Evita sobre Insaurralde: “Dan asco. Hay que apartarlos del camino”

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En un plazo menor a las 24 horas, el candidato a presidente por Unión por la Patria, Sergio Massa, y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof -más otros y otras que uno no sabe-, no sólo le aceptaron en tiempo récord la renuncia a Martín Insaurralde como jefe de Gabinete de la Provincia, sino que le exigieron que se baje de la lista de concejales de esa fuerza política en Lomas de Zamora. Y lo hizo. En el distrito ya quitaron los carteles donde este impresentable figuraba.

Protagonizó un acto de lujuria que da náuseas, y se actuó haciendo honor a las enseñanzas que dejó Eva María Duarte. Evita fue tan Evita hasta el último suspiro que dejó un testamento demoledor titulado “Mi mensaje”, que mitad escribió y mitad dictó cuando ya estaba en sus últimos días.

Tan duro es con los que llegan a un cargo y se olvidan de dónde vinieron, con aquellos que usan ese cargo para beneficio propio o de un grupo, con los sindicalistas que traicionan a los trabajadores del pueblo, y un larguísimo etcétera, que hasta hoy en día el escrito no es muy citado. Se sigue hablando de “La razón de mi vida”, cuando la propia Evita en “Mi mensaje” dijo: “Quizás porque en La Razón de mi Vida no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo que escribir otra vez”. Es que, como dirían en el barrio, allí Eva no deja mono con cabeza. Y eso incomoda a muchos y muchas.

“Son enemigos del pueblo, porque ellos no servirán jamás sino a sus intereses personales. Yo los he perseguido en el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo (…) Tienen el alma cerrada a todo lo que no sea ellos. No trabajan para una doctrina ni les interesa el ideal. La doctrina y el ideal son ellos”

Es imperioso que las enseñanzas de Evita, que tuvo respuestas para todo y para todos, se sigan aplicando sin concesiones a todos y todas los que saquen los pies del plato del pueblo. No sirve de nada decir “pero ellos…”. Ya lo dijo Evita. Y diría Eva hoy: Comprendo más y casi diría que perdono más el odio de la oligarquía que la frialdad de algún hijo bastardo del pueblo que no siente ni comprende al peronismo.

“Declaro con toda la fuerza de mi fanatismo que siempre me repugnaron. Les he sentido frío de sapos o de culebras. Lo único que los mueve es la envidia. No hay que tenerles miedo: la envidia de los sapos nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores. Pero hay que apartarlos del camino”.

“No pueden estar cerca del pueblo ni de los hombres que el pueblo elige para conducirlos”.

“Y menos aún, pueden ser dirigentes del pueblo. Los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan. Yo los he visto también con el mareo de las cumbres”.

“Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias… me dan asco”.

“Me repugnan porque no tienen olor ni sabor. Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor”.

“Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Los indiferentes nunca se juegan por nada. Son como ‘los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes’”.

“(Y) enemigos del pueblo son también los ambiciosos. Muchas veces los he visto llegar hasta Perón, primero como amigos mansos y leales, y yo misma me engañé con ellos, que proclamaban una lealtad que después tuve que desmentir. Los ambiciosos son fríos como culebras pero saben disimular demasiado bien”.

“Son enemigos del pueblo, porque ellos no servirán jamás sino a sus intereses personales. Yo los he perseguido en el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo (…) Tienen el alma cerrada a todo lo que no sea ellos. No trabajan para una doctrina ni les interesa el ideal. La doctrina y el ideal son ellos”.

Y para que hoy los siga “persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo”, están los que deben tomar las decisiones sobre ellos y ellas, sin titubeos, sin concesiones, porque enfrente sigue estando -en algunos casos vestida con otros trajes- “la oligarquía que nos explotó miles de años” y que “tratará siempre de vencernos”. “Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad”.

Evita no solamente condenó con una dureza feroz a la oligarquía, sino a los alcahuetes de “adentro”, a quienes la llenaban de elogios a ella y a Perón pero únicamente guiados por el cargo y los privilegios personales. A los que al llegar cerca del poder se olvidan de sus orígenes, de los trabajadores y las mujeres del pueblo, de los pobres. A los dirigentes obreros que se venden al poder económico. A los hombres de la Iglesia -definiéndose cristiana y católica- que se codean con el poder y se olvidan de las enseñanzas de Jesucristo y de la letra de los Evangelios. A los “tibios” que se quedan en el medio y ven pasar la vida sin mojarse.

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