Maradona: la batalla contra los museos

El enterarse de la noticia de la muerte de Diego Armando Maradona nos hizo saber a todos que hay un antes y un después en nuestras vidas. Posiblemente supimos que no vamos a ser los mismos, pero llega el momento de preguntarnos: ¿Qué es lo que empieza ahora? La tarea de tenerlo en la memoria será compleja, pero este humilde servidor hace suyas las palabras de Sacheri “llevo el deber de la memoria”.

Entender a Diego como fenómeno es una tarea difícil. Filósofos, sociólogos e intelectuales han escrito enormes libros sobre este tema. Posiblemente, la conclusión que cualquiera puede sacar es que fue mucho más que fútbol. El chico de Fiorito que llegó a lo más alto del mundo, y que en el camino logró que los desposeídos saboreen la victoria contra sus eternos verdugos parece una oda de la antigua Grecia, pero fue real. Y no empezó en una capital europea o en EEUU, sino que comenzó en Lanús.

En sus 60 años de vida está claro que no dejó indiferente a nadie, hubo quienes lo alabaron a un nivel irracional, pero también estuvieron quienes decidieron convertirlo en el rostro de todo lo que odian. Posiblemente los de este último grupo no hayan sido los más peligrosos de todos, sino quienes quisieron convertirlo en una simple mercancía. Está claro que de los grandes futbolistas de ayer y hoy solo unos pocos no se transformaron en instrumentos de la publicidad de los dueños de la pelota.

Un caso emblemático de las diferencias entre lo que un futbolista puede tener y lo que el sistema está dispuesto a dar se vio en la década de los 80 en Brasil. De la mano de un hombre emblemático como el Doctor Sócrates, se creó la “democracia corinthiana”, un proceso en el cual los futbolistas del equipo paulista tomaron el poder y comenzaron a decidir tanto el manejo del dinero como los sistemas de juego.

El proceso llevó al club a ser campeón dos años seguidos, pero también llevó a los dueños de la pelota a hacer todo su esfuerzo para que muera en el olvido. No obstante, la forma de lograr que ciertas personas no sean «peligrosas» no siempre es borrarlas de la historia, sino meterlas en museos, tomar solo una parte de su historia para que apenas eso sea recordado. El Sócrates que no molesta es el que solo hacía goles, para que sus ideas no perduren.

El camino que comenzó tras el adiós a Diego fue el de no permitir que sea representado como un mero futbolista, que no quede en monumentos, nombres de estadios o plazas. Sus ideas y el símbolo que fue para su pueblo han de incomodar a muchos.

Del mismo modo, según el relato de los medios, Mandela fue solo un presidente que unió a su pueblo, pero no un luchador revolucionario contra el apartheid, o Eva Perón fue solo una primera dama de corazón de oro que cantaba “no llores por mí Argentina”, y no una mujer que peleó contra la oligarquía para defender a un sujeto social que siempre había sido oprimido y que atacó todos los paradigmas femeninos de la época.

Lograr que los pueblos no tengan memoria es uno de los instrumentos más utilizados para la dominación cultural, y los museos muchas veces terminan teniendo el mismo efecto que el de un congelador: solo se quedan con la superficialidad y esconden lo que el poder no quiere que sepamos. Claramente, el sistema quiere a futbolistas vacíos de contenido que solo jueguen y vendan los productos que mantienen al mercado funcionando y floreciendo.

Sin dudas, la partida de Diego hizo que un partido termine, pero que otro comience. Uno en el que Maradona no va a jugar, porque no es su tarea. Serán las futuras generaciones las que construirán un país. ¿Y qué lugar tendrá “Pelusa”? Será deber de todos lograr que aún sea un símbolo de la verdadera identidad popular, y luchar contra las futuras construcciones de un ídolo vacío que sin dudas intentarán imponer. La batalla es por la memoria de Diego y el alma de un pueblo.

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