Las mujeres de los asesinos

En estos días se ha difundido la muerte en su lugar de detención del varias veces condenado por delitos de lesa humanidad Miguel Etchecolatz. También la sentencia dictada en su contra a Roberto Guillermo Bravo; uno de los autores materiales del  fusilamiento de 19 detenidos políticos del 22 de agosto de 1972 (ver “a 49 años de la Masacre de Trelew” en 90lineas.com del 21/8/21).

Igualmente han aflorado diversas notas en las cuales se da cuenta que (en el primer caso citado) tanto su esposa como una hija del represor han repudiado al genocida e incluso esta última ha solicitado el cambio de su apellido paterno por el de su madre, como una forma de señalar enfáticamente su condena al accionar bestial de Etchecolatz.

Algo parecido ocurrió con la hija del condenado Eduardo Kalinec. En este caso el padre, a quien no le ha bastado la sentencia por los delitos cometidos, ha solicitado la declaración de indignidad de su hija quien ha manifestado el repudio al accionar de su progenitor en los años del terrorismo del Estado en los Centros clandestinos Club Atlético, El Olimpo entre otros.

Por solo mencionar dos casos paradigmáticos.

Si bien es cierto que la magnitud y salvajismo de violación de los Derechos Humanos aparece como más evidente, tal vez por lo reciente, en lo ocurrido a partir de 1976 es lo cierto que la persecución, desaparición y muerte tuvo sus antecedentes en la dictadura de 1966 con el caso paradigmático de los fusilamientos en Trelew (época en que el Ministerio del Interior estaba ocupado por un ex dirigente de la UCR del Pueblo y ex Presidente de la Cámara de Diputados en el Gobierno del Dr. Arturo Illia) y también en los Bombardeos en Plaza Mayo de junio de 1955 (con más de 300 muertos y 1000 heridos civiles inocentes que deambulaban por la misma en un día de semana en horas del mediodía) y asimismo con los fusilamientos de junio de 1956.

Quisiera detenerme ahora en la carta que el General Juan José Valle remitiera a quien en definitiva eran sus asesinos (el entonces Presidente Pedro Eugenio Aramburu y su ideólogo Isaac Francisco Rojas) cuya lectura recomiendo por ser una prueba evidente de que lo que pensaba un hombre y militar cabal frente a la ignominia encamarada en el poder.

Sólo me permito transcribir un párrafo que sirve para describir lo ocurrido entonces y repetido luego y que resulta a todas luces “premonitoria”. Obviamente el texto es elocuente por si solo por lo cual me eximiré de comentario final. Dice el patriota General Valle horas antes de ser asesinado:

”Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.”

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