Carnavales eran los de antes…

Los carnavales platenses duraban varias semanas y toda la Ciudad disfrutaba del desfile de comparsas en Los Hornos, avenida 7, avenida 13, Olmos, Tolosa...

Texto: Alejandro Salamone

Aporte de material periodístico de Roberto Abrodos

Los carnavales platenses de antaño comenzaban a tener estado público mucho antes de los feriados señalados en el calendario. Ya se disfrutaban y vivían a pleno apenas la Municipalidad junto a los organizadores barriales, empezaban a emplazar varias semanas antes los palcos de madera en la céntrica avenida 7 (años ´40 ´50 ´60 y ´70), más adelante en el tiempo -principios de la década de los ´80- en avenida 13 desde 32 hasta 40, y también a colocar las estructuras en los barrios que recibían con alegría a las comparsas y murgas, como por ejemplo Los Hornos en avenida 137, muchas de ellas nacidas y formadas con todo sus coloridos en los clubes de barrio. Los integrantes de la comparsas y las comisiones directivas de las entidades, se encargaban de la vestimenta, los instrumentos y todos los disfraces para dar colorido al festejo pagano.

Durante décadas los palcos de los corsos eran similares en aspecto y tamaño, y se «remataban» cuadra por cuadra para que los vecinos ocupen sus lugares; era un acto -el del remate- con connotaciones sociales, puesto que ese derecho de sentarse en los mejores espacios generaba una puja entre las familias más pudientes. Luego, el diario local se encargaba de publicar los resultados y nombres de quienes estarías en «primera fila», quedan el resto de las ubicaciones para el común de los vecinos.

En avenida 7, desde Plaza Italia a la Plaza Rocha, se instalaba una iluminación formando guirnaldas de bombitas de colores que cubrían la calzada por sobre la arboleda en dibujos variables. A diferencia de nuestros tiempos, el sector comercial se unía a los festejos de carnaval, durante la celebración se mantenían abierto los locales y las vidrieras iluminadas, todo contribuía a que la calle 7 presentara un espectáculo fuera de lo común.

Muchos de esos negocios, fuesen del ramo que fuesen, vendían para esos días y noches gallardetes, caretas y otros elementos vinculados con el carnaval, bolsitas de papel picado, aerosoles de nieve, paquetes de serpentinas, ramitos de flores, pomos con agua perfumada, caretas, antifaces.

Se usaba mucho disfrazarse y andaban las «mascaritas» por todas partes. Y los festejos no terminaban con el desfile de comparsas, pues luego había bailes en los clubes, en las veredas, todas las familias y los jóvenes salían para divertirse y pasarla bien. Era otra Ciudad, otros tiempos, otras costumbres, hoy inimaginables.

Otro clásico de las comparsas eran las increíbles carrozas, coloridas, llenas de adornos y flores y con su reina bailando al compás de los bombos y tambores.

Los carnavales de La Plata

En ocasiones, había de a cuatro filas de carrozas que iban ida y vuelta y pasaban frente a los palcos, era tanta la gente que seguía el desfile que debían desviarse por las avenidas 51 o 53 para buscar un desahogo. En algunas ocasiones implicó también las seis cuadras de la Diagonal 80 desde la Plaza San Martín hasta la Estación de Trenes.

JURADO DE NOTABLES

Durante los corsos de antaño -siempre en los años ´40 ´50 ´60 (y hasta principios de los ´80), había un jurado de notables entre los cuales figuraba hasta el Intendente Municipal, reunido en un palco oficial generalmente ubicado en las esquinas de 7 y 51 o 53, que se encargaba de asignar los premios a la mejor carroza, al mejor coche particular, a la mejor comparsa, a la «mascarita» suelta más original.

Las competencias -que ya se traían de años anteriores- hacían que la imaginación de los concursantes se refleje en el adorno del carruaje y en la selección de los disfraces. Se preparaban durante días una chata de carga tirada por caballos simulando ser el Ocean Club de Mar del Plata -año ´30. ´40 y ´50-, por entonces un sitio distinguido de la ciudad balnearia en la zona de Playa Grande. Tenía una escalinata con barandas en su parte posterior pintadas de blanco simulando ser de mármol y una suerte de balcones a los costados con cortinados rojos en que iban parejas: ellas vestidas de fiesta, ellos de esmoquin.

Los carnavales eran muy esperados por los vecinos, era el momento del merecido festejo popular, bien popular, donde todo estaba permitido y por eso no puede negarse que existían excesos. Los corsos eran también un lugar de protesta contra los gobiernos de turno, donde cantando en coro, los integrantes de las comparsas decían sus reclamos a los funcionarios.

Pero claro, el tiempo pasó y poco a poco el Carnaval desapareció para ser solo una marca de feriado en el almanaque. Los gobiernos de turno, al menos en nuestra ciudad, poco hicieron para mantener esta tradición que, en cambio, sí se conserva en distintas provincias del país.

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