Malvinas desde adentro, la experiencia de un sobreviviente del R7

José Luis López en las Islas Malvinas, junto a un grupo de compañeros

Antes que óptico, José Luis López pudo haber sido arquitecto o ingeniero. Entre esas dos carreras se debatía aquel 2 de abril de 1982 en que con su padre escuchó por radio que las Islas Malvinas habían sido tomadas. A  este joven, que hacía poco tiempo había salido de baja del servicio militar, ocho días después le llegó la citación para que se presentara nuevamente en el Regimiento de Infantería 7 de La Plata «Coronel Conde». Su vida iba a cambiar para siempre.

Después de tres días de estar acuartelado junto a sus compañeros en calle 19 y 51, hoy Plaza Malvinas, esperando la designación de destino, una tarde los reunieron para comunicarles que en tres horas partían hacia las Islas Malvinas. En un abrir y cerrar de ojos, estaba sobre un micro de la línea 307, donde lo
trasladaron hacia el aeropuerto del Palomar, y de ahí en un Boeing 707 hasta Río Gallegos y de ahí en un Boeing 747 a Malvinas. Sin más escalas, al aterrizar se convertiría en un combatiente de guerra.

Para llegar hasta su puesto de combate tuvo que caminar más de 15 kilómetros, un largo trecho en el que atravesó todos los factores meteorológicos posibles. En esa caminata eterna pasó frío, calor y se mojó con la lluvia.  Por sus conocimientos para cálculos de coordenadas, le asignaron su labor: ayudante de apuntador de cañón 105 mm. Y una ubicación: un monte bajo y largo, de 4 mil metros, con punta de piedra. Allí pasó treinta días, soportando temperaturas heladas y cubriendo la bahía esperando un posible desembarco inglés, que finalmente sucedió por el estrecho San Carlos y el 1º de mayo
comenzó el combate atacando el Aeropuerto de Puerto Argentino.

«Los ingleses ingresaron por ahí y atacaron. Nosotros estábamos en el Monte Waray Ride a unos 9 mil metros y podíamos verlos, era un día muy soleado y la visibilidad del ser humano es de alrededor de 10 kilómetros»;, dijo el óptico José Luis López y agregó «pudimos ver como los aviones pasaron por arriba de
nosotros y atacaron el aeropuerto».

Lo que siguió después fue otra tragedia. En un combate nocturno en el Monte Longdon, se toparon contra verdaderos profesionales que tenían equipos especiales y miras infrarrojas. Hoy José Luis López no recuerda si fue el 12 o del 13 de mayo, pero si tiene grabado en la retina que aquella fue la noche más
sangrienta.

Ante la inminente derrota, los integrantes de su Regimiento enterraron su bandera de guerra envuelta en una bolsa de plástico para que no cayera en manos de británicos, pero luego la desenterraron y se la repartieron en partes. Cuando el espanto acabó, el 14 de julio se reencontraron en el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 y lograron reconstruir la tela, que en la actualidad se encuentra en
la sala histórica de la unidad.

Antes de todo eso, después de pasar 62 días en la isla, apenas se firmó la rendición, el 14 de mayo de 1982 cayó prisionero: primero en un gimnasio del pueblo, después en una carpintería de amplias dimensiones y luego fue trasladado en lanchones al Buque Canberra, que estaba mar adentro y llevaba más 5 mil soldados que terminaron desembarcando en Trelew.

Lopez en su óptica en San Miguel del Monte

Al regreso,  después de haber sido trasladado a Campo de Mayo donde la SIDE lo interrogó durante dos días completos y después del reencuentro con sus familiares, José Luis López pudio ir a su casa un 23 de junio de 1982.

Sin tiempo para procesar lo vivido, apenas regresó se puso a trabajar. Primero lo hizo tres años y medio en una cooperativa eléctrica de su San Miguel del Monte natal; luego se mudó a La Plata para trabajar en el Instituto de la Vivienda.

Con la idea fija de querer progresar, y preparado para sortear cualquier adversidad, en el año 1986 José Luis López decidió adentrarse en el camino universitario que no había podido transitar por la guerra. Esta vez eligió la carrera de Óptico, que completó en la Universidad de Morón para luego convertirse en un
referente en la materia en San Miguel del Monte y alrededores.

«Empecé la carrera porque en Monte había una sola óptica y pensé que podía ser una buena salida
laboral. Después terminé estudiando diez años, Optometría, Contactología y Rehabilitación Visual en la Universidad de San Martín. Me fui encontrando con la profesión y con la actividad», explicó.

A 40 años de aquella experiencia que lo marcó a fuego, López asegura que «hubo un antes y un después en mi vida después de Malvinas, pero lo que me tocó vivir me dio más fuerzas para crecer».

Fuente: Colegio de Ópticos de la provincia de Buenos Aires

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