Castillo de Egaña: una historia de ricos y fantasmas en el interior bonaerense

Ideado y construido entre 1918 y 1930 por Eugenio Díaz Vélez, nieto de un héroe de la Revolución de la Independencia, fue una de las edificaciones más grandes y lujosas del país. Si bien el día de la inauguración todos los invitados estaban esperando al dueño entre manjares, grifería de oro y mármol de Carrara por doquier, éste nunca llegó. Luego, el abandono, la vandalización, su uso como reformatorio y un asesinato. Vecinos luchan para que no se pierda

El castillo de Egaña fue construido entre 1918 y 1930. Perteneció a Eugenio Díaz Vélez, nieto de Eustoquio Díaz Vélez, héroe de la revolución independentista (crédito imagen: Ahicito Nomás)

Era 20 de mayo de 1930. Al gobierno democrático de Don Hipólito Yrigoyen le quedaban menos de cuatro meses de vida. En tanto, en el partido de Rauch, a 284 kilómetros de La Plata y a 275 de la Ciudad de Buenos Aires, casi medio centenar de hombres y mujeres pertenecientes al patriciado porteño y bonaerense, engalanados con sus mejores vestidos y trajes, no salían de su asombro: mientras esperaban en un salón del fastuoso Castillo de Egaña la llegada a la gala de inauguración del inmueble de su propietario y diseñador, Eugenio Díaz Vélez, observaban azorados los detalles de la que, ya para entonces, era considerada una de las más amplias y lujosas edificaciones de todo el país.

Eugenio nunca llegó. Dando lugar, por un lado, al inexplicable abandono -que perdura hasta nuestros días- de una de las construcciones más importantes y fastuosas que conoció la historia de la República Argentina, y por el otro, a una de las mayores leyendas, sólo comparable con los “fantasmas” del Hotel Boulevard Atlántico de Mar del Sud o de la Iglesia Santa Felicitas, levantada en el porteño barrio de Barracas.

El Castillo de Egaña o de San Francisco había comenzado a construirse doce años antes, en 1918. Eugenio Díaz Vélez era nieto de Eustoquio Díaz Vélez, uno de los más leales y combativos héroes de la Revolución Independentista, mano derecha de Manuel Belgrano, morenista “de la primera hora” y enemigo de la partición y consecuente desaparición de la provincia de Buenos Aires pergeñada por Bernardino Rivadavia en 1826.

Eustoquio, como buen patriota y colega de Belgrano, a quien acompañó en la primera línea de fuego en el Éxodo Jujeño y en las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma, no participó de las guerras civiles. Se retiró en 1822 y se dedicó al campo y a la política. Para ello adquirió miles de hectáreas en distintas zonas y fundó varias estancias. La más conocida de ellas fue la Estancia El Carmen, de unas 40.000 hectáreas, situada en lo que luego serían los partidos de Rauch y Ayacucho.

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Murió en 1856 y heredaron sus prósperas tierras sus dos hijas, Carmen y Manuela, y su único hijo varón, Eustoquio (h). Tras la sucesión de todos los bienes del héroe de la Independencia, Eustoquio (h) quedó como dueño de la Estancia El Carmen, nombre que hacía honor a su madre, Carmen Guerrero y Obarrio.

Eustoquio hijo se convirtió en un multimillonario miembro de la élite porteña. Vivió en la Ciudad de Buenos Aires, donde construyó una mansión en Barracas, el mismo lugar donde murió asesinada Felicitas Guerrero, la “joven más bella de la Argentina” y miembro prominente de la clase alta nativa.

Eustoquio (h) falleció en 1910, el año del Centenario, y sus bienes se repartieron entre sus dos hijos varones: Carlos, ingeniero, y Eugenio, arquitecto.

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Fue Eugenio quien en su parte de la Estancia El Carmen, a la que bautizó Estancia San Francisco, ideó y levantó el impresionante castillo que, con el tiempo, se conoció como Castillo San Francisco o, más popularmente, Castillo Egaña, por su cercanía a la estación de ferrocarril que funcionó en esa pequeña localidad de Rauch desde 1891 hasta 2016, cuando fue clausurado el servicio para pasajeros que se había reinaugurado en 2012.

Cuentan que Eugenio Díaz Vélez pasaba sus días entre Europa y su mansión en Buenos Aires, algo muy común entre la aristocracia vernácula de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En el viejo continente compraba los materiales y tomaba prestadas ideas para su castillo.

De allí, aseguran, que el estilo del Castillo Egaña es ecléctico, es decir, abonado por ideas de distintas corrientes arquitectónicas. Algunos afirman que cada vez que regresaba de Europa ordenaba deshacer partes y volverlas a construir bajo otros patrones.

También se dice que los doce años que duró la construcción tuvieron que ver con que el nieto del héroe revolucionario experimentaba haciendo y deshaciendo y planteando refacciones y ampliaciones sobre la marcha. Así, aprendía su propia profesión sin hacerse problema alguno por los costos, pues el dinero, demás está decirlo, le sobraba.

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De este modo, a lo largo de esa década y fracción fue naciendo uno de los inmuebles más grandes y fastuosos de todo el país; otra muestra de la opulencia de la Argentina que creía que con alambre de púa, vacas y ovejas sería rica para la eternidad.

El “inventario oficial” habla de 77 habitaciones, 14 baños, 2 cocinas, galerías, patios, taller de carpintería, terraza, mirador y balcones. Todo ello regado con pinturas de un valor incalculable, adornos de lujo, grifería de oro, mármol de Carrara y muebles traídos de Europa.

Todos los trabajadores fueron contratados en la Ciudad de Buenos Aires y trasladados hasta la estancia. Además se cuenta que Eugenio Díaz Vélez hizo construir una vía exclusiva desde la estación de ferrocarril de Egaña hasta la mansión para facilitar el transporte final de los materiales.

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El banquete de inauguración que duró 30 años

Como sucede con todas las grandes mansiones abandonadas o que han albergado historias de asesinatos o suicidios, los fantasmas, las leyendas y los cuentos de terror están a la orden del día. Y el Castillo de Egaña, por supuesto, no es la excepción.

La primera gran leyenda del castillo empieza en aquella noche del 20 de mayo de 1930, cuando, como contamos al inicio de esta nota, entre 40 y 50 personas esperaban -delante de mesas servidas con los mejores manjares y las más caras bebidas- por la llegada del artífice de esa obra faraónica: Eugenio Díaz Vélez.

Hay un dato real. El nieto del héroe de la Revolución Independentista jamás llegó. Una versión dice que murió esa misma noche en su caserón de Barracas. Otra asegura que el coche que lo trasladaba hacia la estancia sufrió un accidente y que Eugenio Díaz Vélez murió en el acto.

Lo cierto es que ni bien llegó la noticia al castillo, los invitados, en estado de shock, dejaron todo como estaba -ni siquiera habrían tocado la comida- y se fueron a sus hogares. Hay otra versión, claro. La que dice que el tren los esperaba para llevarlos hasta Buenos Aires, al funeral de Eugenio.

La única heredera del castillo y la estancia, la hija de Eugenio, María Eugenia Díaz Vélez, se quedó hasta el final con el personal de servicio. Cerraron ventanales y puertas y se fueron.

La mujer arrendó las tierras a través de la Casa Bullrich y Cía. (de los Bullrich de toda la vida, descendientes de quienes escrituraron las tierras del sur robadas a los pueblos indígenas a las familias patricias argentinas). Pero se desentendió por completo del castillo, que quedó cerrado hasta 1960.

Cuando ese año un intruso decidió ingresar en el palacio, se habría encontrado con las mesas servidas. En ese instante, «apareció» un hombre vestido de frac y ensangrentado que le preguntó: “¿Dónde está mi hija María Eugenia y los invitados?”. Era el fantasma de Eugenio Díaz Vélez. El hombre regresó a su casa y murió de un paro cardíaco… Como no podía ser de otra manera, hay otra versión: cuando el intruso abrió la puerta, el viento convirtió en polvo las botellas, los platos y las mesas.

Reforma agraria, orfanato y homicidio

Durante su gestión como gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1958 y 1962, Oscar Alende (Unión Cívica Radical Intransigente) puso en marcha una reforma agraria que consistía en dar a los pequeños campesinos porciones de latifundios improductivos. La Estancia San Francisco fue expropiada y entró en el loteo. Aunque nunca se tuvo claro qué hacer con la mansión.

Hay quienes dicen que desde ese entonces comenzó el saqueo del castillo. De ser así, entre 1930 y 1960 todo habría permanecido intacto, como dice la leyenda. En realidad, la vandalización se dio a través de largos años.

Crédito imagen: El Cronista

Cuando ejerció la gobernación bonaerense Don Anselmo Marini (1963-1966), de la Unión Cívica Radical, hubo un proyecto para convertir el castillo en un hogar-granja. No obstante, a partir de 1969 el lugar se transformó en un clásico reformatorio u orfanato de menores, hasta que a mediados de los ‘70 un ex interno ingresó y asesinó de varios balazos a Eduardo Burg, encargado del sitio (ese hecho no es parte de ninguna leyenda). A partir de entonces, el Castillo Egaña se cerró con siete candados.

Desde 2010, un grupo de vecinos se ha volcado a la difícil pero encomiable tarea de mantenerlo y evitar su debacle total. Una de las iniciativas que han implementado es la de realizar visitas guiadas los fines de semana. El apoyo oficial es imprescindible. De lo contrario, otra joya arquitectónica e histórica podría correr la misma suerte que, en nuestro país, suelen correr la mayoría de los edificios patrimoniales.

Crédito imagen: 0223
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