Nada, absolutamente nada estuvo librado al azar. El 24 de marzo de 1976, una Argentina que había logrado sobrevivir a regímenes militares, a gobiernos democráticos ilegítimos, a casi dos décadas de proscripción de su partido político mayoritario, a censuras, persecuciones y asesinatos por razones políticas y gremiales, a la intervención de sus universidades con largos y analfabetos bastones, ingresó en la más extensa, oscura y trágica noche de toda su historia. Y los efectos perduran hasta hoy.
“¿Quién cosía las capuchas para los detenidos de la ESMA? Alguna vez una mujer habrá agarrado un dedal, un hilo, una aguja. O habrá enhebrado paso a paso, con la punta de un carretel, los ojales de una máquina de coser. No sé porqué digo mujer, tal vez porque recuerdo a mi abuela las tardes de costura; no había hombres en esas tardes, en ese universo de cajas de botones y retazos de telas. Una tarde, alguien con un rollo de tela negra habrá tocado el timbre de la casa de Dorita, la que hacía los trajes para bailar el minué en los actos de la escuela o aquel disfraz de hada madrina, y le habrá pedido treinta mil bolsas, treinta mil bolsas negras. Alguna vez una mujer o un improbable hombre se sentó a coser con paciencia y esmero, como quien cose una batita para un niño por nacer, las capuchas que usaban los detenidos de la ESMA” (Clara Arias – Apología 3, Letras del Sur, 2016)
El golpe de 1976 no tuvo nada que ver con otros de la historia argentina. Fue un plan perfectamente ideado para eliminar toda resistencia popular a la clase dominante argentina que venía haciendo y deshaciendo a su antojo y para su provecho desde el siglo XIX, una vez que los unitarios derrotaron a los federales.
En nuestro país, los Federales representaron las ideas que en la guerra civil estadounidense encarnaba el Norte (independencia de cualquier potencia extranjera, desarrollo industrial a partir de las ganancias que daba el campo, reforma agraria, colonización de todos los territorios, unidad y modernización del país, etcétera). En tanto, los Unitarios portaban las «banderas» que en EEUU hacían flamear los del Sur (una colonia económicamente próspera solamente para la clase dominante, cero industrialización, prevalencia de la actividad agropecuaria y ganadera, una inmensa mayoría de la población trabajando en condiciones inhumanas para los «dueños de la nación», etcétera). La gran diferencia fue que en EEUU ganó el Norte, y aquí, los Unitarios.
Ese statu quo se topó, desde 1945, con un movimiento sociopolítico que lo desafió como nunca antes. En 1949, la riqueza nacional llegó a repartirse casi en partes iguales entre trabajadores y empresarios, y el comercio exterior (de granos y carnes) pasó a estar bajo el control absoluto del Estado, que utilizó sus insultantes ganancias para iniciar un proceso de industrialización. Se terminó con el eterno negocio de la deuda (se la canceló y Argentina se negó a formar parte del FMI). Asimismo, los trabajadores adquirieron derechos que los grandes empresarios y latifundistas no estaban dispuestos a solventar.
Así las cosas, tras el bombardeo a Plaza de Mayo y el asesinato de 400 civiles -incluidos niños y niñas de escuelas primarias-, en 1955 se derrocó al gobierno peronista. «Muerto el perro, muerta la rabia», fue el infantil pensamiento de los golpistas civiles y militares, por lo cual enviaron a Juan Domingo Perón al exilio por casi 20 años.
Pero el peronismo, lejos de flaquear, creció con fuerza y se radicalizó. Entonces fueron por los sindicatos. No obstante, si bien encontraron algunos gremialistas dispuestos a negociar «un peronismo sin Perón» (Augusto Vandor, entre otros), la mayoría del sindicalismo inició una resistencia infranqueable. Además, elaboró un plan de gobierno que hasta incluía una reforma agraria.
Entonces, el «enemigo» a vencer pasó a ser la industria nacional, que para 1974 había logrado un desarrollo enorme. Para ese año, encima, la clase trabajadora se quedaba con el 51% de la riqueza nacional frente al 49% del capital.
«Sin industria argentina, con alta desocupación y precarización laboral, pobreza extrema y represión a cualquier intento de organización obrera, las bases peronistas, el ‘movimiento obrero organizado’ que fuera columna vertebral del gobierno de 1946 a 1955 y esencia de la resistencia hasta 1973, quedarían sensible y definitivamente debilitados», fue la base ideológica de la dictadura que arrancó el 24 de marzo de 1976.
Hay un número que lo dice todo: mientras en 1974 la clase trabajadora, como indicamos, se quedaba con el 51% de la riqueza nacional, para 1983 esa participación había caído hasta el 22%. La transferencia compulsiva de riqueza a manos de los grupos económicos más concentrados fue de 30 puntos porcentuales en sólo 7 años: un proceso criminal que, al galope del terror como política de Estado, con 30.000 desaparecidos, decenas de miles de presos, exiliados y asesinados, provocó un daño gigantesco en el pensamiento y la acción (cultura) de la sociedad argentina. Así, el 24 de marzo de 1976 comenzó una debacle que hasta hoy no ha encontrado freno.
Para eso fue la dictadura. Es por ello que el golpe del 76 poco tiene que ver con los del 30, 55, 58 y 66: fue el puntapié inicial de la decadencia planificada para la mayoría de la población, de la creciente concentración de la riqueza y de un «interminable» proceso de degradación social, educativa y cultural que nos encuentra, en 2022, con la mitad de la sociedad en situación de pobreza, una fragmentación inédita del tejido social y, otra vez, con una deuda externa que condiciona el futuro de generaciones de argentinos y argentinas.
La decadencia planificada
Nada estuvo librado al azar
30.000 desaparecidos, encarcelados, torturados, asesinados, hombres y mujeres arrojados al Río de la Plata desde aviones, bebés apropiados, una sociedad paralizada por el terror organizado e infundido con el personal, las armas y demás recursos del Estado, o sea, de todos y todas. No, nada estuvo librado al azar. Todo fue planeado al dedillo para poder implementar un plan económico de endeudamiento feroz (de 8.000 millones de dólares en marzo de 1976 a 44.500 millones de dólares en diciembre de 1983, es decir, un crecimiento del 449%), concentración de la riqueza en muy pocas manos, destrucción de la industria nacional, desocupación y precarización laboral, pobreza estructural.
Todo fue planeado al dedillo. La inoculación de una cultura individualista que nos persigue -y que cada día cobra más fuerza- hasta nuestros días, que encuentra su abono en una comunidad rota en millones de pedacitos enfrentados entre sí, desconfiados, ensimismados, inertes.
“Una plan brutal como el de Martínez de Hoz (ministro de Economía de la dictadura y representante de la más rancia élite argentina) sólo puede ser impuesto por medio del terror”, dijo el historiador Felipe Pigna (ver video 2).
La decadencia planificada
“Hasta los 70, Argentina tenía índices de pobreza bajísimos para Latinoamérica (en 1974 el 51% de la riqueza nacional era para los trabajadores y el 49% para el capital); índices de educación de niveles europeos e incluso superiores, mejores que España, por ejemplo; tenía una muy buena escuela pública a la que iba el 90% de la población, todas las clases sociales; era una sociedad igualitaria que se truncó (en esa época) y apareció una pobreza estructural que se mantiene hasta hoy, con algunos momentitos de recuperación en los 2000”, relató Pigna en el contexto de una entrevista que le hicieron en julio de 2016 en el periódico español El País.
La decadencia estuvo milimétricamente planificada. A nivel nacional y, mediante el Plan Cóndor ideado en EEUU, también regional. Los civiles y militares que gobernaron mediante el terrorismo de Estado durante aquellos siete años vieron truncado su plan cuando el 14 de junio de 1982, a las 23:59 horas, los jerarcas enviados por el régimen se arrodillaron en las islas Malvinas. Llegó la transición democrática y una primavera que duró poco y nada. En 1989 se puso en marcha el operativo tendiente a completar la «obra inconclusa». Y ahora con el apoyo de los votos, el menemato primero y la alianza radical después dejaron al país entero de rodillas.
Es interesante escuchar con atención los 12 puntos del plan económico que presentó Martínez de Hoz en 1980 y compararlos con muchas medidas tomadas en dictadura pero también en posteriores gobiernos democráticos (ver video 3).
La decadencia planificada
Fueron siete años puntillosamente planificados que dejaron grandes ganadores que también llegan hasta hoy. Comparemos el crecimiento de los grandes grupos económicos entre 1973 y 1983: Bunge & Born pasó de tener 60 a 63 empresas; Pérez Companc pasó de 10 a 54; Grupo Macri, de 7 a 47; Techint, de 30 a 46; Bridas, 4 a 43; Garovaglio y Zorraquín, 12 a 41.
Soldati pasó de 15 a 35; Corcemar, 23 a 30; Alpargatas-Roberts, 9 a 24; Celulosa Argentina, 14 a 23; Arcor, 5 a 20; Fate-Aluar-Madanes, 8 a 15; Bagley, 6 a 14; BGH, 6 a 14; Bagó, 2 a 14; Massuh, 1 a 10 (Castellani, 2007, página 148).
Estatización de la deuda privada: un crimen atroz
“Las secuelas de la última dictadura cívico-militar aún no han desaparecido del horizonte nacional. El gobierno de facto no sólo dejó consecuencias en el tejido social con la sistemática violación a los derechos humanos, sino que sus políticas económicas condicionaron largamente las últimas décadas (…) Hacia finales de la dictadura, el 17 de noviembre de 1982, se llevó a cabo la estatización de la deuda de los grandes grupos empresarios privados. La deuda estatizada ascendía a 14,5 mil millones de dólares. La mayoría de los préstamos contraídos por las empresas privadas que generaron dicho monto se trataban de meras registraciones contables entre las casas matrices y las sucursales radicadas en Argentina, es decir, autopréstamos y maniobras fraudulentas” (La dictadura del 76 y la deuda – Museo de la Deuda Externa Argentina, Facultad de Ciencias Económicas, UBA).
Plan Cóndor
El Plan Cóndor fue un sistema formal de coordinación represiva entre los países del Cono Sur, respaldado por los Estados Unidos, que funcionó desde mediados de la década del setenta hasta iniciados los años ochenta para perseguir y eliminar a militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles de nacionalidad argentina, uruguaya, chilena, paraguaya, boliviana y brasileña (Cels – crédito imagen: Perfil)