“Mi Mensaje”, la Evita revolucionaria que esconden bajo la alfombra

El libro póstumo de Eva Duarte -su testamento político- es muy pero muy duro e incómodo. Para muchos. Para demasiados. Es por ello que hoy, a 69 años de su muerte, sigue teniendo escasísima difusión. Se trata de un texto corto que está al alcance de la mano en internet. De lectura obligatoria para quien quiera conocer a la auténtica Evita, que es lo mismo que decir, al auténtico peronismo revolucionario

Eva Perón

Eva Perón

Una Evita que sentía cómo la vida la abandonaba a sus 33 jovencísimos años recién cumplidos, escribió y/o dictó desde la cama un testamento político tan pero tan potente que no sólo estuvo “desaparecido” durante 32 años, de 1955 a 1987, sino que al ser publicado por el diario La Nación generó una extraña denuncia de sus hermanas, quienes dijeron que era un texto apócrifo. Juicio mediante, una exhaustiva investigación histórica demostró en 2006 su autenticidad. “Yo vi el manuscrito original. Me lo mostró hace más de diez años (el historiador) Fermín Chávez: un montón de hojas amarillentas. Cada una llevaba las iniciales inconfundibles de Eva”, narró el filósofo José Pablo Feinmann, a quien el Congreso de la Nación le pidió que escribiera el prólogo de la edición definitiva, presentada en esa casa el 31 de julio de 2012.

Titulado Mi Mensaje, el libro póstumo de Evita continuó y continúa, de algún u otro modo, “desaparecido” hasta hoy. Ni siquiera el peronismo, al menos en su inmensa mayoría, le ha dado la difusión que se merece. ¿Por qué? Quizás a nadie le convenga. Porque Evita deja un mensaje a todos y cada uno. Y porque se revela en toda su dimensión revolucionaria.

En los 60 y 70 se decía “Evita era la revolucionaria”, en comparación con un Perón supuestamente más conciliador. Mi Mensaje es la prueba cabal de que Evita era una revolucionaria. Al punto que no habla sólo en nombre de “mi pueblo”, sino en nombre de “todos los pueblos explotados de la tierra”. Eva era revolucionaria e internacionalista.

Y en su aquí y ahora, no solamente condenó con una dureza feroz a la oligarquía, sino a los alcahuetes de “adentro”, a quienes la llenaban de elogios a ella y a Perón pero únicamente guiados por el cargo y los privilegios personales. A los que al llegar cerca del poder se olvidan de sus orígenes, de los trabajadores y las mujeres del pueblo, de los pobres. A los dirigentes obreros que se venden al poder económico. A los hombres de la Iglesia -definiéndose cristiana y católica- que se codean con el poder y se olvidan de las enseñanzas de Jesucristo y de la letra de los Evangelios. A los “tibios” que se quedan en el medio y ven pasar la vida sin mojarse.

El testamento político de Evita es muy pero muy incómodo. Para muchos. Para demasiados. Por eso, seguramente, hoy sigue “desaparecido”. Es un texto que está al alcance de la mano en internet y que es de lectura obligatoria para quien quiera conocer a la auténtica Evita, que es lo mismo que decir, al auténtico peronismo revolucionario.

Aquí, en este nuevo 26 de julio, a 69 años de su paso a la inmortalidad, recogemos algunos fragmentos del libro.

“En la La Razón de mi Vida no dije todo lo que pienso”

“En estos últimos tiempos, durante las horas de mi enfermedad, he pensado muchas veces en este mensaje de mi corazón. Quizás porque en La Razón de mi Vida no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo que escribir otra vez (…) Mejor sería acaso para mí que callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir (pero) quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero demasiado a todos los pueblos del mundo explotados y condenados a muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar”.

Evita habla reiteradamente de esclavitud. No usa palabras políticamente correctas, pues ella no lo era. Era revolucionaria. Y por eso mismo también resalta una y otra vez la expresión libertad, que con el tiempo y hasta hoy pasó a ser “propiedad” de la derecha.

“Para ellos, para mi pueblo y para todos los pueblos de la humanidad es Mi Mensaje. Ya no quiero explicarles nada de mi vida ni de mis obras. No quiero recibir ya ningún elogio. Me tienen sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen a la raza de los explotadores. Quiero rebelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi corazón. Quiero decirles la verdad que una humilde mujer del pueblo -¡la primera mujer del pueblo que no se dejó deslumbrar por el poder ni por la gloria!- aprendió en el mundo de los que mandan y gobiernan a los pueblos de la humanidad”.

Quiero decirles la verdad que nunca fue dicha por nadie, porque nadie fue capaz de seguir la farsa como yo para saber toda la verdad. Porque todos los que salieron del pueblo para recorrer mi camino no regresaron nunca. Se dejaron deslumbrar por la fantasía maravillosa de las alturas y se quedaron para gozar de la mentira. Yo me vestí también con todos los honores de la gloria, de la vanidad y del poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra (Presté mi cara) para guardar mi corazón. Sonriendo, en medio de la farsa, conocí la verdad de todas sus mentiras. Yo puedo decir ahora lo mucho que se miente, todo lo que se engaña y todo lo que se finge, porque conozco a los hombres en sus grandezas y en sus miserias. Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria. Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle”.

“Vi desde el primer momento la sombra de sus enemigos (por Perón, a quien admiraba y amaba incondicionalmente), acechando como buitres desde la altura o como víboras pegajosas desde la tierra vencida. Vi a Perón demasiado solo, excesivamente confiado en el poder vencedor de sus ideales, creyendo en la primera palabra de todos los hombres como si fuese su propia palabra, limpia y generosa, sincera y honrada. No me atrajeron ni su figura ni los honores de su cargo y, menos, sus galones de militar. Desde el primer momento yo vi su corazón, y sobre el pedestal de su corazón, el mástil de sus ideales sosteniendo cerca del cielo la bandera de su Patria y de su Pueblo. Vi su inmensa soledad (…), sabiéndolo rodeado de enemigos y ambiciosos que se disfrazaban con palabras amistosas”.

La traición de quienes llegan hasta los ámbitos del poder también recorre todo el texto. Como se verá más adelante, Evita se adelanta tres años a la traición del entorno de Perón en 1955 (por poner un solo ejemplo, el vicepresidente Alberto Teisaire, cuyo secretario personal era el periodista Bernardo Neustadt, participó del golpe), y se adelanta 24 años a la traición del Ejército al que debería ser su pueblo, en 1976.

Hoy está de moda hablar de los outsiders (gente de afuera) de la política como algo positivo, haciendo hincapié en las más estrafalarias figuras del espectáculo y afines. Evita fue la primera gran outsider. Sólo que no se la valoró positivamente por parte del poder porque era revolucionaria.

Perón me enseñó un poco de todo cuanto pude aprender. Me gustaba leer a su lado. Empezamos por Las vidas paralelas de Plutarco y seguimos después con las Cartas completas de Lord Chesterfield a su hijo Stanhope. En un tiempo me enseñó un poco de los idiomas que él sabía: inglés, italiano y francés. Sin que yo lo advirtiese, fui aprendiendo también a través de sus conversaciones sobre Napoleón, Alejandro, y todos los grandes de la historia. Y así fue que me enseñó también a ver de una manera distinta nuestra propia historia”.

“La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón (se refiere a los años 45 y 46) creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no habían sabido sentir como yo, quemando mi alma, el fuego de Perón, su grandeza y su bondad, sus sueños y sus ideales. Ellos creyeron que yo “calculaba” con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas. Yo los conocí de cerca, uno por uno. Después, casi todos lo traicionaron, algunos en octubre de 1945, otros más tarde”.

“Desde aquellos días desconfié de los amigos encumbrados y de los hombres de honor y me aferré ciegamente a los hombres y mujeres humildes de mi pueblo, que sin tanto “honor”, sin tantos títulos ni privilegios, saben jugarse la vida por un hombre, por una causa, por un ideal (…) Aquellas primeras grandes desilusiones me hicieron ver con claridad el camino: Perón no podía creer en nada ni en nadie que no fuese su pueblo. Desde entonces se lo he dicho infinitas veces en todos los tonos de voz como para que nunca se le olvide, en medio de tantas palabras con que mienten su honor y lealtad los hombres que rodean por lo general a un presidente. Los pueblos de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que todos los gobiernos tienen en las antesalas”.

Todos llevamos en la sangre la semilla del egoísmo que nos puede hacer enemigos del pueblo y de su causa. Es necesario aplastarla donde quiera que brote si queremos que alguna vez el mundo alcance el mediodía brillante de los pueblos

“A veces los he visto fríos e insensibles. Declaro con toda la fuerza de mi fanatismo que siempre me repugnaron. Les he sentido frío de sapos o de culebras. Lo único que los mueve es la envidia. No hay que tenerles miedo: la envidia de los sapos nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores. Pero hay que apartarlos del camino. No pueden estar cerca del pueblo ni de los hombres que el pueblo elige para conducirlos. Y menos, pueden ser dirigentes del pueblo. Los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan. Yo los he visto también con el mareo de las cumbres”.

“El fanatismo, según Evita”

“Solamente los fanáticos -que son idealistas y son sectarios- no se entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay que estar dispuesto a todo, incluso a morir. Los fríos no mueren por una causa, sino por casualidad. Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia. Me gustan los héroes y los santos. Me gustan los mártires, cualquiera sea la causa y la razón de su fanatismo. El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente y heroico es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte”.

Por eso soy fanática. Daría mi vida por Perón y por el pueblo. Porque estoy segura que solamente dándola me ganaré el derecho de vivir con ellos por toda la eternidad. Así, fanáticas quiero que sean las mujeres de mi pueblo. Así, fanáticos quiero que sean los trabajadores y los descamisados. El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón. Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas no podrán ser nunca fanáticos. Porque no tienen corazón. Nosotros sí”.

“Ellos no pueden ser idealistas, porque las ideas tienen su raíz en la inteligencia, pero los ideales tienen su pedestal en el corazón (…) Tenemos que convencernos para siempre: el mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo. Quemarnos para poder quemar, sin escuchar la sirena de los mediocres y de los imbéciles que nos hablan de prudencia. Ellos, que hablan de la dulzura y del amor, se olvidan que Cristo dijo: “¡Fuego he venido a traer sobre la tierra y que más quiero sino que arda!” (Lucas, 12, 49-50). Cristo nos dio un ejemplo divino de fanatismo. ¿Qué son a su lado los eternos predicadores de la mediocridad?”.

Las citas bíblicas de Evita son correctas.

Los oligarcas “de adentro”. Los tibios

“Confieso que no me duele tanto el odio de los enemigos de Perón como la frialdad y la indiferencia de los que debieron ser amigos de su causa maravillosa. Comprendo más y casi diría que perdono más el odio de la oligarquía que la frialdad de algún hijo bastardo del pueblo que no siente ni comprende a Perón. Si alguna cosa tengo que reprocharle a las altas jerarquías militares y clericales es precisamente su frialdad y su indiferencia frente al drama de mi pueblo”.

Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor. Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada. Son como “los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes”.

La verdad cueste lo que cueste, caiga quien caiga

“Es hora de decir la verdad, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Existen en el mundo naciones explotadoras y naciones explotadas. Yo no diría nada si se tratase solamente de naciones, pero es que detrás de cada nación que someten los imperialismos hay un pueblo de esclavos, de hombres y mujeres explotados. Los imperialismos han sido y son la causa de las más grandes desgracias de una humanidad que se encarna en los pueblos”.

Hace mención explícita al “imperialismo capitalista”.

Pero más abominable aún que los imperialistas son los hombres de las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos. El arma de los imperialismos es el hambre. Nosotros, los pueblos, sabemos lo que es morir de hambre. El talón de Aquiles del imperialismo (y de los poderosos “de adentro”) son sus intereses”.

Militares y jerarquía eclesiástica

“Declaro que pertenezco ineludiblemente y para siempre a la “ignominiosa raza de los pueblos”. De mí no se dirá jamás que traicioné a mi pueblo, mareada por las alturas del poder y de la gloria. Eso lo saben todos los pobres y todos los ricos de mi tierra, por eso me quieren los descamisados y los otros me odian y me calumnian”.

Me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi amor -no lo sé todavía-, en contra del privilegio que constituyen todavía los altos círculos de las fuerzas armadas y clericales. Tengo plena conciencia de lo que escribo. Sé lo que sienten y lo que piensan de esos círculos los hombres y mujeres humildes que constituyen el pueblo (…) Yo sé que la religión es el alma de los pueblos y que a los pueblos les gusta ver en sus ejércitos la fuerza pujante de sus muchachos como garantía de su libertad y expresión de la grandeza de su Patria”.

Pero sé también que a los pueblos les repugna la prepotencia militar que se atribuye el monopolio de la Patria. Como tampoco se concilian la humildad y la pobreza de Cristo con la fastuosa soberbia de los dignatarios eclesiásticos que se atribuyen el monopolio absoluto de la religión. La Patria es del pueblo, lo mismo que la Religión. No soy antimilitarista ni anticlerical en el sentido en que quieren hacerme aparecer mis enemigos. Lo saben los humildes sacerdotes del pueblo que me comprenden a despecho de algunos altos dignatarios del clero rodeados y cegados por la oligarquía. Lo saben los hombres honrados que en las fuerzas armadas no han perdido contacto con el pueblo”.

Sindicalistas

Dirigentes obreros entregados a los amos de la oligarquía por una sonrisa, por un banquete o por unas monedas. Los denuncio como traidores entre la inmensa masa de trabajadores de mi pueblo y de todos los pueblos. Hay que cuidarse de ellos: son los peores enemigos del pueblo porque han renegado de nuestra raza. Sufrieron con nosotros pero se olvidaron de nuestro dolor para gozar la vida sonriente que nosotros les dimos otorgándoles una jerarquía sindical (…) No volverán jamás, pero si alguna vez volviesen habría que sellarles la frente con el signo infamante de la traición”.

“(A las) jerarquías clericales (…) no les reprocho haber combatido sordamente a Perón desde sus conciliábulos con la oligarquía. No les reprocho haber sido ingratos con Perón, que les dio de su corazón cristiano lo mejor de su buena voluntad y de su fe. Les reprocho haber abandonado a los pobres, a los humildes, a los descamisados, a los enfermos, y haber preferido en cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les reprocho haber traicionado a Cristo que tuvo misericordia de las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo tras la cortina de humo con que lo inciensan. Yo soy y me siento cristiana. Soy católica, pero no comprendo que la religión de Cristo sea compatible con la oligarquía y el privilegio. Esto no lo entenderé jamás. Como no lo entiende el pueblo”. Muchas veces, para desgracia de la Fe, el clero ha servido a los políticos enemigos del pueblo predicando una estúpida resignación, que no sé todavía cómo puede conciliarse con la dignidad humana ni con la sed de Justicia cuya bienaventuranza se canta en el Evangelio”.

Yo sé -y lo declaro con todas las fuerzas de mi espíritu- que los pueblos tienen sed de Dios. Y sé también cómo trabajan sacerdotes humildes en apagar aquella sed. Mi acusación no va dirigida contra éstos, sino contra quienes por egoísmo, por vanidad, por soberbia, por interés o por cualquier otra razón indigna a la causa que dicen defender, alejan a los pueblos de la verdad, cerrándoles el camino de Dios. Dios les exigirá algún día la cuenta precisa y meticulosa de sus traiciones…”.

Los ambiciosos

“Enemigos del pueblo son también los ambiciosos. Muchas veces los he visto llegar hasta Perón, primero como amigos mansos y leales, y yo misma me engañé con ellos, que proclamaban una lealtad que después tuve que desmentir. Los ambiciosos son fríos como culebras pero saben disimular demasiado bien. Son enemigos del pueblo porque ellos no servirán jamás sino a sus intereses personales. Yo los he perseguido en el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo (…) Tienen el alma cerrada a todo lo que no sea ellos. No trabajan para una doctrina ni les interesa el ideal. La doctrina y el ideal son ellos”.

No quisiera morirme, por Perón y por mis descamisados. No por mí, que he vivido todo lo que tenía que vivir. Perón y los pobres me necesitan. ¿Sabrán mis “grasitas” todo lo que yo los quiero?

“Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo sean siempre sectarios y fanáticos y no se entreguen jamás a la oligarquía. No puede haber, como dice la doctrina de Perón, más que una sola clase: los que trabajan. Es necesario que los pueblos impongan en el mundo entero esta verdad peronista. Los dirigentes sindicales y las mujeres que son pueblo puro no pueden ni deben entregarse jamás a la oligarquía. Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad”.

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