Leonardo Favio: el gran director y cantante

Un repaso por su brillante obra y sus convicciones peronistas. Sin dudas, un cineasta que ha quedado grabado en el olimpo del séptimo arte

El cine argentino es difícil de abordar muchas veces por su complejidad, las obras que conforman su historia son diversas y siempre deben ser vistas en el contexto histórico que las atravesó. Pero si hubo un cineasta que ha quedado grabado en el olimpo del séptimo arte argentino, ese es sin dudas Leonardo Favio, un artista absoluto que supo llevar su arte y su mensaje a distintos géneros tanto en sus películas como en sus canciones.

Nacido en Mendoza en 1938 comenzó a incursionar en el radio teatro de su pueblo natal Las Catitas. Al llegar a Buenos Aires, consiguió papeles en series de televisión y en algunas películas como El secuestrador (1958), donde trabajó a las órdenes de quien sería su mentor y protector dentro de la industria cinematográfica, Leopoldo Torre Nilsson. De la mano del director logró tener la financiación para realizar su opera prima Crónica de un niño solo (1964), hoy considerada por la prensa especializada una de las cintas más excelsas del cine nacional.

Esta primera experiencia le dio un impulso muy grande a su carrera, de allí vendrían sus dos siguientes películas El romance del Aniceto y la Francisca (1966) y El dependiente (1969). En sus tres primeras obras se puede observar dónde está el interés del director, y no es tanto en los hechos que ocurren sino en las sensaciones que experimentan los personajes dadas las circunstancias.

No obstante, en ese punto de su carrera comenzó el fenómeno de éxito más grande de su vida, y no fue desde la silla de director. Sus primeros discos solistas fueron de los más vendidos en la historia de la industria discográfica argentina, a tal punto que su nombre se volvió famoso en toda Sudamérica. Sin dudas sería imposible pensar las películas siguientes de Favio sin el salto económico que vivió en aquellos años como cantante.

Junto a Perón

Juan Moreira (1973), era una respuesta del cineasta a las cintas de épica nacional de su época. Torre Nilsson Había rodado en años anteriores El santo de la espada (1970) o Güemes, la tierra en armas (1971), ambas películas sobre próceres nacionales y que en todo momento eran idealizados, la cámara buscaba reflejar arquetipos de patriotas, lugares que uno debía alcanzar. Ahora bien, Juan Moreira buscaba la épica en otro lugar. Esta no es la historia de un héroe, en realidad cuenta la vida de un hombre profundamente gris, que hace cosas totalmente reprochables, pero es su entorno que lo lleva a actuar de esa forma. En resumen, es la historia de un gaucho y sus circunstancias, y cómo estas lo convirtieron en leyenda.

Luego llegaría la que sin dudas fue su obra cinematográfica más exitosa, Nazareno Cruz y el lobo (1975), basada en la leyenda del lobizón, muy conocida en las regiones rurales del país sobre el séptimo hijo varón. Aquí ya podemos ver que además de hacer un cine introspectivo, Favio narra historias con un anclaje profundamente popular, son las vidas de los perdedores de la historia o de aquellos que la oligarquía intentó hacer parecer que nunca existieron. Hay que recordar que en aquellos años, el gran director era un activo militante peronista, incluso iba a conducir el fallido acto donde Perón volvía al país en Ezeiza en 1973.

Durante la dictadura sólo pudo estrenar su cinta Soñar Soñar (1976) la cual pasó sin pena ni gloria, ya que Favio estaba prácticamente proscrito. Estuvo varios años exiliado en Colombia, y no sería hasta 1993 que volvería a dirigir una cinta tan hermosa como inolvidable: Gatica, el mono. Aquí una vez más podemos ver la épica en lo gris y en lo plebeyo, porque nos encontramos con un personaje que está lejos de ser un santo a quien idealizar, pero, aun así, funciona como una metáfora del peronismo. La cinta cuenta la historia del boxeador desde la marginalidad de su niñez hasta la gloria y la masividad alcanzada en su carrera deportiva, y cómo el dinero y los oropeles de la fama no lo mueven de su postura ante el mundo y la vida. Los planos de las tribunas del Luna Park en sus peleas rebosan de banderas argentinas como si el mismo pueblo que vivaba a Perón en la plaza hiciera lo mismo con Gatica.

Su siguiente obra es la monumental Perón, sinfonía del sentimiento (1999) un documental gigantesco de cinco horas, que podría ser la cinta peronista por excelencia y que vuelve a los orígenes del radio teatro, narrando la historia acompañado por ilustraciones e imágenes de archivo, en muchos casos nunca antes vistas. Finalmente, su última obra sería Aniceto (2008) protagonizada por Hernán Piquín, un remake de su película El romance del Aniceto y la Francisca narrada completamente a través del baile de los protagonistas.

Leonardo Favio falleció el 5 de noviembre de 2012 a los 74 años, fue sin duda uno de los máximos exponentes de arte popular y el artista peronista por excelencia. Aquel que cantara estar orgulloso de su general y que pudiera plasmar en la pantalla la épica de hombres nacidos del pueblo, sin la necesidad de obsecuencias ni idealizaciones, y cuyas historias pueden encontrarse en cualquier rincón del país. Aquel cantor y cineasta que abrazó la causa nacional como pocos y que lo resumió de forma tan sencilla: “Me hice peronista porque no se puede ser feliz en soledad”.

 

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