La culpa fue del Winco

Historias de malones, “amores infantiles” y descubrimientos musicales de chicas y chicos que, sin saberlo, estábamos protagonizando el ocaso de la era dorada de la escuela pública y de la industria nacional, y la fase final del pleno empleo

El tocadiscos Wincofón fue creado por dos argentinos en 1954 y fue furor hasta mediados de los '70, cuando la importación masiva abierta por la dictadura provocó el cierre de la fábrica (Crédito imagen: El Cronista)

Estaba en un rincón del living. Y no precisamente en penitencia. Pequeño y liviano, ubicado sobre una mesita con ruedas diseñada y fabricada a su medida, el tocadiscos Wincofón era el rey de la casa. Desde su parlante, que formaba parte del aparato, sonaban los tangos o los temas de jazz que escuchaba mi viejo, algún bolero o canción folklórica que elegía mi vieja -poco afecta a la música, en verdad-, los discos de Música en Libertad y Alta Tensión de mi hermano mayor, mezclados con Vivencia, Alma y Vida y los Beatles, y los de rock de mi otro hermano y sus amigos. Yo era el menor. En 1973 tenía 8 años. Fue cuando me hice rockero.

El Winco, como todos lo llamaban, en mi caso fue “el profesor de música por excelencia”. Pero, sobre todo, fue el animador de las fiestas de cumpleaños y de los malones (que algunos bautizaron farándulas o asaltos) de mis hermanos, y, pongámosle que desde los 10 años, en quinto grado de la primaria, de mis propios cumpleaños y malones y de los de mis compañeros y compañeras de escuela.

1973, 1974, 1975… Y por ahora, frenemos ahí. Éramos niños y niñas que íbamos a la escuela del barrio. Exactamente, la Primaria Nº 2 quedaba a una cuadra de casa. La inmensa mayoría de los compañeros de grado éramos amigos del barrio y viceversa. Quien vivía lejos, junto con algún otro u otra, era Marcelo “Nacho” Marcicano, a quien nombro especialmente por una cuestión de amistad, pero, en el marco de esta nota, también porque recuerdo el garaje de su casa como otra “sede” de malones. En rigor había tres o cuatro, que iban rotando.

Estábamos viviendo una época muy particular. Convulsa pero a la vez “de oro” para el país. Porque 1974, es decir, 48 años atrás, fue el mejor de la Argentina en muchos sentidos. Y a los testimonios de empresarios e historiadores me remito: En aquel 1974 se registraron los indicadores de actividad industrial y de participación de los asalariados en la economía (+51%) más altos de nuestra historia, así como las tasas de desempleo (2,7%) y desigualdad más bajas, como resaltó el 2 de septiembre de 2015 el entonces titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez.

“Argentina tenía índices de pobreza extrema bajísimos para Latinoamérica; índices de educación de niveles europeos e incluso superiores, mejores que España, por ejemplo; tenía una muy buena escuela pública a la que iba el 90% de la población, todas las clases sociales; era una sociedad igualitaria que se truncó (desde 1976)”, dijo Felipe Pigna durante una entrevista que le realizó un periodista de El País de España en julio de 2016.

Estábamos protagonizando -sin saberlo, claro- la etapa final de la escuela pública de excelencia y la fase final del pleno empleo y del auge de la industria nacional. De hecho, el Winco era industria nacional.

Crédito imagen: Pinterest

El Winco fue creado por Raúl Antonio Vega en 1954. Con apenas 22 años y “junto a su socio Dante Poleno invirtieron 400.000 pesos y abrieron los primeros talleres de Winco en Ramos Mejía. La compañía no quería hacer tocadiscos comunes y corrientes, sino que empezó a fabricar una versión automática, la cual permitía cambiar la bandeja simplemente apretando un botón. El Wincofón penetró fuerte dentro de los consumidores, aunque algunos expertos lo miraban de reojo porque decían que el peso de su brazo arruinaba los vinilos. En su momento de apogeo, la firma llegó a fabricar más de 27.000 unidades por mes (…) No obstante, la política económica de apertura de importaciones durante la última dictadura militar puso en jaque su negocio. Winco fue perdiendo peso hasta que en 1980 dejó de operar” (“Se hizo famoso por su tocadiscos y ahora vuelve con batidoras y aspiradoras”, por Javier Ledesma – El Cronista – 18/11/2021).

“No toques los discos”

A un chico de 8, 9, 10 años, sus hermanos mayores no lo dejaban tocar los discos. Daban por sentado que los podía rayar. Y uno hacía caso. Hasta que se iban, claro.

Recuerdo esos días de mañanas en la escuela y tardes en el living, solo, con discos de Almendra, Aquelarre, Pescado Rabioso, Color Humano, Pappo’s Blues, Génesis, Yes, Deep Purple, Led Zeppelin, Emerson Lake & Palmer y tantos otros frente a mí. También estaban los de Música en Libertad, Alta Tensión y decenas de simples con música comercial. Pero no. Ya desde los 8 años ponía en el Winco aquellos discos de rock nacional y extranjero.

¿Qué lleva a un chico de 8 ó 9 años a escuchar ese complejo rock progresivo que hacía Yes en vez de la canción bailable de moda? ¿O aquella perfecta mezcla de rock y música clásica de Emerson Lake & Palmer antes que los Beatles? ¿Acaso hay un gen rockero? Totalmente consciente de que acabo de escribir una estupidez, me inclinaré por la hipótesis de mi amigo Alejandro: “Determinada música conmueve a algunos y a otros no. Punto. No hay más historia”. Al hueso.

Y así escuchaba una y mil veces “Sé lo que me gusta (en tu guardarropas)”, de aquel Génesis de cinco integrantes, con Peter Gabriel como líder y cantante. Con el tiempo me abocaría a la lectura sobre música y descubriría que esa banda de rock progresivo se formó en 1967, y que aquel LP titulado “Vendiendo Inglaterra por una libra” se grabó en 1973. Dos años más tarde se iría Gabriel y en 1977 lo haría el guitarrista Steve Hackett. En el ’78 quedaron tres, con Phil Collins como vocalista.

El Winco fue creado por dos argentinos en el año 1954. Fue una verdadera revolución pues permitía programar la música en forma automática. El furor continuó hasta la segunda mitad de los ’70. Para entonces, la apertura de importaciones dispuesta por la dictadura cívico-militar lo puso contra las cuerdas, como a toda la industria argentina, y en 1980 la fábrica Wincofón dejó de operar

Luego me fascinaba el tema Burn, de Deep Purple, incluido en el álbum homónimo de 1974. Y por allí también estaba esa joya titulada Led Zeppelin IV, con Escalera al cielo y Rock and roll, pero vaya a saber porqué, la púa del Winco cuando mis hermanos no estaban giraba una y otra vez sobre Black dog, o Perro negro (leer en detalle las contratapas de los LPs me ayudó bastante con el inglés, de paso).

Sé lo que me gusta en tu guardarropas (Génesis – 1973)

Perro negro (Led Zeppelin – 1971)

Y ahora sí, los discos de colores

Cuando se organizaba un malón o farándula, el esquema era sencillo: los chicos nos encargábamos de la bebida y las chicas de la comida. Coca Cola, Seven Up, Crush… Palitos, Chizitos, sanguchitos de jamón y queso, pizza, algo dulce. Y toda la pilcha encima.

Para el caso, se imponían los discos de Música en Libertad, Alta Tensión o los simples con canciones bailables. No se podía bailar Yes ni Pescado Rabioso, desde ya.

Para los adolescentes, o más bien los jóvenes, ya estaba la grieta de rockeros versus comerciales. Nosotros, con nuestros 10, 11, 12 años, nos acomodábamos fácilmente a la situación.

Hasta mediados de los años ’70 todavía se usaban los discos de aquellos programas televisivos, que tenían la particularidad de estar impresos en colores. Luego llegarían las bandas de sonido de películas como Fiebre de sábado por la noche y Grease, así como las reinas de la música disco, Donna Summer y Gloria Gaynor, entre otras opciones.

De boliche en boliche (Los Náufragos – 1970)

Stayin’ Alive (Bee Gees – 1977)

El Winco traía una perilla que servía para programar la velocidad que el disco necesitaba: 16, 33, 45 ó 78 RPM (revoluciones por minuto). Para inicios y mediados de los ’70, ya se usaban solamente 33, en el caso de los long play, y 45 en el de los discos simples

El Winco tenía una característica muy particular: se podían poner varios discos simples (vinilos pequeños con una sola canción) que iban sonando uno tras otro. Pero ese esquema tenía un tope. Pues si se colocaban muchos discos simples (sinceramente no recuerdo el número) llegaba un momento en que los vinilos empezaban a girar en falso, de manera que la voz del cantante o de la cantante comenzaba a tornarse lenta, cada vez más lenta, hasta que se “apagaba”. En realidad era un momento cómico que se solucionaba fácilmente.

Lo realmente importante de aquel “milhojas” de discos simples tenía que ver con una costumbre de la época: cuando un chico sacaba a bailar a una chica, ella volvía a sentarse o a charlar con sus amigas al finalizar la canción, pero… Si la chica se quedaba en la “pista de baile” (living, garaje o patio de la casa) a esperar la siguiente canción, era un signo inequívoco de que se sentía cómoda con aquel compañero. Y si no regresaba con sus amigas y esperaba un tercer tema, no había dudas: se gustaban.

La pista de baile en los malones era el patio, el garaje o el living de una casa (Crédito imagen: TVC)

Cómo funcionaba el Winco (Por Héctor Pagani Re)

Que a una chica la sacara a bailar el chico que le gustaba era el inicio de una muy buena tarde-noche para ella, y para él lo era que la chica se quedara a bailar varios temas. Por el contrario, como chicos y chicas se ponían a un lado y a otro del salón de la casa, para los varones era un gran riesgo cruzar todo ese espacio y recibir una negativa cuando invitaban a bailar a una compañera. El papelón a veces estaba servido.

Cruzar aquellos 10, 15, a lo sumo 20 metros para decirle “¿Bailás?” a la chica que a uno le gustaba era, sin exagerar, el equivalente a cruzar la cancha de River en soledad. Y del otro lado estaba el sí o el no que marcarían el ánimo de cada uno por el resto de la fiesta. O no, en caso de que no existiese un “encantamiento” de parte del chico o la chica sino simplemente una simpatía.

Y a propósito de papelones, ni hablar cuando estaba de moda un paso de baile y, como en mi caso, uno no podía sacarlo. Eso implicaba, lisa y llanamente, no poder bailar. Recuerdo particularmente, ya cerca de 1976, 1977, cuando desembarcó el disco de Fiebre de sábado por la noche, un éxito como pocos se han visto, un baile basado en saltitos hacia izquierda y derecha llamado “chipi-chipi”. Creo que fue una de las causas por las cuales, desde 1980, me dediqué a pasar música. Nunca jamás volví a bailar en un malón, salvo los lentos.

Hablando de lentos, los Bee Gees siempre estuvieron al pie del cañón. Por ejemplo, con Corre hacia mí a inicios de los ’70 o con Qué tan profundo es tu amor desde el lanzamiento de Fiebre de sábado… en 1977.

Corre hacia mí (Bee Gees – 1972)

Qué tan profundo es tu amor (Bee Gees – 1977)

La revancha era “terrible”

¿Qué no pude bailar en toda la noche por culpa de ese endemoniado pasito de baile? No importaba. El rock era realmente redentor. Al día siguiente, escuchar esa obra maestra de Yes llamada Lo tuyo no es una desgracia; o aquel tremendo riff de Canto desde el fondo de las ruinas de Aquelarre (sin saber a los 10 años que aquello era un riff, y menos aún que con el tiempo sería considerado uno de los mejores del rock nacional); o esa mezcla de rock, bossa nova y jazz que Almendra creó en los albores del rock nativo y que llamó Que el tiempo borró tus manos, sinceramente hacía olvidar una mala fiesta.

Hacia 1980 llegarían las bandejas tocadiscos japonesas o estadounidenses con luces estroboscópicas, los amplificadores de sonido y los bafles. El sonido de esos equipos era realmente cautivante. Lástima que, sin que lo sepamos a tan corta edad, venía de la mano de la destrucción planificada de la industria nacional, con consecuencias nefastas que llegan hasta hoy en día.

Pero ese es otro tema. Lo cierto es que en los maravillosos malones, en los “amores” de escuela primaria, y en la posibilidad de asomarse desde los 8 años al majestuoso e inabarcable mundo del rock, nada tuvieron que ver esos sofisticados equipos importados: Toda la culpa fue del Winco.

Lo tuyo no es una desgracia (Yes – 1971)

Canto, desde el fondo de las ruinas (Aquelarre – 1972)

Que el viento borró tus manos (Almendra – 1970)

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