Carlos Pellegrini: “Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata a la industria naciente”.
Si esta frase hubiese sido pronunciada por un diputado nacional en los últimos años, todos se la atribuirían a un político populista. Pero al margen de ello, y de la subsiguiente crítica que sobrevendría para el legislador en cuestión por parte de los grandes medios, lo que llama poderosamente la atención es que si la frase se escuchase hoy en el Congreso de la Nación generaría un fuerte debate (decimonónico).
Y en rigor de verdad, fue dicha durante la sesión del 14 de septiembre de 1875 por el entonces diputado nacional Carlos Pellegrini, miembro eminente de la burguesía argentina, integrante de la Escuela Argentina de Economía Política creada por Vicente Fidel López y presidente del país entre 1890 y 1892.
En aquella sesión se dio un recordado debate, donde el discípulo de Vicente Fidel López formuló “claramente las metas del desarrollo económico argentino”, recordó el economista rumano radicado en nuestro país, Oreste Popescu, en su exposición sobre “Las ideas de Carlos Pellegrini” que realizó el 19 de diciembre de 1990 ante la Academia Nacional de Ciencias Económicas.
Dijo Pellegrini en la Cámara de Diputados: “Todo país debe aspirar a dar desarrollo a su industria nacional; ella es la base de su riqueza, de su poder, de su prosperidad. Y para conseguirlo debe alentar su establecimiento, allanando en cuanto sea posible, las dificultades que se opongan a él”.
Un legislador le retrucó: “Esa meta de desarrollo, defendida durante toda su vida, fue bautizada por el oriental doctor Ángel Floro Costa como ‘Campeonato sobre el proteccionismo industrial’, producto de la escuela del ilustre doctor López”.
“Por lo pronto, la escuela a la que pertenezco me honra», le respondió Carlos Pellegrini. Y a continuación redondeó su ideario: “Una nación, en el concepto moderno (recordemos que corría el año 1875), no puede apoyarse exclusivamente en la ganadería y en la agricultura, cuyos productos no dependen sólo de la actividad o de la habilidad del hombre, sino, y en gran parte, de la acción caprichosa de la naturaleza. No existe hoy, ni puede haber gran nación, si no es una nación industrial, que sepa transformar la inteligencia y actividad de su población en valores y en riqueza por medio de las artes mecánicas”.
Y sentenció: “La República Argentina debe aspirar a ser algo más que la inmensa granja de Europa, y su verdadero poder no consiste ni consistirá en el número de sus cañones ni de sus corazas, sino en su poder económico”.
“Una nación moderna no puede apoyarse en la ganadería y en la agricultura, cuyos productos dependen en gran parte de la acción caprichosa de la naturaleza. No existe hoy, ni puede haber gran nación, si no es una nación industrial, que sepa transformar la inteligencia y actividad de su población en valores y en riqueza” (Carlos Pellegrini, septiembre de 1875)
Popescu realzó en su charla la visión organicista de Carlos Pellegrini, a la cual resumió diciendo que “(para él) la protección del desarrollo industrial no era otra cosa que una extensión de los principios que rigen el desarrollo de la vida”.
¿Una “interna” perdida de antemano?
Si la burguesía nacional tenía hombres que pensaban como Carlos Pellegrini ya en 1870, o como el también industrialista Exequiel Ramos Mejía en la Argentina del Centenario (1910), ¿por qué el país nunca tomó el camino del industrialismo, el cual estaba allanado por la geopolítica de la época y por las gigantescas ganancias que ingresaban merced a la venta de granos y carnes?
Es que en la burguesía argentina hubo una interna. No en los términos en que hoy conocemos las internas económicas y políticas, claro. Pero no fue menor, a tal punto que a Ramos Mejía le costó su cargo de ministro de Obras Públicas de la Nación.
Para no caer en ninguna vereda de la falsa grieta, conviene ir a buscar la respuesta en el libro del liberal británico Alan Beattie, editorialista del Financial Times, una de las biblias del poder económico mundial junto con The Wall Street Journal.
Dijo Beattie: “Las economías rara vez se hacen ricas sólo con agricultura. Gran Bretaña había mostrado el camino: industrialización. Pero las élites argentinas rechazaron la industrialización para seguir mamando de la teta de la explotación agropecuaria latifundista”.
Y añadió quien fuera también economista del Bank of England: “Entre 1880 y 1914 el sistema político norteamericano se adecuó dinámicamente a los cambios y demandas de su población. El sistema argentino, en cambio, persistió obstinadamente dominado por una minoría autocomplaciente”.
Minoría dentro de la sociedad argentina toda, pero mayoría en el seno de la burguesía nativa, los terratenientes sin sentimiento nacional ni espíritu de desarrollo se dedicaron a mantener un nivel de vida equiparable al de los nobles europeos, a expensas del empobrecimiento de la inmensa mayoría de la comunidad y condenando a la nación a la dependencia económica crónica.
“Hay que fomentar el trabajo industrial, que es lo único que puede traernos la verdadera transformación orgánica, y constituir así una sociedad rica y civilizada” (Vicente Fidel López -1815-1903-, creador de la escuela económica que siguió a rajatabla Carlos Pellegrini)
No es un secreto para nadie que los países desarrollados contaron con burguesías nacionalistas e industrialistas, algo que aquí brilló por su ausencia desde 1810. Y no es una forma de decir. De ese modo lo expresó el propio Vicente Fidel López, a quien Pellegrini consideraba su “maestro”.
Según Popescu, el hijo del autor de la letra del Himno Nacional advirtió que la misma historia argentina nos obliga a meditar seriamente sobre la política industrial a practicar. “Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior y nacional, veremos que desde la revolución de 1810, que empezó a abrir nuestros mercados al libre cambio extranjero, comenzamos a perder todas aquellas materias que nosotros mismos producíamos elaboradas (…) y que podían llamarse emporios de industria incipiente (…), las cuales hoy están completamente aniquiladas y van progresivamente camino a la ruina” (Vicente Fidel López, diario de sesiones de la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación, 27 de junio de 1873).
Desarrollar el sur con base en Bahía Blanca
Carlos Pellegrini conocía al doctor Vicente Fidel López desde su infancia. Su padre, Carlos Enrique Pellegrini, fue íntimo amigo tanto de Vicente López y Planes como de su hijo Vicente Fidel López.
El mismo Carlos Enrique Pellegrini tenía decidida simpatía hacia el proteccionismo. No debe sorprender entonces que, ya a los 22 años de edad, su hijo Carlos (Enrique José) Pellegrini formulara en su tesis doctoral la siguiente proposición accesoria: “La protección del gobierno es necesaria para el desarrollo de la industria en la República Argentina”.
Pellegrini no sólo era industrialista y proteccionista, sino decididamente federal, al punto que marcaba una tajante diferencia entre los comerciantes porteños y los industriales del interior. Proponía desarrollar el sur argentino con base en Bahía Blanca, una idea que luego continuaría Exequiel Ramos Mejía desde 1910, lo que le valió -como se indicó más arriba- la separación del gobierno nacional hacia 1913 (ver Cómo y porqué se abortó en 1910 una Argentina industrial).
“En Argentina hay un partido que tiene su asiento en el pequeño espacio que rodea a la Plaza de Mayo, y otro partido que tiene su asiento en todo el resto de la Nación” (Carlos Pellegrini, 1895)
Carlos Pellegrini comprendió que había “situaciones encontradas en el cuerpo de la misma nación” entre el centro económico ubicado en la Capital Federal y su periferia provincial. Al respecto, el 28 de septiembre de 1895 dijo en el Senado: “en la República Argentina existen dos tendencias, y casi puede determinarse la región territorial sobre la cual actúan una y otra. Hay un partido que tiene su asiento en el pequeño espacio que rodea a la Plaza de Mayo de la Capital Federal, y hay otro partido que tiene su asiento en todo el resto de la Nación”.
“A un partido podría llamarlo comercial; al otro lo llamaría industrial. A cada instante se develan las distintas tendencias de estos dos partidos. Uno de ellos es enemigo declarado de toda protección y quiere la libertad absoluta del comercio; el otro exige la protección como condición indispensable para el desarrollo de las industrias nacionales (…) Estos dos intereses, que no son antagónicos, son los del comercio y los de la industria; el comercio y la industria se complementan recíprocamente. Son las dos alas, las dos ruedas en que se apoya y avanza el progreso de la Nación”, explicó Pellegrini en la Cámara Alta.
Pero enseguida dejó en claro que “es indudable que entre estos dos intereses hay algunos que son primordiales, que son anteriores y, quizás podría decirse, superiores a los otros. Yo entiendo que son anteriores y primordiales los intereses de la industria”.
Para Carlos Pellegrini, las puntas del extremo intervencionista lo constituían el proteccionismo para el desarrollo industrial y la estabilidad del tipo de cambio de nuestra moneda mediante la vigilancia de la institución reguladora del Gobierno
Pellegrini “se anticipó a su tiempo para la solución de la cuestión social, proponiendo la coparticipación en el reparto proporcional de los beneficios de las empresas”, describió en su exposición Oreste Popescu. Para subrayar que en opinión del estadista “el eje del desarrollo económico argentino debía ser el desarrollo de todos los sectores de la actividad económica: ganadera, agrícola, industrial y comercial. Y a la idea del desarrollo sectorial unió la del desarrollo regional, insistiendo sobre el imperativo de ‘la conquista económica de toda la Patagonia’ (según sus palabras en el Senado de la Nación, el 19 de mayo de 1900) y de la localización de su polo de desarrollo en la ciudad de Bahía Blanca, “la gran capital del Sur”.
Volvamos a las palabras de Carlos Pellegrini, para poder seguir contrastando las ideas de uno de los mayores pensadores de la burguesía nacional de fines del siglo XIX y principios del siglo XX con los discursos que hoy pretenden equiparar al país con el campo que sólo se dedica a llenar los bolsillos de unos pocos, exportando granos y carnes como hace 150 años.
“El libre cambio es la última aspiración de la industria, que sólo puede hallar en ella su pleno desarrollo, como la planta busca el aire libre para adquirir elevada talla y frondosa copa. Pero de que la planta necesita el aire libre para alcanzar su mayor crecimiento, no se deduce que no debamos abrigarla al nacer, porque lo que es un elemento de vida para el árbol crecido, puede ser elemento de muerte para la planta que nace. Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata a la industria naciente” (Carlos Pellegrini, diario de sesiones de la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación, 14 de septiembre de 1875).
Su maestro, Vicente Fidel López, hizo públicas por primera vez sus ideas el 21 de junio de 1873, cuando intervino en un debate como diputado nacional. Ese día remarcó que “a raíz del principio de la libertad del comercio exterior se ha producido una degeneración completa de nuestras fuerzas productivas y del adelanto social”. Y prosiguió: “Llama la atención que todos los países jóvenes, como los EEUU de América o Australia, son eminentemente proteccionistas para sus propios productos, a fin de evitar que los países nuevos caigan en la dependencia de los ya desarrollados”.
Breve “CV” de Carlos Pellegrini
Nos cuenta el historiador Felipe Pigna: “Carlos Pellegrini, el precursor de las ideas industrialistas en Argentina, nació en Buenos Aires el 11 de octubre de 1846 (…) En su tesis de graduación titulada El derecho electoral criticaba el sistema vigente y proponía una campaña de educación cívica. Decía en uno de sus párrafos: “La protección del gobierno es necesaria para el desarrollo industrial de la República Argentina”. Durante los debates producidos en 1875 en torno al liberalismo o el proteccionismo, se mostró como un vehemente partidario de la adopción por parte del Estado de políticas de protección de la incipiente industria nacional, y fue uno de los promotores de la fundación del Club Industrial.
En 1886 asumió la vicepresidencia de Juárez Celman y mantuvo un perfil bajo. Durante ese período realizó varios viajes a Europa y los Estados Unidos. Pero los descalabros del gobierno de Celman, que provocaron la grave crisis económica de 1890 y las justificadas acusaciones de corrupción y mal desempeño, convocaron a Pellegrini a un primer plano.
El 26 de julio de ese año estalló en Buenos Aires una revolución dirigida por un amplio frente opositor que, bajo el nombre de Unión Cívica, venía manifestándose contra la política juarista. Los revolucionarios dirigidos por Leandro Alem fueron derrotados, pero Celman debió renunciar.
En una carta a su hermano, decía Carlos Pellegrini: “Me dirán ¿qué hay que hacer entonces? Lo mismo que hace el agricultor que pierde su cosecha: aguantar. Se aprieta la barriga y economiza todo lo que puede mientras vuelve a sembrar. ¡Proteger la industria por todos los medios y dejarse de Bolsa, Tesoros, bimetalismo y música celestial!”.
Carlos Pellegrini sacó al país de la crisis y permitió la realización de elecciones libres en la Capital, lo que posibilitó la elección como senadores de Aristóbulo del Valle y Leandro N. Alem. Culminó su mandato el 12 de octubre de 1892 transmitiéndole el mando a Luis Sáenz Peña, y se retiró momentáneamente de la vida política hasta ser electo nuevamente senador en 1895. En 1906 fue electo diputado, pero al poco tiempo cayó gravemente enfermo y, tras un mes de lenta agonía, falleció el 17 de julio de ese año.