Argentina y los duendes de las soluciones mágicas

La inclinación por las soluciones mágicas es una tentación casi irresistible desde que el país es país

Crédito imagen: Cienradios

Mauricio era un niño que, cada tarde y a la misma hora, se escondía en un recoveco de la sierra, elegía la mejor piedra, y cuando pasaba el tren se la lanzaba a la locomotora. ¡Toc!, escuchaba, y se ponía feliz. Así todos los días.

Una vez, repitió los mismos pasos, hasta que ¡Toc! Fue la vez número veintisiete. Pero tuvo otro final. Porque quién sabe de dónde, aquella tarde la locomotora negra sacó una mano negra y, arrancándose un trozo de su silbido, se lo tiró a la cara.

Mauricio cayó. Sintió que se le metía entre los labios una especie de pececito movedizo. Y cuando quiso gritar ¡Ay!, le salió un ¡Piiiit!, igualito al de la chimenea de la locomotora.

Al principio estaba chocho. Se puso a jugar al tren. Reía y disfrutaba. Hasta que comenzó a preocuparse y corrió a su casa a contárselo a su mamá. Ella no podía entenderlo. ¡Pit piit piiit!, era todo lo que salía de su boca cuando quería hablar. La madre se preocupó muchísimo, y también se enojó porque no sabía si lo estaba haciendo a propósito. Llegó el padre y lo mismo. Se fue a dormir temprano.

Le escribió como pudo, porque todavía era pequeño y no sabía escribir bien, una carta a su amigo y compañero de escuela Nené contándole lo que le pasaba. Cuestión que Nené se la llevó corriendo a la maestra, la maestra llamó al padre de Mauricio y ¡Zas! Hasta llegaron a hablar de llevarlo a un psiquiatra. ¿Y eso qué es? ¿Una inyección? ¿Una purga?, pensó Mauricio, quien rápidamente puso su álbum de figuritas, dos manzanas, un pedazo de pan y su nuevo libro de lectura sobre un repasador, hizo un bulto y escapó al campo primero y a las sierras después.

Allí conoció al linyera, que al principio le dio mucho miedo, hasta que se dio cuenta de que era un viejito muy bueno que le contaba hermosas historias, compartía con él su comida, le enseñó a tomar mate amargo y, sobre todo, no le importaba su forma de hablar: “Son cosas tuyas. Cada uno tiene su propia vida”, le dijo.

Ilustración original del cuento Mauricio y su silbido (La Torre de Cubos, Laura Devetach, 1966)

Mauricio creía, como todos los niños y niñas, que la sierra estaba llena de duendes, pequeños seres traviesos con capuchas rojas que se escondían entre las rocas y en los huecos de los árboles. Y pensó: “Quizás con algún poder mágico me puedan curar”, por lo que comenzó a buscarlos aquí, allá y acullá.

–¡No los busques más!, le dijo un día el linyera-. Ellos no podrán ayudarte. Cada uno debe resolver sus propios problemas. Hay que empezar por buscar la causa y no lavarse las manos recurriendo a mamá o a los duendes (…) Todo lo que nos pasa es el resultado de nuestras propias acciones, o de las acciones de otras personas, y las soluciones hay que buscarlas allí, entre los hombres, y no fuera de ellos.

Argentina y los duendes

El cuento “Mauricio y su silbido”, incluido en el maravilloso libro infantil La Torre de Cubos (1966) de la también maravillosa escritora Laura Devetach (el mismo de La Planta de Bartolo, entre tantos otros), a algunos nos recuerda que Argentina, un país tan hermoso como el libro nuevo de lectura que el niño se llevó a la sierra como uno de sus más preciados tesoros, está repleta de duendes. Y muchísimos mauricios y mauricias, juanas y juanes, carlos y carlas, pepas y pepes… se la pasan buscándolos para ver si con “algún poder mágico” pueden curar nuestros males.

Lo que estaría faltando desde hace rato es un linyera que exclame “¡No los busquen más! Que ellos no podrán ayudarlos”. O no haría falta un sabio linyera que lo diga. Quizás deberíamos darnos cuenta solitos. Que ya somos grandes, ¿no?

Pero la inclinación por las soluciones mágicas es una tentación casi irresistible desde que el país es país.

Hay duendes temibles (crédito imagen: Ser Argentino)

Un día de noviembre de 2001, un señor llamado Carlos Melconián dijo “Si Argentina sale de esta (¿?), el modelo bancario argentino se va a exportar al mundo”. Cuatro segundos y medio después, el país entró en la mayor crisis de su historia, de la cual aún no pudo salir porque no fue sólo económica y social sino cultural. Y se venía incubando desde marzo de 1976 y tuvo un pico entre 1989 y aquel 2001.

A propósito, en esos larguísimos años, doce para ser exactos, los duendes anduvieron a sus anchas. ¿Sus pócimas mágicas? Privatizar hasta el aire que respiramos, dejar de atender las escuelas como las de Mauricio y sembrar muchos pero muchos colegios privados donde hay que pagar y no todos los chicos y chicas pueden, claro.

Pero el mayor invento fue el de un duende llamado Domingo Felipe, quien decidió que, por ley, un peso era igual a un dólar. Todo ello terminó en esa crisis socioeconómica-cultural (casi) terminal de 2001.

Ahora, un duende llamado Milei propone quemar el Banco Central, eliminar el peso, adoptar el dólar (como si fuese una cosa de voluntad propia) porque así «se terminaría la emisión y la inflación», privatizar la educación, la salud, la ciencia, evaporar el estado con un pase de magia, no construir más escuelas, hospitales, caminos, calles, rutas, gasoductos, sacar impuestos, sacarles derechos a trabajadores y mujeres y un larguísimo etcétera que ni te cuento. Lo que no explica bien es cómo haría todo eso ni sus consecuencias… detalles.

Y hay un Mauricio, que no es el del cuento de Laura Devetach, quien no hace mucho dijo que pidiéndole muchísima plata al FMI y fugándola en un pif-paf solucionaría todo en 5 minutos, que ahora quiere que gobierne el duende Milei para que, con sus recetas, acelere el efecto de las «exitosas» pócimas que él aplicó de 2015 a 2019. ¡Ay! … ¡Piiiiiiit!

¡No los busques más!, le dijo un día el linyera al pequeño Mauricio del cuento-. Ellos no podrán ayudarte. Cada uno debe resolver sus propios problemas. Hay que empezar por buscar la causa y no lavarse las manos recurriendo a duendes (…) Todo lo que nos pasa es el resultado de nuestras propias acciones, o de las acciones de otras personas, y las soluciones hay que buscarlas allí, entre los hombres, y no fuera de ellos.

La Torre de Cubos, el maravilloso libro de cuentos infantiles de Laura Devetach que, por supuesto, estuvo prohibido entre 1976 y 1983 (crédito imagen: Infobae)
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