De aquellos que saben jugar al ajedrez pero no llegan a tener el nivel para acceder a un torneo, ¿quienes no salieron corriendo a comprar un tablero luego de ver la miniserie «Gambito de Dama» con la descollante actuación de Anya Taylor-Joy quien se mete en el personaje de Beth Harmon, una pequeña y brillante jugadora de ajedrez que no para hasta ganarle -ya en su adolescencia- al campeón mundial en Rusia mientras al mismo tiempo luchaba contra sus adicciones. Dejando totalmente de lado, claro está, la segunda parte de esta historia -que fue un verdadero éxito en Netflix- la de la dependencia a las drogas y el alcohol de Harmon, los principales referentes del ajedrez de Tucumán no salen de su asombro ante un caso de similares características al de la ficción pero esta vez en la realidad, en el lugar donde ellos viven.
La historia de la ficción -la miniserie está basada en una novela de 1983 escrita por Walter Tevis- con la de la realidad coinciden en el punto de la genialidad con el ajedrez de ambos protagonistas; pero el lugar de aprendizaje es distinto entre Harmon que lo hizo en un orfanato allá por los años ´50 con William Shaibel (profesor improvisado protagonizado por Bill Camp), y Lautaro Rojas que entrena todos los sábado en Club 64 de la Buenos Aires al 700 de San Miguel de Tucumán donde estudia el juego minuciosamente y con enorme dedicación.
Lautaro vive junto a sus padres, Roxana y Franco, en la Banda del Río Salí, a 9,1 kilómetros de San Miguel, son 19 minutos en auto según Google Maps. Sus condiciones y la increíble facilidad con las que este niño de 9 años juega sus partidas y las gana, incluso de espaldas al tablero, deja realmente sorprendidos y estupefactos a los más experimentados ajedrecistas de esta zona de nuestra Argentina, como pasaba con Harmon -en la ficción- allá en Lexington, Kentucky, donde fue a vivir luego de ser adoptada por un matrimonio.
“Le gusta jugar a ciegas con el papá. Si se cae una pieza de una partida que no es muy larga, hasta sabe dónde iba. Es una mente brillante la de mi hijo. Lo miramos y no dejamos de sentirnos orgullosos como papás, pero también sorprendidos”, expresaron los padres al sitito eltucumano.com que difundió dos videos que acompañan esta nota.
“La escuela Soviética establece un límite entre los 4 y los 15 años como la etapa de mayor aprendizaje”, explican sobre el niño prodigio de la Banda del Río Salí. “Su elevación, su progreso es cada vez mayor. Habrá que ver hasta donde es capaz de hacer historia dentro del ajedrez tucumano”, dicen sobre este niño en el documental.
Lautaro Rojas, de 9 años, está sentado de espalda sin mirar al tablero de ajedrez mientras su padre, del otro lado de la mesa, le canta: “Torre F3”. Lautaro sonríe, de espaldas a su padre que no lo ve, y le responde: “Caballo D7”.
Roxana Garro es la madre del pequeño ajedrecista de Banda del Río Salí y cuenta a eltucumano.com que «esta historia comenzó hace dos años, cuando apenas tenía 7, jugaba con su tablet como cualquier niño a los jueguitos hasta que me dijo, ´mamá, esto ya me aburre’. Ahí fue cuando mi marido le dijo: ‘Cuando yo era niño, jugaba al ajedrez y a las damas. ¿Querés que te enseñe a jugar?’ Lautaro dijo sí y desde entonces no paró”.
Algo increíble ocurrió con Lautaro y el ajedrez a apenas cinco días de aquella primera vez con su papá: “Recién estaba aprendiendo los nombres de las piezas cuando nos enteramos que había un torneo en Tafí Viejo, en la hostería. Lo anotamos, participó y salió segundo en su primer torneo. Fue algo sorprendente para nosotros, era a seis partidas”, contó Roxana.
En aquel torneo inaugural para la vida de Lautaro, estaba él, dos niños más y el resto eran adultos: “Les ganó esa vez y les sigue ganando a los grandes. Después, en su segundo torneo en Tafí, también sacó el segundo puesto. Ya en un intercolegial salió campeón Sub-8 y no paró hasta el día de hoy. Ama al ajedrez, lo estudia, lo practica, lee cuatro horas al día movimientos, aperturas, partidas. Yo, como mamá, no sabía que cada cuadrito del tablero tenía nombre. Lautaro me enseñó muchas cosas”.
Lautaro aprendió a leer a los 4 años, en el jardín era abanderado, fue becado, ingresó leyendo a primer grado y su madre Roxana insiste: “Tiene una mente impresionante, va más allá de nosotros, sabe multiplicar, sabe dividir. Suena exagerado como mamá, pero no lo es. Lo miramos y nos sorprendemos”.
Los sponsor de la vida de Lautaro fueron hasta el momento esas personas que se cruzan en el camino: “Un doctor, Carlos López, le regaló su primer ajedrez profesional. Siempre le gusta jugar con blancas, pero también juega con negras. Salió campeón invicto en Famaillá la última vez. Muchas veces pensamos dónde estará el próximo Bobby Fischer, pero quizás lo tengo en mi casa».