Las causas profundas del subdesarrollo argentino

“Si observamos la historia de nuestra producción interior y nacional, veremos que desde la revolución de 1810, que abrió los mercados al libre cambio extranjero, comenzamos a perder todas las materias que nosotros mismos producíamos elaboradas; los emporios de una industria incipiente que hoy está aniquilada” (Vicente Fidel López - 1873)

Las causas profundas del subdesarrollo argentino (Crédito imagen: AGN)

¿Por qué el Primer Triunvirato fue derrocado el 8 de octubre de 1812 por José de San Martín y sus compañeros de la Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica, con la intervención, incluso, de los flamantes Granaderos a Caballo? ¿Por qué Vicente Fidel López, el hijo de Vicente López y Planes, denunció en la Cámara de Diputados en 1873 que desde 1810 comenzó a perderse la incipiente industria “nacional” y “del interior” hasta quedar en “la ruina”? ¿Por qué Martín Miguel de Güemes fue asesinado cobardemente el 17 de junio de 1821 por una entente entre la aristocracia porteña, la salteña y el enemigo español? ¿Por qué Manuel Belgrano desobedeció al Primer Triunvirato, que le indicó recular, y el 24 de septiembre de 1812 libró la batalla de Tucumán, una gesta clave en el proceso independentista?

Las preguntas de este tipo podrían continuar hasta el infinito. Pero vamos a concentrarnos en éstas, cuyas respuestas nos aproximan a la historia real -paralela a la oficial- que vivió nuestra Patria desde el mismísimo 25 de mayo de 1810, y de ese modo a las causas profundas del subdesarrollo argentino, que aunque parezca increíble, nació en aquellos días y perdura hasta hoy.

Porque lo cierto es que en aquellos lejanos días se produjo una revolución porteña, y desde el minuto uno comenzó a cimentarse un país con una sociedad profundamente asimétrica, desigual, que hasta nuestros días mantiene una predominancia pornográfica del Puerto de Buenos Aires y del interés de su clase dominante sobre el resto del territorio nacional.

“Mayo de 1810 no fue mucho más que un cambio de cúpula gobernante: la clase alta criolla por la española”, sentenció el escritor e historiador Pacho O’Donnell (Güemes y la lucha de clases, P/12, 16 de junio de 2021).

“En la República Argentina hay un partido que tiene su asiento en el pequeño espacio que rodea la Plaza de Mayo de la Capital Federal, y hay otro partido que tiene su asiento en todo el resto de la Nación; al primero podría llamarlo comercial, al otro lo llamaría industrial…”, sentenció Carlos Pellegrini en el Senado nacional, el 28 de septiembre de 1895.

Crédito imagen: Los Andes

La desobediencia patriótica de Belgrano

Empecemos por un claro ejemplo del desamparo porteño con que los patriotas iniciaron y desarrollaron la gesta independentista.

Hacia 1812, Manuel Belgrano se hallaba en Tucumán. Desde Buenos Aires le ordenaron “trasplantar a Córdoba la fábrica de fusiles y, de ese modo, desmantelar, desguarnecer y abandonar enteramente a la provincia del norte. Pero el creador de la bandera desobedeció al Primer Triunvirato “que sólo atinaba a salvar la Capital y su gobierno”. De no haberlo hecho, se hubiese perdido el norte argentino en medio del fragor de la guerra por la Independencia, tal como se perdió el Alto Perú.

“Junto a militares y civiles tucumanos y contingentes que llegaron desde Salta, Catamarca y Santiago, se formaron los cuerpos de caballería denominados ‘Decididos’. Muchos de sus soldados tuvieron que improvisar hasta sus lanzas con cuchillos enastados en palos y tacuaras. El 24 de septiembre se encontraron en la batalla de Tucumán, y a pesar de que el ejército realista contaba con 4.000 hombres y el patriota con 2.000, la suerte sería favorable para los patriotas” (El Ancasti, 24 de agosto de 2013).

“Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir no sólo darles nueva forma, sino aún atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo y después venderlas (…) Ni la agricultura ni el comercio serían en ningún caso suficientes a establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria” (Manuel Belgrano, 1802)

Rivadavia, el de la avenida

Desde abril de 1812, el Primer Triunvirato estaba integrado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan Martín de Pueyrredón, quien reemplazó a Juan José Paso (ya veremos porqué).

Lo cierto es que el titiritero del Primer Triunvirato era su secretario de Gobierno, Bernardino Rivadavia. “Y venía desarrollando una política muy centralista que desoía todos los reclamos del interior, el cual se encontraba cada vez más perjudicado por la política económica de Buenos Aires (¿suena familiar?), que fomentaba el libre comercio al compás de un manejo exclusivo del Puerto y de la Aduana”.

El Primer Triunvirato, digitado por Rivadavia de espaldas al interior de la naciente república, fue derrocado por San Martín, sus compañeros de la Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica (crédito imagen: Cienradios)

San Martín ya había entrado en contacto con los grupos opositores al Primer Triunvirato, encabezados por la Sociedad Patriótica fundada por Bernardo de Monteagudo. En ese contexto, creó junto a su compañero de viaje (desde España), Carlos de Alvear, la Logia Lautaro, una sociedad secreta cuyos objetivos principales eran la Independencia y la Constitución Republicana” (Felipe Pigna, El Historiador).

Los ingresos de la Aduana eran los únicos importantes que percibía la colonia. Tras el 25 de mayo de 1810, la aristocracia porteña se los adueñó por completo. Desde esa posición de poder, decidían cuánto debían pagar las provincias por cada producto que entraba (importación) y por cada producto que salía (exportación). Poco a poco fueron ahogando a las economías regionales hasta ponerlas al borde de la ruina.

Demás está aclarar que todo esto ocurría durante la revolución independentista. De manera tal que también está demás aclarar cuán bajito volaba el espíritu revolucionario de la clase dominante criolla: la porteña en particular, en articulación con algunas del interior, como veremos en el caso de Salta.

La grave denuncia del hijo del autor del himno

Vamos a dar un gran salto. Hasta 1873. Pero a fin de seguir poniendo en contexto a aquel 1810 y los intereses inconfesables que tenían algunos que la historia oficial elevó a la categoría de próceres.

El 27 de junio de aquel 1873, en la Cámara de Diputados de la Nación, Vicente Fidel López, hijo de Vicente López y Planes y maestro de un Carlos Pellegrini industrialista, proteccionista y decididamente federal que la historia oficial barrió debajo de la alfombra, advirtió: “Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior y nacional, veremos que desde la misma revolución de 1810, que empezó a abrir nuestros mercados al libre cambio extranjero, comenzamos a perder todas aquellas materias que nosotros mismos producíamos elaboradas y que podían llamarse emporios de industria incipiente… las cuales hoy están completamente aniquiladas y van camino a la ruina”.

Vicente Fidel López

La revolución del 8 de octubre de 1812

Ya van encastrando varias piezas. La siguiente fue movida por nada más y nada menos que José de San Martín, exactamente 14 días después de la desobediencia patriótica de Belgrano y del consecuente triunfo del Ejército del Norte sobre los realistas en la batalla de Tucumán (ya se sabe con quién jugaba el Gran Jefe, por si quedaba alguna duda). El 8 de octubre de 1812, fue derrocado el Primer Triunvirato.

Con los flamantes Granaderos a Caballo en la Plaza de la Victoria (hoy de Mayo), San Martín y sus compañeros de ideas y de armas se hicieron presentes para pedir la renuncia de los triunviros que sólo pensaban y actuaban en nombre de la clase alta porteña. Nació así el Segundo Triunvirato, integrado por Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Álvarez Jonte y Juan José Paso (quien regresó luego de renunciar al primer trío).

Sí, hubo una reforma agraria en estas pampas

Pero quizás la mayor muestra de clasismo y cipayismo de la aristocracia criolla quedó estampada, en aquellos primeros años de luchas, cuando se alió nada menos que con los españoles para asesinar a traición al caudillo Martín Miguel de Güemes, la tercera mayor espada revolucionaria junto a la de San Martín y Belgrano, amén de cientos de patriotas que aquí no vamos a enumerar.

Desde el Puerto de Buenos Aires se velaba por los intereses de los poderosos (como hasta hoy, vamos). Primero, los porteños. Pero luego, los aristócratas de muchas provincias -socios leales- que sólo querían conservar sus privilegios. Para todos ellos, la Revolución Independentista nada tenía que ver con un cambio en las inhumanas condiciones de vida que habían soportado los gauchos, aborígenes y negros a manos de los colonizadores.

El 24 de septiembre de 1812, tras desobedecer a Buenos Aires, Belgrano y el ejército del norte ganaron en Tucumán una batalla clave en el proceso independentista

Martín Miguel de Güemes nació en cuna de oro. En el seno de una familia de clase alta. Pero hizo suyas las más profundas necesidades, deseos y sueños del “pobrerío” de su Salta natal. Lo de Güemes para con los de su clase pasaba por una cuestión de “patriótica inquina” y de ideología.

El 23 de febrero de 1815, los definió sin medias tintas: Neutrales y egoístas: vosotros sois mucho más criminales que los enemigos declarados, como verdugos dispuestos a servir al vencedor de esta lid. Sois unos fiscales encapados y unos zorros pérfidos en quienes se ve extinguida la caridad, la religión, el honor y la luz de la justicia.

Así las cosas, Güemes no sólo conformó su ejército -al que los españoles le tenían terror- con gauchos, indígenas y negros, sino que puso en marcha políticas radicales cuando fue elegido gobernador de Salta por una Asamblea Popular: fue el caso de una reforma agraria mediante la cual se repartieron entre los humildes las tierras incautadas no sólo a los españoles sino también a los “malos americanos”, es decir, aquellos contrarios o indiferentes al movimiento libertario. Como si ahora les incautaran las 40.000 hectáreas a Joseph Lewis o las 85.000 a Ted Turner por ser extranjeros, y las tierras a las familias Blanco Villegas y Etchevehere por ser “malos argentinos”. Tal cual. Sin exagerar.

Güemes murió asesinado a los 36 años de edad por una conjura entre la aristocracia porteña, la salteña y los españoles, dejando a una viuda de 24 años y tres pequeños hijos. Fue el único general de la guerra de la Independencia que murió producto de una bala enemiga

El jefe salteño sustituyó el concepto de propiedad privada por el de propiedad revolucionaria y se arrogó el derecho a incautar fondos, animales, hombres y propiedades para sostener a las fuerzas revolucionarias” (Pacho O’Donnell).

Finalmente, la oligarquía portuaria aliada con la salteña y los españoles lo emboscaron y asesinaron el 17 de junio de 1821, unos 40 días antes de que San Martín declarara en Lima la independencia del Perú.

La aristocracia salteña, sin guardar formas, ofreció la gobernación provincial al jefe español enemigo. Aborígenes, gauchos y negros volvieron a trabajar al campo en condiciones infrahumanas. La Gazeta de Buenos Aires, en tiempos de Rivadavia, tituló: “Murió el abominable Güemes. Ya tenemos un cacique menos…« Y un país subdesarrollado por más de 200 años, hasta 2023…

La Patagonia trágica. Otro jalón del subdesarrollo nacional: fueron fusilados 1.500 peones rurales en las estancias patagónicas -principalmente en la estancia Anita, de los dueños de La Anónima- por pedir condiciones mínimamente dignas de trabajo (crédito imagen: infobae)
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