Los juegos olímpicos Tokio 2020 nos regalaron otro momento maravilloso signado por ese (a veces) insondable espíritu olímpico. Esta vez, se trata también de una conmovedora historia de vida que mucho tiene que ver con los revueltos y casi siempre injustos tiempos que vive el planeta.
La protagonista de esa historia es la atleta de Países Bajos (antes llamada Holanda) Sifan Hassan.
La deportista llegó a Europa desde Etiopía con apenas 15 años de edad y en calidad de refugiada. Hasta la increíble prueba de ayer (primera ronda de los 1.500 metros femeninos) atesoraba nada menos que cuatro récords mundiales: milla (4m12s33), 5 kilómetros en ruta (14m44s), 10.000 (29m06s82) y la hora (18.930 metros).
Cuando ya habían transcurrido tres cuartas partes de la carrera, la fondista neerlandesa se hallaba en el último pelotón (algo que suele hacer para arremeter sobre el final), cuando su colega de Kenia, Edinah Jebitok, se cayó. Sifan quiso esquivarla pero no pudo. Y cayó también.
¿Era el final de su sueño?
Nada de eso. A 400 metros para la culminación, se levantó, puso todo su espíritu olímpico sobre la pista y empezó a escalar posiciones ante la gigantesca sorpresa de sus pares, de los jueces y de todos los que estaban viéndola en el propio estadio o en las pantallas de TV.
Sencillamente, maravilloso.
Como tantas historias que nos regalan los juegos olímpicos. Como aquella que 90lineas.com destacó en estos días sobre las dos ignotas tenistas brasileñas que remontaron un 5-9 en un juego extra a 10 puntos ante dos consagradas rusas para alzarse con una medalla de bronce.
Como ese 3 a 0 del vóley argentino frente a la enorme potencia de los EEUU para entrar a cuartos de final. «Todo es posible en el profundo espíritu olímpico», en la cita del deporte mundial que tiene una magia incomparable con la de otras contiendas.
