Cómo y por qué se abortó en 1910 una Argentina industrial

La crítica mirada del liberalismo inglés sobre la responsabilidad de la oligarquía terrateniente en el subdesarrollo de nuestro país tiene un capítulo central a principios del siglo XX, cuando los "militantes" modelo agroexportador frenaron el plan industrializador de otro sector de la clase dominante

Unas pocas familias se quedaron con todas las tierras ganadas a los pueblos originarios durante la campaña al "desierto" (crédito imagen: El Ortiba)

el plan industrial de 1910

“Willis vio puntos en común (entre el proyecto de industrialización pensado para la Argentina) con el plan de desarrollo de los Estados Unidos, y predijo un país con gran futuro”.

¿Quién era Willis? Bailey Willis era un ingeniero civil y en minas y doctor en Geología estadounidense que en 1910 fue contratado por el entonces ministro de la Producción de la Nación, Ezequiel Ramos Mexía, para diseñar y poner en marcha un plan de desarrollo industrial del país que comenzara por el sur.

¿Por qué lo eligió? Porque el especialista había trabajado fuertemente en la conversión del desértico y atrasado oeste de EEUU en un cordón de ciudades pujantes, en el marco del proceso de industrialización y modernización de la nación norteamericana.

Para entonces, una pequeña porción de la sociedad argentina, conformada por las familias que se convirtieron en latifundistas comprando desde 1820 miles de hectáreas a precios irrisorios y, luego, resultando las principales beneficiarias del reparto de las tierras conquistadas por la campaña al “desierto” de Julio Argentino Roca, festejaba por todo lo alto el Centenario del “granero del mundo”. Y lo hacía al ritmo de las crecientes exportaciones de cereales y carnes a Europa, fundamentalmente a Gran Bretaña, mientras la mayoría de la población vivía en la pobreza.

Así las cosas, no hace falta decir que el interés de Ramos Mexía por utilizar los tremendos beneficios de la exportación de materias primas para industrializar el país chocó de frente con los intereses de la inmensa mayoría de terratenientes.

En julio de 1913, a Ramos Mexía le pidieron la renuncia, mientras que a Bailey Willis el Ejecutivo argentino le hizo saber que su trabajo era muy interesante pero que afectaba los intereses ingleses y de los productores de granos y carnes.

Un revés similar, aunque no tan directo, ya lo habían sufrido a fines del siglo XIX Carlos Pellegrini y otros dirigentes. Y allá lejos en la historia nacional, nada menos que Belgrano y el propio San Martín.

El historiador Felipe Pigna, durante una entrevista que concedió al periódico El País (de España) para el bicentenario de la independencia nacional, se refirió a ese momento en el que todos veían a la Argentina como la nación que seguiría -en el otro extremo del continente americano- los pasos de los EEUU en cuanto a industrialización y modernización, así como a los motivos que hicieron fracasar esa posibilidad, tan real en su momento que, como se vio, llegó a ser vaticinada -tras estudiar nuestros terrenos, recursos y potencialidades- por expertos que habían trabajado en el desarrollo estadounidense.

Situándose entre fines del siglo XIX y principios del XX, el historiador aseveró que en ese entonces “estábamos cabeza a cabeza con Estados Unidos. Ese país y Argentina eran los dos gigantes de América”. Y ejemplificó: “En 1901, durante la Conferencia Panamericana, el delegado nacional, Roque Sáenz Peña, logró frenar un proyecto de EEUU para implementar una moneda única y derribar las barreras aduaneras. Ese poder tenía Argentina”.

Darse cuenta

Felipe Pigna explicó porqué, partiendo desde un mismo lugar, Estados Unidos se convirtió en una potencia económica y Argentina en un país subdesarrollado.

EEUU despegó a partir de 1900 porque se dio cuenta muy temprano de que el campo debía ser el motor de la industria. En ese sentido, fue modélico”, calificó, para comparar: “Los estadounidenses tomaron una decisión diametralmente opuesta a la que se adoptó en la Argentina, ya que distribuyeron la tierra que se iba ganando al indio de forma equitativa entre la población, en terrenos de no más de 30 hectáreas”.

el plan industrial de 1910

Felipe Pigna

En un trabajo publicado en El Extremo Sur, el historiador Gabriel Turone resaltó que tras la conquista del “desierto” hubo mucha bronca entre los gauchos y soldados que le quitaron las tierras a los pueblos originarios, pues las viejas familias terratenientes se las repartieron entre ellas sin vergüenza.

Lejos de asegurar tierras a sus protagonistas criollos y gauchos, estableciendo una distribución justa y adecuada de las tierras, estas pasaron a manos de agiotistas, acaparadores, viejos y nuevos latifundistas que acrecentaron su poderío político y económico y les aseguraron el connubio de intereses externos”, proclamaron.

Puntualmente, Manuel Prado, quien participó en la campaña con el grado de comandante, escribió que “los soldados habían conquistado veinte mil leguas de territorio. Y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a manos de los especuladores que la adquirieron sin mayor esfuerzo ni trabajo, muchos (de los soldados) no hallaron rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de abnegación y de verdadero patriotismo”.

El autor presentó en el artículo la lista del reparto. Es muy interesante observar la escasa cantidad de beneficiarios y las tierras que recibieron, para comparar con las “no más de 30 hectáreas” que se distribuyeron entre los pobladores de EEUU, de acuerdo al relato de Felipe Pigna.

Solamente 62 personas recibieron más de 30.000 hectáreas cada una, comenzando por Carlos Martínez (250.000 hectáreas), Saturnino Unzué (250.000), Marcelino Ugarte (177.500), Juan Penco (145.000), Luis Poviña (135.000), Salvador Del Carril (130.000), Tomás Drysdale (122.500), Antonino Cambaceres (120.000), Armstrong de Elortondo (102.500), Juan Bares (102.500), Felipe Fontán (102.500) y Eugenio Mattaldi (102.500).

el plan industrial de 1910

Toda la tierra en pocas manos, la clave del subdesarrollo argentino hasta para los liberales británicos (InfoAgro)

Pero luego hay otro listado de “familias”, encabezado por Juan Shaw e hijos con 147.500 hectáreas. Después, “copropietarios” y “compañías”. En todos los casos, nuevos dueños de miles y miles de hectáreas.

A ello, por supuesto, hay que sumar el reparto que desde 1820 venían haciendo las familias patricias, como los Anchorena y compañía.

De remate en Patio Bullrich

Como hace notar el profesor rionegrino Martín Díaz, “no se debe olvidar que Adolfo Bullrich (de quien desciende el ex ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich) fundó, el 3 de abril de 1867, la casa de remates Adolfo Bullrich y Cía., que funcionó en el solar que hoy ocupa el Patio Bullrich. Allí se vendían vastas tierras ganadas al indio durante la campaña al desierto. Julio Argentino Roca (su amigo) lo designaría intendente de la Ciudad de Buenos Aires en su segunda presidencia. Su amistad con Roca nos hace comprender porqué los Bullrich se encuentran entre los grupos agropecuarios con más de veinte mil hectáreas en la provincia de Buenos Aires”, puntualizó el docente e investigador.

Volvamos a Pigna. “(Ese reparto equitativo de tierras en EEUU) hizo que los farmers (agricultores) tuvieran que tecnificar el campo; promovió la inventiva y la industria. Hubo una integración social muy horizontal”, destacó.

“(En cambio) en nuestro país se entregó la tierra a grandes latifundistas que no la poblaron y se dedicaron a especular con los campos”, insistió, para disparar a quemarropa: “Argentina no fue Estados Unidos porque su burguesía, su clase dirigente, eligió el modelo agroexportador. Sólo apostó por la industria a partir de 1930”.

En ese año, vale recordarlo, comenzaron a sentirse con dureza las consecuencias de la gran crisis económica mundial producto del crack financiero de 1929 en EEUU, por lo que los gobiernos de la década infame se vieron obligados a iniciar un proceso de sustitución de importaciones.

Luego, en línea con el ex economista del Banco de Inglaterra y editorialista del prestigioso e influyente periódico Financial Times, Alan Beattie, quien afirmó sin vueltas que el problema de Argentina fue el sistema latifundista, el popular historiador afirmó que “es un error atribuirle al peronismo, como hacen los liberales, la caída de Argentina. Al contrario, había un país muy injusto que el peronismo intentó poner un poco en caja. (Pero) desde ese momento hubo un boicot de las clases altas (terratenientes) al modelo industrial peronista”.

¿Y cuándo comenzó la caída del país?, se le preguntó. “Con la dictadura militar de los 70 y un poco antes, con el rodrigazo -un plan de ajuste salvaje-, que acabó con el modelo de distribución peronista. El gobierno peronista estaba agotado, sobre todo tras la muerte de Perón”, dijo, pero antes reseñó que “el peronismo había logrado una distribución del 51% para los trabajadores y el 49% para el empresariado. Hasta los 70, Argentina tenía índices de pobreza extrema bajísimos para Latinoamérica, índices de educación de niveles europeos e incluso superiores. Mejores que España, por ejemplo. Tenía una muy buena escuela pública a la que iba el 90% de la población, todas las clases sociales. Era una sociedad igualitaria que se truncó en los 70 y apareció una pobreza estructural que se mantiene hasta hoy”, puntualizó.

A manera de conclusión, podría decirse que si tras la independencia nacional se hubiesen impuesto las ideas de Belgrano y compañía, o a fines del siglo XIX las del aristócrata desarrollista Carlos Pellegrini, o a principios del siglo XX las del también desarrollista precoz Ezequiel Ramos Mexía, no sólo el país hubiese sido muy distinto sino que probablemente “no hubiese nacido el peronismo, pues este movimiento fue consecuencia directa de la mezquindad y miopía de la clase dominante argentina, que pensó en una nación para unas cuantas familias que pudieran vivir, sin grandes esfuerzos, como los nobles de Europa. ¿El resto? Mano de obra barata”, remató el también historiador Carlos Saúl Demaría.

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