El golpe del 6 de septiembre de 1930 y la grieta actual

Crédito imagen: Clarín

Por Emilio Augusto Raffo*

El 6 de septiembre 1930 se produjo el derrocamiento del Gobierno Constitucional de Hipólito Yrigoyen, dando comienzo a una serie de interrupciones institucionales donde la UCR fue nuevamente actora casi hasta nuestros días.

Se invocó para ello supuestos actos de corrupción, falta de acción, etc, etc, etc. (Estos y otros argumentos fueron utilizados una y otra vez para dar cabida a los golpes de Estado).

Como corolario de ello se produjo un distanciamiento entre los sectores de nuestra sociedad. Así como en el pasado fueron unitarios y federales, personalistas y antipersonalistas, este accionar produjo lo que hoy se denomina “la grieta”… Radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, divisiones que ni siquiera fue posible evitar hasta en los propios sectores reaccionarios, basta recordar azules y colorados.

Y de esta maquiavélica división, algunas veces mediática y muy bien orquestada, es difícil poder abstraerse (yo el primero).

En estos días, en donde la tormentosa crisis económica y política que se cierne sobre nuestra República nos tiene en vilo, quise detenerme un instante y ver el accionar de los seguidores del viejo caudillo derrocado, puesto de manifiesto, esencialmente, desde la Convención de Gualeguaychú hasta el presente.

Recuerdo, no obstante, aquellos principios dogmáticos del radicalismo, como por ejemplo los de la individualidad partidaria en los que se escudaron para no tolerar el acercamiento de los entonces líderes nacionales.

Si bien por circunstancias que no es el caso destacar no he participado en política, mantengo una entrañable amistad con militantes y dirigentes del radicalismo, como de otros sectores ideológicos de nuestro  país.

Sin ánimo de coadyuvar a la profundización de las divisiones existentes, debo resaltar que, como siempre, he respetado todas las ideas, y en el caso, los principios revolucionarios y progresistas y, porqué no, “populistas” (término hoy injustamente denostado precisamente por los sectores reaccionarios que alteraran el orden establecido), que enarbolara históricamente la Unión Cívica Radical, resaltando el accionar de pro hombres como Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen, Amadeo Sabattini, Moisés Lebhenson, Crisólogo Larralde, y más recientemente Ricardo Balbín, Raúl Alfonsín, por nombrar algunos de los más destacados. Pero no alcanzo a entender -por más que no me canso de preguntar- cuál es la razón por la que, por mera conducta partidaria, se estén arriando banderas y principios otrora irrenunciables del partido derrocado en 1930, primero, y luego en 1958 y 1966,  y por el golpe financiero (luego denominados fondos buitres) de 1989, dejando de lado aquel famoso apotegma “que se quiebre pero que no se doble”.

Basta recordar a un reconocido dirigente de la UCR que renunció a su cargo de Ministro por no tolerar la política económica que se iniciaba en el Gobierno de la Alianza de De la Rúa, y hasta hace poco aplaudía el fin del populismo y las políticas neoliberales que ayer denostaba. Pareciera que hoy vuelve sobre sus pasos al anunciar públicamente su parecer e indicar que “Massa parece dar más garantías que Milei”.

En realidad, cuando se critica a los radicales que evidencian una gran ceguera, fanatismo o sumisión, no debe incluirse a los muchos que aún mantienen sus principios enhiestos y a aquellos prohombres antes recordados, sino a los que en el presente parecen más cercanos a quienes derrocaron al viejo e infatigable luchador y que propiciaron los distintos golpes de Estado, con los que en definitiva mantienen una alianza desde hace más de 8 años y parecieran querer mantener aunque sean un furgón de cola.

Incluso en estos días nos sorprendemos de que en espacios destinados al sostenimiento de nuestro sistema republicano se agite el tambor del terrorismo de Estado, como una muestra más, lamentable por cierto, del intento de socavar y romper el Pacto Democrático que las fuerzas políticas llevaron adelante y sostuvieron férreamente y codo con codo en aquellos aciagos momentos de Semana Santa de 1987, reeditado luego en Monte Caseros y Villa Martelli. El silencio guardado por muchos de ellos ante el intento de asesinato de la Vicepresidenta de la Nación y la pasividad judicial en los procesos en los cuales irrenunciablemente se debería investigar, son muestra de ese distracto.

Pese a ello, desde algunos sectores de la sociedad se clama por una verdadera unidad y sostenimiento de la democracia.

Es de esperar que algunos escuchen ese llamado.

A 93 años del golpe de 1930, vaya el llamado a la unidad, al respeto y a la lucha de los principios rectores de la defensa de nuestra soberanía y justicia social.

*Ciudadano

Semana Santa de 1987: unidad nacional contra los golpistas (crédito imagen: NCN)
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