Cumple 100 años Joaquín Bermúdez, un ejemplo de vida para todas las generaciones

El fundador de la tradicional óptica platense que lleva su apellido empezó con dos cajones de manzanas como mostrador -prolijamente presentados- y supo construir junto con su familia, a base de trabajo, esfuerzo y sacrificio, un lugar de excelencia en 7, 54 y 55

Joaquín Bermúdez

Joaquín Bermúdez (Foto de Facebook)

Por Alejandro Salamone (*)

«Joaquín Jorge Bermúdez tiene 88 años y trabaja desde los 8. Nada más ni nada menos que 80 años de esfuerzo y sacrificio para este hombre que es el dueño de una de las ópticas más grandes y tradicionales de la Ciudad: la Optica Bermúdez -ubicada en avenida 7 entre 54 y 55- que hoy cumple nada menos que 58 años desde su inauguración».

Así empezaba la nota periodística que en 2011 le realicé para un medio de la Ciudad -en el que trabajé durante 28 años- a Joaquín Bermúdez, aunque en aquel entonces, en vez de tener 100 años, Joaco (así le llamo cariñosamente desde que me hice amigo, porque es imposible conocer a este hombre y no terminar siendo su amigo y, por supuesto, escuchar sus sanos y valiosos consejos) tenía 88, y la óptica cumplía sus jóvenes 58 años.

Hoy, 12 años después, considero que es muy valioso y hasta necesario compartir con los lectores de 90lineas.com aquella nota publicada en El Día, desde su comienzo hasta su final. Todos los platenses deben conocer la historia de Joaco, quien siempre, ante las adversidades de la vida, supo mirar hacia adelante. Y no sólo reponerse de momentos difíciles, sino también construir un verdadero negocio generador de trabajo para cientos de familias; una óptica de excelencia, siempre con la aparatología y equipos de última generación y profesionales de primer nivel.

La nota completa publicada el 7 de agosto de 2011

Por Alejandro Salamone

Qué no hizo Don Joaquín para ganarse la vida hasta antes de abrir su óptica en 1953, en diagonal 74 entre 10 y 11.

Nacido en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, hijo de Manuel Antonio (trabajaba en una imprenta y escribía artículos periodísticos) y de Josefa Acosta (ama de casa), un humilde matrimonio que tuvo además otros cuatro hijos, Joaquín vendió duraznos y diarios, también ataba y cuidaba caballos de carruajes, arregló gomas de los primeros autos, fue cadete de una farmacia, y hasta llegó a limpiar techos de casas cuando en 1933 una «lluvia de cenizas» sorprendió a su pueblo natal.

Hizo absolutamente de todo para ganarse la vida, ya que su padre estaba enfermo y él empezó a descubrir el mundo del trabajo desde una edad muy temprana. Y entre tantas cosas que hizo hubo una profesión que despertó en él una gran pasión, la que se necesita para prosperar y progresar en cualquier orden de la vida. Esa actividad fue la óptica.

Mientras recorre con el mismo entusiasmo de siempre los tres pisos del negocio de avenida 7 y muestra con orgullo cada una de las secciones donde hoy trabajan unas 50 personas, entre profesionales y administrativos -lentes de contacto, audiología, prótesis oculares y salón de ventas, entre otros-, Don Joaquín recuerda y cuenta con lujo de detalles cada paso de la Optica Bermúdez hasta convertirse en la gran empresa que es actualmente.

A La Plata llegó a los 13 años acompañado por uno de sus hermanos y su madre. Se vino en el ferrocarril provincial. Corría el año 1936. «Mamá, que estaba llena de amor y ternura, cosía, y vendíamos las bombachas de campo en 49 y diagonal 80 a gente que llegaba desde Magdalena. Papá se quedó en 9 de Julio por su enfermedad; todo era cuesta arriba», cuenta Joaquín.

Joaquín Bermúdez, en 2001

Y sigue su relato: «Terminé el sexto grado en la escuela de 13 y 42 y enseguida entré a trabajar en un almacén donde repartía mercadería, luego en una farmacia, hasta que a los 14 me tomaron en la óptica Lutz Ferrando de 7 entre 48 y 49, donde estuve hasta los 21. Me acuerdo que mi primer sueldo fue de 2 pesos; en realidad cobraba 30, pero me entregaron una bicicleta para que me traslade que valía 28 pesos».

Los dueños de Lutz Ferrando jamás imaginaron que estaban frente a frente con quien unos años más adelante se iba a convertir en uno de sus principales competidores en la Ciudad. Sin embargo, faltaba bastante tiempo para eso.

En su afán por aprender y progresar sin perder demasiado tiempo, Joaquín Bermúdez iba los sábados al Tiro Federal de Berisso. Es que en la época en la que le tocó el servicio militar obligatorio estaba en vigencia una ley mediante la cual quienes rendían condiciones de tiro hacían solamente tres meses de conscripción. «En Lutz Ferrando me ofrecí para quedarme después de horario de trabajo, limpiar las máquinas y de paso aprender la profesión, pero no me dejaron. Entonces me propuse otras metas».

Un salto de calidad

En resumidas cuentas, Bermúdez se fue a trabajar a Buenos Aires con un amigo que había abierto una óptica. Para no viajar todos los días alquiló una especie de pensión: «Fue en el año 44 -recuerda-, estaba al lado de un gallinero, era un conventillo donde guardaban cosas viejas. Yo tenía un calentador a querosene y mi única cena durante varios años fue tomar un poco de leche con chocolate. Ayudé mucho a este hombre, pero la realidad es que no me alcanzaba lo que me pagaba. Otro óptico de la zona de Pompeya me ofreció más plata y me fui para allá».

Desde el punto de vista económico a Joaquín no le iba muy bien en esos años. Pero fue afortunado en el amor. Pues en Pompeya conoció a Lidia Alcalde, con quien tuvo cinco hijos, Daniel (óptico), Mónica, Silvia (fonoaudióloga), Andrea (periodista) y Javier (veterinario).

Joaquín no sólo logró dar el examen de óptico que por reglamento se tomó en Salud Pública de la Provincia en el año 1949, sino que además se recibió en la Escuela Otto Krause de Capital Federal. Allí conoció a dos estudiantes precursores en lentes de contactos, y con ellos trabajó hasta que le ofrecieron ser su representante en Perú, donde todavía no se conocía ese tipo de lentes. Pero Joaquín prefirió quedarse en Argentina.

Joaco junto a Andrea, una de sus hijas

En 1953 alquiló un local y abrió, un 4 de agosto, la Optica Bermúdez. Cuenta que el primer día, como no tenía vitrinas ni estantes para exhibir su mercadería, forró con papel rojo un cajón de manzanas. Desde entonces no paró de crecer; las lentes de contacto y las tareas para calibrar anteojos fueron un éxito en la Ciudad. A los cinco años amplió ese local y ya tenía que dar números para atender a la gente porque no daba abasto.

En 1976 adquirió el actual inmueble de calle 7 y en 1981 lo inauguró. Hoy lo recorre con el mismo entusiasmo de siempre. Y se enorgullece en recordar que fue uno de los precursores en poner una puerta que abre sola y atender a la gente sentada, porque dice que así el cliente está cómodo y siente que escuchan y se preocupan por sus problemas. «Lo de la sucursal que abrimos en la peatonal de Quilmes hace 25 años, si les parece lo cuento otro día», concluyó Joaquín.

Nota del redactor: ¡FELICITACIONES MAESTRO! USTED ES UN EJEMPLO DE VIDA, UN ESPEJO EN EL QUE SIEMPRE ME GUSTA VERME Y LO HAGO CADA VEZ QUE ME RESULTA NECESARIO

(*) Director de 90 Líneas

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