La hora de los pibes buenos

Ser simplemente bueno en este mundo, es lisa y llanamente revolucionario

Fernando Báez Sosa

Finalizó el juicio a los rugbiers que asesinaron a patadas en la cabeza a Fernando Báez Sosa y hubo sentencia: perpetua para 5 de los acusados y 15 años para los tres restantes. Cada día de este caluroso verano, se revelaron detalles no conocidos y escabrosos de un acto total y absolutamente demencial. Confieso que aborrezco la violencia, desde chico. Será que así me educaron y/o que es algo genético. Nunca pude ver esos videos que se suben a internet con peleas a la salida de las escuelas, así como me indigna hasta el infinito ver que un padre o madre le pegue un sopapo a un niño o niña. Así, demás está decir que nunca pude ver los videos -que la TV pasó, pasa y pasará hasta el infinito- del macabro asesinato ocurrido en Villa Gesell.

Pero eso no fue un acto de violencia. A esta altura estoy convencido de que fue la exteriorización de la maldad llevada a la enésima potencia. Pegarle entre 10, 8 ó 5 a un pibe tirado en el piso, chuparse los dedos manchados con su sangre, abrazarse después del asesinato, ir a una casa de comida rápida a comerse una hamburguesa, matarse de risa, escribirse por Whatsapp “caducó”, incriminar a un inocente, complotarse para actuar como una secta sin una pizca de arrepentimiento y, ¿lo peor?, que ninguno de los padres haya llamado a los de Fernando para decirles algo, lo que sea, durante tres años, representa todo lo que está (muy pero muy) mal en la vida.

La tecnología, las redes sociales, tienen un costado realmente perverso y una vetita positiva: esta vez, esa vetita se impuso gracias a Dios y pudo retratar la barbarie en toda su dimensión. Pensaba el otro día que si esto hubiese ocurrido en los ’70, ’80 o incluso ‘90, la cosa se hubiera “solucionado” a golpe de billetera por parte de padres con influencia, testigos truchos, jueces amigables. Allá está, salvando las distancias, el caso Soledad Morales en Catamarca. Apenas un botón de muestra.

Llegó la condena judicial. ¿Y ahora? Porque este tipo de violencia existe desde hace años y hay muchos Fernandos, como hay incontables Lucios. Se utiliza mucho la expresión Un Estado presente. Y claro que es necesario: para prevenir.

“La revolución de los buenos”

Recordé en estos días unas palabras que me dijo el Lincho -sobrenombre de un amigo- allá por 2010. Fue algo así como “Debería haber una gran revolución de los buenos”. Hablábamos del país, de política, de la vida y el canto. Fue una frase que me quedó marcada a fuego. Y entre relatos de cronistas desde Dolores y demás, se me vino a la cabeza la idea de que tiene que haber una “Revolución de los pibes buenos”. Porque son millones y millones, pero siempre están invisibilizados. Porque los buenos “no venden”. Y en el capitalismo liberal que se apropió del planeta desde 1989 y construyó un mundo con vastas regiones donde la desigualdad social es igual o peor a la del siglo XIX, lo que no vende va a la papelera de reciclaje.

Hay pibes y pibas que van a una parroquia y dedican horas de su vida y hasta fines de semana completos a trabajar en comedores comunitarios o merenderos, le dan apoyo escolar a los nenes y nenas del barrio, peregrinan a Luján, no se hacen notar, son simples y de bajísimo perfil. No venden, ni les interesa. Hay quienes hacen lo propio desde iglesias evangélicas, organizaciones sociales, ONGs. Desde su ateísmo, quizás. Desde su bondad congénita y aprendida, sobre todo.

Hay pibes y pibas que estudian. Mucho. En el colegio y en la universidad. Quizás medicina o enfermería; serán quienes mañana curarán a los enfermos y salvarán vidas. O para hacer música. O para ser maestros o cuidar ancianos. Hay contingentes de estudiantes secundarios y universitarios que todos los años van a las zonas más pobres de la Patria a llevar alguna solución (agua potable, educación, ropa y comida, simplemente compañía, simplemente el mensaje “no están solos y olvidados”).

Hay pibes y pibas que trabajan para poder estudiar. Tanto, que en las clases vespertinas o nocturnas a veces se quedan dormidos.

Hay pibes y pibas que viven en esos parajes que parecen olvidados hasta por Dios, que caminan 10, 15, 20 kilómetros por día para ir a la escuela. O desandan esas distancias en un caballo flaco o en un burro cansado. Y un día aparece un emergente, como Maxi Sánchez, el adolescente wichí que a pesar de no tener en el ranchito energía eléctrica desarrolló en su netbook de Conectar Igualdad una aplicación que traduce la lengua Wichí al español y viceversa. Sobre todo para los adultos mayores, como su abuela, que no pueden acceder a beneficios sociales por no saber el idioma.

Pero Maxi, que por ese motivo fue nominado a “mejor alumno del mundo” por una conocida organización internacional, explicó que su búsqueda -además- no tenía que ver con sí mismo, sino que su objetivo “fue la posibilidad de que más niños vayan a la escuela de la comunidad wichí, niños que abandonaron, que no pudieron seguir” por las distancias.

Maxi Sánchez, el adolescente de la comunidad Wichí que fue nominado como uno de los mejores alumnos del mundo (Crédito: Vía País)

Hay muchísimos buenos pibes y pibas en la orquesta escuela de Berisso (y en otras, claro está, pero hablo de lo que conozco). La introducción de instrumentos de música culta en los jardines de infantes y escuelas primarias de la periferia hizo que cientos y cientos de niños y niñas aprendieran a tocar esos bichos raros que jamás habían visto. Y también hubo emergentes. Pibes y pibas que pudieron seguir la universidad, viajar al exterior a perfeccionarse, recibir becas importantes, tocar en lugares impensados con orquestas impensadas, como Evelyn, quien entró a la orquesta a los 5 años, cuando estaba en el jardín de infantes del Barrio Obrero, y a los 12 tocó en el Colón y en el CCK acompañada por la Sinfónica Nacional: todos ellos y ellas siguen íntimamente unidos a la orquesta como docentes de los más pequeños. Nunca se la creyeron. Son pibes y pibas buenos. De raza.

Hay pibes y pibas que tienen que salir a trabajar como cartoneros para ayudar a sus pobrísimas familias. Son los auténticos recicladores que el Estado no contempla. ¿Cuántas ventanillas de autos se les abran cerrado en la cara cuando pasaron al lado? “Rajá turrito, rajá”, habrán pensado o mascullado los automovilistas. Para ser suaves. Suele imponerse el “negrito villero” o “negrito de mierda”. Son buenos pibes y pibas.

Me dijo Fernando Signorini : “Muchos de los que salieron a festejar la Copa del Mundo, si hubiesen conocido a varios de los jugadores de chicos, en el ámbito donde crecieron, los hubieran odiado, porque eran pobres, negritos de mierda… Ahora, se sacan selfies con ellos”. Cuánta verdad, diría Ricardo Soulé.

«Rajá turrito, rajá»… (crédito: entrelíneas.info)

Hay pibes y pibas que no se visten a la moda, que no van a los bares y boliches de moda, que su sábado a la noche es juntarse en una casa a jugar jueguitos de computadora en línea (más allá de que bailar no tiene nada de malo, se sobreentiende). Los hay coleccionistas de cosas, cosas varias. Los hay voluntarios de organizaciones o instituciones que trabajan con niños y adolescentes “descartados”, diría el Papa Francisco. Son los frikis. O los nerds. Son pibes y pibas buenos.

Iba a escribir en este artículo algo así como “no es el rugby”. De repente, me llega un video de Agustín Pichot, ex capitán de los Pumas y uno de los mejores jugadores del mundo, sinónimo de rugby, donde dice: “En el rugby se naturalizó la violencia”, para contar que cuando ocurrió lo de Fernando Báez Sosa le preguntó a su hija: “Valen, ¿qué opinás de los rugbiers?”, a lo que ella contestó: “Son todos unos patoteros, quilomberos, agresivos”. La hija de uno de los mejores jugadores de la historia le dijo eso en la cara al padre. Y lo shockeó. Enseguida llamó a los padres de Fernando. Algo que no hizo ninguno de los padres ni madres de los agresores de Villa Gesell en estos casi tres años. ¿Viene de la casa la cosa?

Alumnos de Banfield donaron a un comedor de Monte Grande todo lo que recaudaron para su fiesta de egresados (Crédito: El Diario Sur)

Hay pibes y pibas que sacrificaron y sacrifican sus viajes de egresados, sin dudas uno de los mejores momentos de la secundaria, para donar el dinero a escuelas o comunidades necesitadas. Los hay quienes hacen deportes y tienen tutores o entrenadores que lo utilizan para enseñarles su práctica pero, sobre todo, para mejorarlos como personas, transmitirles valores.

Y resulta que luego, cuando cuatro de esos pibes vuelven de un entrenamiento a su casa en auto, los para la policía porteña y a uno de ellos, Lucas González, de 17 años, los asesinan a quemarropa. Eran pibes buenos. El sueño de Lucas era llegar a jugar en la primera de Barracas Central.

Durante poco más de diez años tuve la suerte de hacer periodismo en Educación en La Plata, Gran La Plata y provincia de Buenos Aires. Y de realizar muchas notas a pibes y pibas del último año de escuelas técnicas que hicieron, con poco, poquito y nada, desarrollos estupendos, siempre pensados para ayudar a otros (celulares y computadoras adaptadas para ciegos, semáforos inteligentes para no videntes, sistemas de reclamos vecinales en línea y en tiempo real para municipios, escuelas rurales y no tan rurales a energía solar, y un eterno etcétera siempre ninguneado por los gobernantes de turno). O chicos de primaria que habían hecho en su escuela de la periferia su propia huerta orgánica, lo que implicaba la garantía de comer sano y ahorro para el comedor escolar. Y pude comprobar a través de esos años, sin distinción de color político, cómo daban clases muchos de ellos: filtraciones en las aulas cuando llovía, paredes descascaradas, falta de pupitres, ventanas rotas en pleno invierno, y otro enorme etcétera. Eso sí, cuando en CABA los estudiantes toman una escuela por esos motivos, son tratados por los ¿periodistas? como los terroristas que atacaron los poderes de la república en Brasil.

Hay tantos pero tantos, y en distintos ámbitos, que no alcanzan mil notas para describirlos. Están invisibilizados. El periodismo sano debería ponerlos en primer plano. Muy pocas veces se puede. La mayoría de las veces el jefe de redacción del medio primero se pregunta si eso vende. Y no.

Son más. Son millones. No se ven porque no les interesa figurar o porque los medios no los visibilizan.

¿Hasta dónde somos capaces de aguantar y/o naturalizar el permanente destrato, el maltrato, el ninguneo, la humillación, el amedrentamiento, el acoso y abuso, el bullying, el cyberbullying, las golpizas, la muerte?

Sólo ver y escuchar a los padres de Fernando alcanza y sobra para darse cuenta de que se trata de gente buena-buenísima, que criaron a un hijo bueno-buenísimo. “Después de la pérdida de nuestros hijos, la unión nos hizo muy fuertes para luchar contra la violencia”, dicen las Madres del Dolor.

Es hora de la revolución. De la revolución de los pibes y pibas buenos. Que será ultrapacífica, pues eso está en su ADN. Porque ser sencillamente bueno en este mundo, es lisa y llanamente revolucionario.

Fernando Báez Sosa y amigos (crédito imagen: infobae)
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