La maravillosa historia familiar que nació y crece en la Isla Paulino

Dicen que hay historias a las que no les falta nada. Esta es una de ellas. Dicen que hay historias que conmueven hasta lo más profundo del alma. Esta es una de ellas. Dicen que hay historias que merecen, que deben ser contadas... Aquí va

nuevas familias

Esta historia empezó cuando Andrés Aguiar tenía veintipico de años y, en medio de la tremenda crisis económica y social del 2001, se estaba replanteando el futuro. Hoy, y desde hace varios años, es un productor de la ribera berissense. Pero dos décadas atrás, durante una de sus caminatas nocturnas, se cruzó con un grupo de niños corriendo y riendo y comprendió -nos cuenta- que en las cosas más simples de la vida están los mejores tonos y colores, aquello que realmente importa y hace bien.

Cuando contaba 35 abriles -año más, año menos, pues ni él le presta mucha atención a su edad- se convirtió en voluntario de Casa Cuna. La idea de adoptar rondaba su cabeza y hacía latir fuerte su corazón. Es que pese a que laboralmente todo iba viento en popa (Andrés fue mucho tiempo presidente de la cooperativa del vino de la costa y protagonista del resurgimiento de esa actividad en la región desde inicios de los 2000), cuando quedaba solo en su quinta de la Isla Paulino, la ausencia de chicos corriendo y riendo, como los que se cruzó aquella noche del 2001, le dolía en el pecho.

Andrés hoy es el papá de Agustín, Kevin y Axel. Se casó con su pareja, Gastón, y formaron una familia admirable que vive en contacto permanente con la naturaleza isleña. Como si fuese poco, el destino y sólo el destino quiso que él y la mamá adoptiva de las tres hermanas de los chicos, Mercedes, Mía y Tiara, un día se encontraran: actualmente todos se reúnen por lo menos dos veces por mes. Hay más. Agustín tenía otra hermana, mayor que él, a través de su padre biológico. Sí, Andrés la ubicó y entablaron una estrecha relación. Todo esto, en cinco líneas, es la imposible síntesis de una maravillosa historia con todos los elementos que uno puede imaginar y los que ni siquiera se le cruzan por la cabeza. La charla con Andrés va encastrando las piezas.

El primer encuentro entre Andrés, Axel, Kevin y Agustín, el 17 de mayo de 2017, en el Bosque

Berissense e isleño de ley

“Actualmente tengo unos 43 o 44 años, me pierdo un poco con la edad. Soy de diciembre del 77. Nunca le di realmente importancia”, dice Andrés Aguiar, y no en chiste. “Nací en Berisso, y como muchos, con una historia familiar de abuelos inmigrantes, en mi caso provenientes de Belarús (Bielorrusia). Mis abuelos, si bien eran del mismo pueblo, pertenecían a distintos estratos sociales. Pero como decía mi abuela Sofía, “la guerra iguala a todos”.

“A mi abuelo Juan no llegué a conocerlo, por lo menos físicamente, aunque siempre estuvo muy presente en los relatos familiares. Recuerdo de chico que al negocio de mi Baba (abuela), a eso de las 5 de la tarde, o sea, un rato antes de la quiniela, llegaban los paisanos a tomar una copita de ginebra y a revivir andanzas del monte, del río, y fundamentalmente de la Isla Paulino”.

“Poco antes de que yo naciera, mi vieja Olga fue maestra rural en la Paulino. Creo que así, poco a poco, se fue instalando en mí como un lugar cotidiano, aunque hasta entonces distante”.

Crisis, caminata y aquellos niños riendo

“Para mis 22 años -relata Andrés a 90lineas.com-, la crisis del país en el 2001 coincidió con un replanteo profundo sobre dónde estaba mi vocación, lo que quería para el futuro. En esos momentos, en una de mis largas caminatas que terminaban en el Camino de los Borrachos (antiguo camino de comunicación entre las quintas del monte berissense), entre el monte y los viñedos me topé cruzando la calle a una nena de no más de 4 años corriendo una pelota y a una tropilla de pibes atrás, desbordados de risas y complicidades. Allí empecé a entender que en las cosas más simples, la vida tiene otros tonos que hacen muy bien. Ese fue el puntapié inicial para lo que hoy es mi vida”.

En los años posteriores, Andrés tuvo la oportunidad de comprar una quinta en la Isla Paulino. Así, aquellos relatos de paisanos fueron tomando cuerpo, al igual que “la convicción del trabajo en la ruralidad”.

Primera visita de los chicos a la Isla Paulino, durante el proceso de vinculación

Mucho trabajo, logros colectivos, pero…

“A partir de un emprendimiento apícola me vinculé con la cooperativa del vino de la costa, consolidando un proceso de puesta en valor de la producción local y el mejoramiento de la calidad de vida de muchas familias. Fueron momentos de mucha actividad y logros grupales, también de mucho trabajo. Sin embargo, al llegar el momento de estar en mi quinta, esa ausencia de chicos me pesaba, era un vacío que me estrujaba el alma. Por diversos motivos, con mis parejas del momento no era un objetivo en común”, narra Andrés.

Resulta que una tarde, una amiga lo visitó con Felipe. Mate de por medio, le contó que el niño era el hijo de su prima, quien había adoptado sola. “Esas palabras me sorprendieron, pues hasta ese momento no sabía que existía tal posibilidad. Entonces, esa idea me empezó a rondar por la cabeza una y otra vez”, rememora.

Se contactó y charló largo y tendido con la mamá de Felipe, se inscribió en Casa Cuna como voluntario y empezó a interiorizarse “un poco sobre la adopción”. Al año de esa experiencia decidió anotarse en el juzgado.

¿Es un proceso complejo? “Los requisitos y los pasos no son complejos. Y si están las ganas y el deseo, se hace rápido. En mi caso particular, me sirvió mucho el acompañamiento de un grupo de psicólogos que se especializan en este camino; me ayudó a resolver pendientes de mi familia de origen, entender en lo que estaba encaminado, el poder generar el espacio y el tiempo para mi futura familia”, enumera.

Diciembre de 2017. Gastón se muda de La Plata a la isla, en lancha junto a Kevin y Andrés
Manos a la obra. Agus, Alex y Kevin ya instalados en su nueva casa, en el verano de 2018

Allá vamos

Esa vaga idea de adoptar con que Andrés inició su voluntariado en Casa Cuna a principios de 2014 fue tomando cada día más fuerza. “A mediados de ese año dejé el voluntariado y decidí inscribirme en el juzgado que estaba de turno. El trámite (de adopción) se inició el 18 de julio de 2014. A partir de allí empecé la espera y la preparación, con el acompañamiento de un grupo de psicólogos”, cuenta. Enorme paso al frente.

Durante la espera, la isla comenzó a erigirse como el destino a futuro. “Con la idea de la llegada de los chicos empecé a restaurar la casa de la Isla Paulino, donde desarrollaba y desarrollo mi actividad productiva y, al mismo tiempo, a alejarme un poco del centro de Berisso donde vivía hasta entonces, convencido de que la zona rural y el río eran el mejor escenario que podía plantear para el desarrollo de una familia”.

Pasaron ocho meses del inicio del trámite de adopción. Ya viviendo en la isla y con la restauración de la casa bastante avanzada, Andrés actualizó los datos en el juzgado. Desde ese momento las cosas se aceleraron positivamente.

“El 2 de mayo de 2017 se contactaron conmigo del Juzgado 5 y me comentaron la posibilidad de la vinculación con tres niños de 9, 12 y 13 años. Después de pensarlo dos días, decidí comenzar la vinculación. Desde entonces me entrevisté cuatro veces con la psicóloga Patricia Mondelo, del Servicio Zonal La Plata. Le comenté mi situación y mis ganas de ser papá. Y ella me contó algo de la historia de los chicos y en particular de la discapacidad de Agustín, que a mí en particular me preocupaba”.

Así, el 17 de mayo de 2017 llegó el encuentro de Andrés con Agustín, Kevin y Axel en las escaleras del Museo de La Plata. “En ese momento supe que no había marcha atrás. Los encuentros con ellos eran los sábados. Luego pasaron a hacerse los viernes y sábados. Y progresivamente, conocieron a Gastón, mi pareja, a mi hermanas y al resto de la familia, la isla, Berisso, el entorno”. La imagen de aquellos niños corriendo y riendo que acompañaba a Andrés desde 2001 se hizo realidad, y lentamente comenzó a crecer en suelo isleño con más fuerza que la vid.

La maravillosa nueva familia que nació y crece cada día en la Isla Paulino

La hora de la verdad

Para esas fechas, Gastón -la pareja de Andrés- se sumó a las entrevistas del Servicio Zonal.

Una semana antes de las vacaciones de invierno de 2017 los chicos se mudaron a la casa de la isla (todo ese proceso contó con el acompañamiento permanente del Servicio Zonal La Plata, al cual acudían semanalmente).

“Después de la mudanza vino el cambio de escuelas, que no fue fácil. Agus pasó de la Escuela Especial 514 de La Plata a la 501 de Berisso. Kevin a la Escuela Secundaria Nº 1 (conocida popularmente como Media 1). Y Axel a la Escuela Primaria de la Isla Santiago, en Ensenada”, la cual queda enfrente de la Paulino.

Narra Andrés: “En esos días Agustín entró en un proceso de angustia, y me contó algo que había vivido a sus 5 años. Sin embargo, después de lo duro de ese momento, repuntó mucho y mejoró en todo sentido. Estuvo con acompañamiento de una psicopedagoga unos meses; realmente fue extraordinario cómo mejoró”.

“A Kevin en un principio le costó el cambio de escuela, más que nada la concentración. Pero trabajando mucho con el Equipo de Orientación Escolar del colegio y con acompañamiento de una psicopedagoga aprobó todas las materias. Axel, también con acompañamiento psicológico, de los docentes y del equipo de la escuela, llegó a ser escolta de la bandera”. Agustín inició una integración en la Escuela Agraria de Berisso.

En definitiva, los peques tuvieron una capacidad de acomodarse a las nuevas realidades que nunca dejó de sorprenderme”, subraya. “Los tres se empoderaron de los vínculos familiares; llaman a sus tías, a su abuelo, coordinan salidas, invitan a almorzar con una naturalidad sorprendente”, cuenta.

En diciembre de 2017 Gastón se mudó a la casa de la isla. “Desde el momento cero los chicos también lo adoptaron como papá. Y vivir fuera del contexto familiar ya se hacía muy difícil para todos”, puntualiza Andrés. Gastón y Andrés se casaron en La Plata en noviembre de 2019.

Axel, Kevin y Agustín rodeando a Gastón en su 30 cumpleaños. «Desde el momento cero los chicos lo adoptaron como otro papá», resaltó Andrés Aguiar

¿Cómo se avanza por el camino?

Desde las ganas de paternar y entendiendo que para los chicos el esfuerzo es doble. Porque tienen que hacer un duelo de los vínculos que fueron formando y ajustarse a una nueva realidad (siempre hay alguna turbulencia que tenemos que entender y acompañar, siendo claros). El cambio de colegio, el dejar atrás a amigos, lugares, hábitos y costumbres para aprender otros les genera incertidumbre. En esos momentos siempre es bueno contar con ayuda extra, de familiares y profesionales”, remarca.

¿Cuándo te comunicaron que ya podían ir a vivir juntos? “Eso fue antes de las vacaciones de invierno (de 2017). Con el corte invernal salió la guarda con fines de adopción. Es un momento esperado y que, por lo menos a mí, me generaba incertidumbre sobre cómo seguir. Es eso que uno espera tanto y cuando se concreta decís ‘¿ahora qué hago, podré con todo?’. Y caés en la cuenta de que dejás de ser uno para ser una familia. Y las cosas se van consensuando y acomodando minuto a minuto. Los horarios, las comidas, los colegios, el río, la vida… en la isla”.

Y entonces fueron seis

“El ensamble familiar no fue difícil en nuestro caso a medida que nos acomodábamos y los chicos se daban cuenta de que esto era permanente, pues también luchaban contra esa sensación de un nuevo abandono (venían de una vinculación frustrada y una devolución). A partir de este miedo surgieron situaciones con los tres en distintos momentos. Pero se resolvieron. Siempre haciéndoles sentir que éste era su lugar y que los iba a acompañar tomaran la decisión que tomaran”.

Agustín, Kevin y Axel tenían tres hermanas menores. Andrés algo sabía. Pero el modo en que se encontraron fue realmente increíble.

¿Con las hermanas? Fue el destino -realza-. Por el juzgado sabía que existían. Hasta que un día, durante un encuentro de familias adoptivas o por serlo, entró la mamá de las tres nenas con ellas. ¡Y eran mis hijos en mujer!. Después de la charla nos vimos. ¡Y confirmamos lo evidente! (mis hijos no asistieron a esa reunión). Luego de charlar y rescatar recuerdos (con Gladys, la mamá adoptiva de Mía, Tiara y Mercedes), a los dos meses se reunieron. Con esa magia, ese reencuentro los unió nuevamente. Hoy por hoy se ven seguido, son parte de nuestra familia”.

Por otra parte, Agus siempre le decía a Andrés que tenía una hermana mayor, Berenice, por parte de su progenitor. “Él estaba tan convencido que empecé a buscar. ¡Y en Anses confirmaron sus recuerdos! Hoy Agus se siente el hermano no mayor cuando está con ella. A mí, como papá, me dio mucho miedo porque era también abrir una puerta a lo desconocido. ¡Pero otra vez se trata de confiar en el amor que uno da!”, exclama Andrés.

¿Qué le dirías a aquellos que quieren adoptar y dudan?

Que se animen. Que si bien tiene sus momentos difíciles, no son mayores a los de otras paternidades. Que el amor que uno recibe es inconmensurable. Y que el desafío no es individual, sino de un colectivo, que se llama familia”.

El destino quiso que los chicos se encontraran con sus tres hermanas, adoptadas por el matrimonio platense de Gladys y Tony. Hoy se reúnen y se hablan todo el tiempo. Son una gran familia. En la foto, cumpleaños de 6 de Mía (en el suelo), Agus, Tiara, Axel, Mercedes y Kevin
Axel y Tiara, un día que el peque se quedó a dormir en casa de las hermanas

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