Carta abierta a Wado de Pedro

Wado de Pedro

Estimado Eduardo “Wado” de Pedro:

No te conozco personalmente. Pero sos un tipo que me inspira confianza, que no es poco decir en estos tiempos tan revueltos. Tenés estampa de buena persona. De alguien humilde, honesto, austero, luchador por las causas con las que me identifico, las del humanismo cristiano (más allá de creencias religiosas). En fin, que el instinto escorpiano y, sobre todo, la sabiduría que dan los años -que son bastantes- y más aún si estuvieron atravesados por duros golpes, suelen no fallar.

No lo tengo ni muy visto ni muy escuchado ni muy leído a este hombre que dijo lo que dijo sobre vos, tu tartamudez y una eventual presidencia. No obstante, no hay que conocer mucho a una persona que se expresa así; no vale la pena.

Otra expresión de odio. Otra más. Odio irracional, supino, que busca humillar, descalificar, estigmatizar. Que busca abonar aún más a una sociedad dividida, repleta de rencor, resentimiento, intolerancia. Y las sociedades así, lo demuestra la historia, son el caldo de cultivo de gobiernos autoritarios, de países para pocos, de ciudadanos que dejan de pelear por sus derechos porque saben que detrás viene el palazo en la cabeza y la pérdida del trabajo, como tantas veces ocurrió en Argentina.

Otra expresión de odio. Otra más. ¿Hasta dónde piensan llegar? … Sinceramente, esta pregunta uno se la hizo ya tantas veces que hasta cansa repetirla. Pero como lo más probable es que busquen eso, es decir, que nos cansemos, que nos resignemos, que tiremos la toalla, lo mejor es seguir insistiendo; nunca jamás bajar los brazos, aunque duela horrores mantenerlos allá arriba en medio de tanto odio.

Esas dos mujeres que violentaron de un modo intolerable a Florencia Kirchner siguen en la TV. Nada ha pasado. Vivimos en un país donde intentaron asesinar a la vicepresidenta y la jueza designada para investigar, no investiga (es la misma que debería investigar la toma de deuda y la posterior fuga de 45 mil millones de dólares que hizo el gobierno anterior condenando a generaciones de argentinos; no hace falta decir que ese “insignificante” expediente está cajoneado). Un diputado anticipó el intento de asesinato y ni siquiera le pidieron el celular. Los que pusieron una guillotina frente a la Casa Rosada, colgaron bolsas mortuorias en sus rejas, amenazaron de muerte al presidente y otros funcionarios, tiraron antorchas contra las puertas de la sede del gobierno nacional, etc, etc, etc…están campantes por ahí, y a alguno, lo invitaron hace poco a un programa de TV.

Pero no solamente no pasa nada. Lo peor es que no se trata de esas dos mujercitas y de ese hombrecito que ahora tiró contra vos: son un ejército que dispara 7×24. “Hicimos periodismo de guerra”, reconoció Julio Blanck, uno de los popes de la redacción del diario Clarín poco antes de su muerte. ¿Alguien se detuvo? ¿Algún mea culpa ante tan honestas palabras? Al contrario. Cada día doblan la apuesta.

¿Por qué tanto odio? No soy de la generación diezmada; tampoco hijo de ella. Soy de una generación intermedia, a quien la dictadura, literalmente, le destrozó la familia. No obstante, no odio. A Dios gracias, no tengo esa “capacidad”. Sólo quise, y desde mi lugarcito trabajé siempre, por una sociedad donde todos y todas vivan bien. Por una comunidad pacífica, con pleno empleo, con educación pública de calidad, con un sistema integrado de salud pública de calidad, con techo y tierra para todas y todos, por una justa distribución de la riqueza, porque los recursos naturales sean de los argentinos y no moneda de cambio para viles negociados.

¿Por qué todo eso, que estoy seguro que vos también querés, genera en ese ejército de odiadores seriales tanta bronca? “Carlitos, ¡no seas iluso!”, me diría un amigo. Iluso, utópico. A mucha honra.

Mirá, el otro día escuché a “Pitu” Salvatierra decir que en el 2011, 12, 13, en su barrio no quedaba nadie porque los “cabecitas negras” se iban a la playa. Fui testigo. Desde 2010, con mi esposa, hoy fallecida, todos los eneros nos íbamos un par de semanas a Mar del Plata y alquilábamos una sombrilla en las playas del centro. Cuando querías ir al mar, tenías que hacer malabares para no pisar a alguien. El pueblo de las barriadas se iba de vacaciones, sí señor. Y comía asado, y se compraba un celular, un autito. “Les hicieron creer”, dijo un Fulano. No. No nos hicieron creer nada. Pasó. Como entre 1946 y 1955 los humildes de la Patria vivieron los años más felices.

Pero ahora dicen que vienen a dolarizar (que le pregunten a los hermanos ecuatorianos), a reventar el Banco Central, a privatizar la educación, la salud, a dinamitar el Estado, a terminar con los derechos de los trabajadores y jubilados, a reprimir a cualquiera que se atreva a protestar. También irán por los organismos de derechos humanos gracias a los cuales en 1983 volvieron los votos, las urnas, la esperanza, la libertad.

Contaste que tu mamá, cuando balearon la casa, te puso en la bañadera y se tiró encima tuyo para protegerte; después la secuestraron y está desaparecida. Antes habían asesinado a tu papá. Y luego, vinieron por vos, que tenías dos años, y te llevaron. Tremenda historia. Y en el estallido de diciembre de 2001, cuando te dijeron que le estaban pegando a las Madres de Plaza de Mayo, dejaste de trabajar y fuiste a defenderlas; te corrieron y te rompieron la cara. ¿Cómo es posible que hayamos llegado al punto de que a alguien con esa historia, por televisión, lo ataquen por su tartamudez y digan que a causa de ello no podría ser presidente? ¿Cuándo, cómo, dónde, un sector tan importante de la sociedad se deshumanizó de semejante manera? Yo crecí en otro país. “Dime quién me lo robó…”

Y hoy, lunes 22 de mayo, viniste a Ensenada a entregarles computadoras a los chicos y las chicas de las escuelas, y ante semejante burrada, dijiste: «Para construir una sociedad inclusiva hay que cortar con los discursos de odio», y convocaste a los pibes y pibas a construir una «Argentina contra el bullying». Cuánta grandeza ante tanta bajeza.

Siempre me definí como “evitista antes que peronista”. Lo saben mis amigos. Será porque me encandila hasta hoy “Esa (Gigantesca) Mujer”. O porque, como Miguel Rep, creo que Evita fue más peronista que Perón. Pero no se trata esto de revisionismo peronista. Voy a que cada vez que pasa algo, o “pasa alguien”, o se dice o hace tal o cual cosa en el movimiento nacional, me pregunto ¿Qué haría Evita?

Y sinceramente, creo que hoy, Evita, a vos te tendría trabajando a su lado. Porque se nota que estás hecho de su madera.

Sinceramente, el ejército de odiadores seriales 7×24 parece que no va a detenerse jamás. ¿Hasta dónde piensan llegar? No tienen límite. Hay que asumirlo. Cuando hoy a la mañana mi amigo y colega Alejandro, director del portal, me envió la noticia, empecé a pensar que no había que contarla otra vez (para eso están los medios de noticias), ni entrar en análisis pseudo sociológicos, sino que había que decir que estamos cansados de tanto odio, pero que no vamos a bajar los brazos, que vamos a seguir molestando con nuestra plumita para, en este caso, abonar una sociedad de paz, pan, trabajo, techo y tierra. Porque, ¿si en Argentina está claro que todos y todas podemos vivir bien, por qué hay tantos que no lo quieren?

“Carlitos, ¡no seas iluso!”. No, no lo soy. Como dice Víctor Hugo Morales, en este país hay “un lado Magnetto de la vida”. Sí, claro que lo hay. Pero estoy totalmente convencido de que hay “un lado Wado de la vida”, y que los que estamos en ese lado somos -o volveremos a ser algún día- muchísimos más.

Un gran abrazo (evitista).

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