama que deje de hacer públicas las diferencias existentes, porque por esas grietas se cuela la operación de desgaste de la derecha.
La histórica base social del peronismo, la misma que en las legislativas de 2021 tuvo la “delicadeza” de no ir a votar como señal de protesta, la sigue pasando mal. Y si a las condiciones materiales se le suman discursos contradictorios o hasta confrontativos -y silencios que hacen ruido- desde quienes tienen la obligación de allanarles el camino hacia una vida con un buen trabajo, buena paga, vivienda, educación y salud, lo único que verán como “salida” es acampar horas y días en la 9 de Julio para que les den una limosna. Y eso no es peronismo.

Está en juego la razón de ser del peronismo
Tras admitir que fue un gorila recalcitrante, aunque no haya usado esa expresión, el enorme dramaturgo Roberto “Tito” Cossa escribió que recién durante las presidencias de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández sintió que había un gobierno que lo representaba, y que desde entonces comenzó a alejarse del “gorilismo”. Finalmente, reflexionó: “Me temo que mientras nosotros, los progresistas de clase media, finalmente nos acercamos al peronismo, los que se van yendo son los trabajadores” (El cohete a la luna, 21/11/2021).
Esa frase de “Tito” Cossa está parada justo sobre la crisis que hoy atraviesa al mayor movimiento sociopolítico que conoció Latinoamérica. El kirchnerismo acercó al peronismo a muchos sectores históricamente reacios o incluso anti, por caso, hombres y mujeres ligados estrechamente al mundo de la educación universitaria y de la ciencia. Y junto con ellos, a otros colectivos de clase media encuadrados en ese vago universo llamado “progresismo”.
“Me temo que mientras nosotros, los progresistas de clase media, finalmente nos acercamos al peronismo, los que se van yendo son los trabajadores” (Roberto «Tito» Cossa)
El progresismo sumó. Pero, por otro lado, también restó. ¿Y esto? Sumó cuando todo era color kirchnerista. Basta recordar que en 2011, tras las elecciones estudiantiles celebradas en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), el kirchnerismo/peronismo se quedó con 7 centros de estudiantes frente a 3 de los radicales de Franja Morada, un panorama imposible de imaginar en otras épocas.
Pero al mismo tiempo, la clase trabajadora estaba viviendo una realidad (no igual ni mucho menos pero) lo más semejante que se recordara a la del primer peronismo. El campo -siempre quejándose- ganaba, las grandes empresas ganaban, las pymes ganaban, el salario le ganaba y por varios cuerpos a la inflación (que igualmente era muy alta), los comercios vendían, los lugares de veraneo literalmente explotaban verano tras verano, el país no tenía deuda con el FMI, el desempleo caía año tras año. ¿Faltaba? Muchísimo. Pero la esperanza reinaba. Hoy, el sentimiento predominante entre la mayoría de la población es “la incertidumbre” (44%).

Daniel Scioli: un cross peronista a la mandíbula “progre”
Se venían las presidenciales de 2015 y Cristina Fernández hizo una jugada cien por ciento peronista: eligió como candidato a quien mejor imagen tenía y a quien más medía a nivel nacional, Daniel Scioli. El progre-kirchnerismo quedó como un boxeador indefenso después de recibir una derecha implacable de Carlos Monzón. Y no reaccionó. O reaccionó tarde y mal.
¿Qué sucedió?, se preguntaban en el panel de 6-7-8 donde, hasta el día previo, habían entronizado a Florencio Randazzo y se habían reído del entonces gobernador bonaerense. Pasó que Cristina Fernández sacó a relucir su lado más peronista. El progresismo no lo entendió jamás y empezó a restar. A punto tal que fueron miles y miles los que “no militaron” la candidatura de Scioli. Ganó Macri por 1,5%. Y vino lo que vino. Hoy, Scioli sigue “adentro”. ¿Randazzo?, ya se sabe.
Luego de las últimas PASO, Mayra Arena sentenció: “Suele verse que el político hable con el corazón y el laburante le responda con el bolsillo; ahora pasó que ni siquiera sintió que le hablaran a él. ¿A cuántos incluís cada vez que decís todes y a cuántos dejás afuera? Si no se habla el mismo idioma, difícil que surja una identificación. El precio de sentirse inclusivo se paga caro: dejás afuera a muchos que todavía no resolvieron demasiados quilombos como para seguirte el tren (como el quilombo de comer cuatro veces al día, por ejemplo). No me terminó de cerrar el feminismo y ya me estabas corriendo con la movida no binarie”, añadió la dirigente social.

De a millones
El peronismo no nació para crear el lenguaje inclusivo (sin que por ello, no puedan usarlo quienes quieran). El peronismo nació para algo muy grande: sacar a los pobres de la pobreza, de a millones; industrializar el país desde La Quiaca a Ushuaia; promover una unión sudamericana económica y política estable y fuerte (Perón no creó los EEUU de Hispanoamérica junto con el presidente de Chile en 1953 porque sí, estaba en el ADN del peronismo); adoptar decisiones políticas que eliminen o minimicen las desigualdades sociales; extender la educación y la salud públicas a toda la población, garantizarles buenos trabajos con buenas pagas a los hombres y mujeres del pueblo, y acceso a la vivienda y a las vacaciones.
El dirigente social Juan Grabois dijo hace pocos días que el crecimiento de “esta nueva derecha (ultras) es producto de las claudicaciones y las desviaciones del llamado progresismo, campo popular, izquierda, que no resuelve los problemas reales…”. Lo interrumpió el periodista Alejandro Bercovich preguntándole si él se autocriticaba, si se incluía en eso, porque “sos político, sos progresista…querés redistribuir”, le dijo. Grabois le contestó: “Yo soy un humanista cristiano, no soy ‘progre’… Y quiero hacer cosas mejores que redistribuir, quiero resolver los problemas de verdad. Redistribuir solo no soluciona los problemas de verdad (…) No resuelve el problema de una nueva forma de vivir”.
El dirigente social no es peronista. Pero ante un planteo típicamente ‘progre’ respondió con el abecé del peronismo: lograr una nueva forma de vivir para los millones y millones que sobreviven. Sobrevivían hasta 1945. Y lamentablemente, sobreviven hoy.
“Para Evita, el destino debía ser parejo para todos porque el punto de partida tenía que ser igual para todos. Y allí entraba de lleno el Estado como igualador de oportunidades… El reparto más importante que llevó a cabo el primer peronismo fue el reparto destinal” (artista plástico Daniel Santoro, 17/03/2022)
Se requieren respuestas contundentes. El medio pelo en la política es tan o más nocivo que en lo social. Valdría preguntarse cuánto de lo que vino a hacer el peronismo desde aquel 17 de octubre de 1945 se está haciendo. Lo cierto es que poco y nada.

No se cambian planes sociales por trabajo con parches y en cuentagotas. Se necesita un gran plan de obras públicas para ello; un proyecto integral de industrialización a partir de las ganancias del campo, como hizo en el siglo XIX Estados Unidos y como aquí promovieron notables hombres de la clase dominante como Carlos Pellegrini y Ezequiel Ramos Mexía (que el peronismo se debería apropiar); urbanizar de una vez y para siempre todas las villas y asentamientos; un Estado que le plante cara a los monopolios que forman los precios mientras (también) crea una gran industria de alimentos; potenciar el interior a través de las economías regionales (¿cómo es posible que en 2022 sigamos hablando de Buenos Aires y el interior, la misma discusión que tuvo San Martín con los porteños cuando fue gobernador de Cuyo entre 1814 y 1816?).
Volviendo al llano, los nuevos aires políticos que soplan en América Latina solamente se podrán traducir en cambios reales y de fondo si se extienden a los grandes países, y si todas las naciones hacen causa común. El triunfo de la izquierda en Chile tras casi medio siglo, el crecimiento de Bolivia (el país con mejores números de la región), un más que probable triunfo histórico de la izquierda en Colombia ante el ultraderechismo uribista en mayo, y una victoria de Lula sobre Bolsonaro en primera vuelta en Brasil en noviembre, podrían conformar el escenario para que el Frente de Todos llame a unas PASO donde juegue la propia Cristina Fernández, le guste o no a muchos, la política mejor posicionada en la interna de la coalición y la referente indiscutida de los sectores más postergados de la sociedad.