Triperos y Pinchas cantaron la misma canción

La bronca de ambas parcialidades hizo que pujaran por una causa en común. Era un partido más del calendario del Nacional ‘75, con poco de gesta en la larga historia del derbi local. Pero el tiempo lo maceró con cismas de rasgos distintivos. Pinchas y Triperos contra dirigentes, policías y un sistema especulativo que repetía el desplante al hincha. Y la respuesta del tablón con un solo grito de batalla: “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”. A 46 años, la tarde que la canción fue la misma…

Domingo. Fines de octubre del ’75, en La Plata. Ciudad aún dominada por casas bajas y modales pueblerinos, marcada con fuego en cada noche, en cada calle, entre militantes universitarios, gremiales, barriales, que indagaban algún destino político sin el equilibrio del mito Perón con vida.

El interzonal del Torneo Nacional que haría bicampeón anual a River ponía en juego otra fecha del cruce de clásicos. Gimnasia y Estudiantes iban por la revancha del lado tripero del bosque: se jugaba el honor de la gastada del lunes a la mañana, la sinrazón de los colores hasta el próximo partido, la patriada de siempre que dice igualar coyunturas y actualidades deportivas cada vez que unos y otros se enfrentan.

Crónica de Mercurio, publicada el lunes 27/10/1975, en el diario El Día

*********************************************************************************************************

La Plata había amanecido destemplada. Humedad e indicios de lluvia desde la primera mañana; en la ciudad y en varias zonas del Gran Buenos Aires y la Capital, lo que puso en duda, desde el mediodía, la disputa de otros partidos de esa misma fecha del fútbol oficial de AFA.

El diálogo apurado, efímero, de último momento, se habrá escuchado en cada barriada platense desde que, aprontado el domingo, el indicio de tormenta mutaba en lluvia persistente aunque aún tenue: el impermeable y el paraguas bajo el hombro, camino a la cancha, todavía se habituaban rasgos culturales del fútbol argentino. Nadie lo simulaba como hipotética punta de lanza casera contra rivales o árbitros de turno.

La expectativa por el partido, empero, no trascendía el límite de hinchismo que cualquier clásico de estos impone por presencia de la historia. Sí lo hacía algo más trascendente la posición expectante que Estudiantes mantenía en su grupo clasificatorio (“Que Estudiantes se tenía fe, lo demostró la popular, muy compacta y más poblada que otras tribunas”, sinceraría Mercurio en el diario El Día) en la pelea mano a mano por uno de los dos cupos a la fase final, con River (campeón vigente del Metropolitano) y Huracán, otro gran animador de los torneos de época.

Se perfilaba una convocatoria regular que apenas si alcanzaría el promedio general histórico. Es que con el transcurso de la tarde y los chaparrones aislados, muchos elegirían la transmisión de radio Provincia (sin la existencia aún de las FM, la emisora de cabecera del hincha de Estudiantes y Gimnasia) a la presencia en directo de la cancha. Los dirigentes de Gimnasia, con el presidente Venturino a la cabeza, presagiaban ya entrada la tarde que no sería la convocatoria que, creían, el partido tendría. El clima no ayudaba: un poco deseable punto de partida.

Así, entre un grupo menor aunque influyente de dirigentes de ambos clubes se iba cimentando, en uno de los palcos de la platea techada, la “conveniencia” tácita de que el clásico pudiera ser suspendido y reprogramado para martes o miércoles. Querían, claro, la recaudación prevista para una tarde de sol y clima piadoso: junto con la llegada de Boca y River a las canchas del Bosque de los clubes platenses, el clásico era “el” partido de recaudaciones extraordinarias que permitía un buen hándicap de dinero por venta de entradas generales y plateas; el duelo que hacía la diferencia al momento de contar pingos en la oficina de tesorería el día lunes.

La decisión se imponía con fuerza de indiscutible sólo en ese selectivo grupo; más cuando, pese a la llovizna, se autorizó que a las 14 las reservas jugaran como previa del duelo de Primera. Ahí asomaba el decreto “no escrito” para la tribuna y el hincha de a pie que a último momento, en la sobremesa del almuerzo, había decidido ir a la cancha del Lobo. La ecuación de diagnóstico se imponía por sentido común: Lito se lo dijo al Negro Bernal ya en la puerta de Bacci, dos y media de la tarde.

El choque de fondo no corría riesgos de suspensión. Sentido común, el de Lito y, de seguro, el del resto de los hinchas.

Crónica del diario La Prensa, 27/10/1975

********************************************************************************************************

“De común acuerdo”

¡Cómo será la cañada si el perro la cruza al trote!, comulga el popular refrán. El diario El Día sinceró, a modo de editorial, en la edición del lunes, la “equivocación de los dirigentes”. Y fue por más, poniendo en órbita otras posibles causas de la suspensión: “¿o acaso es que suponían que los que habían aguantado a pie firme el aguacero iban a aceptar que se les privase de su fiesta porque los directivos necesitaban ponerse a cubierto de los riesgos de una recaudación menos sustanciosa que lo calculada?”

Media hora antes del inicio previsto para el partido principal, pasadas las 15:30, se produjo el pico de lluvia: de intermitente, la tormenta tomó gran intensidad y en pocos minutos convirtió en un lodazal la zona del mediocampo y las áreas de ambos arcos. Ese atenuante clave, sin embargo, no fue excusa condicionante para los cronistas que cubrieron el clásico: se dijo que la cancha no impedía que el clásico se jugara y que, aún en peores condiciones que las de aquella tarde, se habían desarrollado partidos en el reducto de Gimnasia en Iraola y 118. Las motivaciones olían desaforadas: entre populares y plateas no se habían vendido más de diez mil entradas, según el cálculo de los dirigentes en la previa, un número más que menor para un partido de tamaña importancia.

Tapa del diario El Día, lunes 27/10/1975, con los incidentes en la cancha de Iraola y 118

*********************************************************************************************************

Los hinchas llevaban casi dos horas en los tablones soportando la lluvia. La impaciencia apenas se atenuaba con el juego intenso de los pibes de la Reserva que lo jugaron a cara de perro.

Promediando el partido, y con ventaja para Estudiantes, Néstor Gatti dijo “Final” tres minutos antes de lo previsto. El descontento ya había mutado en incidentes; y graves: desde la tribuna del Lobo le apuntaron al árbitro con un piedrazo. “Nos bombearon de nuevo”, se quejaban a coro.

Pero la bronca se acentuaría, como pocas veces, cuando por los altoparlantes anunciaron la suspensión definitiva del partido principal después del “acta acuerdo” firmado por las comisiones directivas de ambos clubes.

La decisión se daba en simultáneo al cese de la lluvia y un clima, de a poco, mucho más amigable, que incluso traslucía los primeros rastros de una tarde fulera pero con sol.

La prematura postergación del clásico tras dos horas de hinchas empapados y a la intemperie, y que ésta se decidiera sin que mediara la aparición del árbitro Roberto Barreiro, que aceptó la decisión unilateral de los dirigentes sin salir a la cancha a mostrar el pique de la pelota en las zonas anegadas, hicieron el resto.

********************************************************************************************************

La bronca unió a las hinchas

Escribiría la pluma de Mercurio, el lunes 27 de octubre, en la columna de El Día, a horas del fallido domingo: “Tanto devanarnos los sesos para saber bien a ciencia cierta quién es el gran culpable de la cosa y resulta que los hinchas atronaron la cueva de las grutas, los claustros de las facultades de la avenida 60 y el barrio del Mondongo, con el estentóreo estribillo de acuerdo para silbar a dúo: ‘Aquí están, estos son, los que hunden la nación…’

El fanataje estaba desalmado, mufado y empapado. Habían formado $4.400 y algunos tirado el talón que les servirá para el miércoles (sic). La reacción ante la suspensión fue explosiva. No bien el locutor chapó el micrófono, mientras se abrazaban en el centro los terceristas pinchas que habían ganado un match a garrón duro, y en cuanto las gradas oyeron ‘¡Atención! ¡Atención! De común acuerdo entre las dirigencias de ambos clubes…’, una rechifla de órdago ahogó a la voz del estadio. Romanos y cartagineses se ponían de acuerdo para silbar a dúo. Desde ese momento, tomó la iniciativa el piberío mens sana para reafirmar su disgusto en forma contundente. La ira iba in crescendo, encaminada a recriminar a los dirigentes. Escuché la insólita clarinada: ‘Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…’ y opté por abandonar la cancha cuando el tiempo ‘abría’ y la bronca estaba en su apogeo. Leeré qué pasó pues no soy cronista policial; simplemente, un entristecido comentarista”.

Equipo de Estudiantes en la temporada 1975, donde sería subcampeón del Nacional.

*********************************************************************************************************

“Asesinos, asesinos”

El locutor del estadio confirmó, nomás, que se postergaba el clásico a las cuatro menos cuarto tras horas de hinchas en los tablones esperando bajo un aguacero. Se insinuaba algo de sol, la lluvia había amainado, pero ya no habría juego. Octubre del ’75: las tres A operando, lo peor de los rancios al mando de la Bonaerense y los militares probándose el traje represivo que se pondrían en seis meses.

Los primeros en reaccionar fueron los de Gimnasia. Después de agredir con piedras al árbitro de Reserva, de la tribuna popular bajó un grupo que en minutos se perfiló por la ochava de acceso a la techada al grito de “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”.

Pinchas y triperos, todos en bloque, todos en uno; y la historia oral, que cuenta en su lado B que muchos de la barra de Gimnasia abrieron un portón para que entrara el grupo de pinchas que los apoyaban. Hubo insultos para el presidente Venturino e intentos de agresión cuando se colaron al palco oficial. En las filas inferiores de la platea, otro grupo descolocó varias hileras completas de asientos y los arrojó a la cancha. Los que ya estaban en los jardines, sobre el lateral de calle 118, arremetieron contra el cuarto de intendencia, el buffet, las instalaciones de la oficina de tenis y el sector de las cabinas de prensa.

Todo lo que quedaba en pie, se descargaba a fuerza de bronca. En otra esquina de la popular del Lobo, prendieron fuego algunos tablones y la policía entró de prepo a desalojar con gases y porras de goma. La escena se completaba enfrente, con la bronca de los de Estudiantes apoyando a los triperos desde la, todavía, colmada popular visitante: “Y rompa. Y rompa. Y rompa Lobo, rompa…”, tronaba.

Se apostó enseguida otro grupo de policías, ahora para reprimir y disuadir la tribuna visitante que se había “solidarizado” contra la respuesta de la milicada hacia sus vecinos triperos. Ingresaron por la parte inferior. Los pinchas respondieron arrancando parte del alambrado para guarecerse del humo de los gases; y apedreando la cabina de transmisión de radio Provincia, que aún en esa época estaba sobre el hueco de la salida lateral de la tribuna de avenida 60, en la mitad exacta de la cancha. Ahí se unieron los tripas en apoyo a los albirrojos: “Asesinos, asesinos…”, bajaba el grito desde la local, defendiendo al rival de siempre.

Una hora después de suspendido el partido, y con la cancha tomada por los gases lacrimógenos que se propagaron con el viento por todos los sectores, los hinchas se habían retirado. Algunos se juntaron en el centro y apedrearon las dos sedes sociales. El partido se jugaría a las 48 horas y en horario nocturno, como si buscaran exorcizar la unión de los colores, la amistad de Lito y el Negro Bernal o esa misma canción de repudio que, espontánea, surgió para la “batalla” en las dos tribunas: “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”

Equipo de Gimnasia, temporada 1975

 

Salir de la versión móvil