El festejo interminable que asombró al mundo y preocupó a muchos

El triunfo argentino en Qatar representa un símbolo que no debe ser ignorado

El festejo interminable de Argentina por obtener la copa en Qatar asombró al mundo y preocupó a muchos

Por Roberto Pascual

Para Argentina y los argentinos ganar un Mundial de Futbol es mucho más que un mero logro deportivo. Las millones de personas que salieron a las calles en un festejo interminable, al decir de la banda Bersuit Vergarabat llevó “La argentinidad al palo”.

Y si la fiesta inigualable resucitó términos que parecían olvidados como “muchachos” también dejó en claro la necesidad de compartir en las calles la alegría, con el hermano, con el amigo, con el vecino y también con ellas, que como nunca antes dijeron presente y con los más chicos, estuvieron omnipresentes en las celebraciones.

Sería mentiroso para quien esto escribe decir que ganar la calle en la celebración fue inédito. Luego del 6 a 0 a Perú las calles estallaron, quizás más que luego del triunfo final ante Holanda. Y aún tiene grabado en las retinas, las interminables columnas que desde el Barro El Mondongo y aún más allá se dirigían a 7 y 50 para hacer el aguante o festejar cuando eliminamos a los ingleses en el 86, elevando a Diego a la categoría de Dios y aun cuando en el 90 no pudimos con Alemania, en el mismo Mundial que consagró a Sergio Goichochea para siempre.

Pero en este fin de 2022 adquirió contornos épicos, incomparables.

El mundo miró asombrado a las muchedumbres festejando. Asombro por la magnitud, por los millones de personas que apenas buscaban ver por instantes a sus ídolos o incluso sólo para compartir una dicha incomparable, probablemente irrepetible.

Pero aún más maravilló el comportamiento de esas multitudes que dejaron atrás todo posible acto violento para hacer la fiesta completa.

Mucho se escribió y sin dudas mucho más se analizará sobre las razones sociológicas de esta masiva muestra de euforia en un país jaqueado por un malestar real o inventado.

Es cierto que el fútbol en Argentina mueve multitudes y supera el mero hecho deportivo. Miles de apasionados hinchas se movilizan para alentar cada semana a sus respectivos equipos en esa profesión de fe en que se ha convertido “el aguante”.

Pero el caso de la Selección es único e irrepetible, en especial con la Scaloneta, que se ganó el cariño hasta en los rincones más inesperados del mundo haciendo elevar el festejo argentino  como un símbolo del ser nacional que supera las fronteras.

El fenómeno en gran parte puede ser atribuido a las virtudes de un Leonel Messi, que por casi dos décadas se mantiene en el pedestal más alto, del deporte contemporáneo por excelencia.

Aun así, ni siquiera esto explica semejante desborde emocional, que sicólogos, sociólogos, antropólogos e intelectuales de las más diversas disciplinas trata de interpretar.

Desde los medios más críticos al Gobierno y de buena parte de la oposición política se trató de ver en este bullanguero,  pacífico y alegre estallido social una muestra de la necesidad de la población de un festejo en medio de tanta “malaria”.

Quien esto escribe tiene una interpretación bastante discordante con esta visión. El fútbol en Argentina como en otras naciones, en especial latinoamericanas, es un componente destacado de la identidad nacional. Permite cohesionarnos y ubicarnos entre las naciones del mundo y al revés de lo que sucede con otros rubros demuestra que somos capaces de trascender. En parte por la propia habilidad de los protagonistas y de allí el recuerdo imborrable de Maradona. Pero también como demostración de trabajo en equipo y los resultados que se pueden obtener a partir de una adecuada planificación y objetivos bien definidos.

Es en este contexto donde la revaloricación de la argentinidad representada por el fútbol, pero también por las miles de banderas celestes y blancas que coparon los estadios en Doha, que  ganaron las calles en Qatar, en todas las grandes ciudades del país y en muchas capitales del mundo habla de una potencia social difícil de igualar.

Los argentinos somos amantes de las calles. Por ellas transitan buena parte de las alegrías, pero también de los reclamos y los sinsabores que nos aquejan. Las calles, de alguna manera nos igualan porque en ellas confluyen tanto los productores agropecuarios que se quejan por las retenciones, como los desocupados que exigen mejoras en los planes sociales.

Es además el gran escenario donde se juegan buena parte de las disputas y de la suerte política aún antes de que se defina en las urnas.

Lo cierto es que las manifestaciones populares multitudinarias siempre preocupan al poder real. Las saben inmanejables y capaces de transformar cualquier equilibrio político e incluso temen que puedan decantar en transformaciones sociales, algunas de las cuales prefieren no recordar.

Este rechazo a la movilización popular en gran parte explica el deseo explícito de que los integrantes del Seleccionado campeón del mundo no se reuniera con el Presidente de la Nación y la búsqueda de ponderar el trabajo de los conducidos por Scaloni como un ejemplo de meritocracia y de un rumbo previsible que debe seguir el país para salir de la crisis en la que se esfuerzan en sumergirnos.

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Pero esta visión oculta la otra parte de la realidad, esa reafirmación de la argentinidad hecha además en forma alegre, pero también con rebeldía. Una rebeldía que permitió sobreponernos a cada circunstancia adversa.

Esa misma rebeldía que ha permitido a los argentinos levantarnos una y otra vez del abismo en que nos sumergió muchas veces las malas administraciones, pero también un histórico “cipayismo” de los sectores más poderosos del empresariado nacional.

Una rebeldía de la que otra vez no dio muestras el Gobierno nacional, para surfear las críticas y recibir en nombre de todos los argentinos a quienes no sólo nos representaron muy dignamente con su actuación, sino que también hicieron revivir el orgullo de la argentinidad.

Por eso el espíritu mundialista no solo debe ser  fogoneado, sino también hay que combatir a todos aquellos que quieren transformar un significado al que temen. La fiesta los espanta, porque temen que sea completa.
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