¿Y si probamos con la Argentina de Leloir, Milstein y Favaloro?

En estos tiempos tan revueltos, donde la incertidumbre y las propuestas mesiánicas parecen estar ganando por goleada mientras nos siguen dividiendo con premisas falsas de toda falsedad, donde no pocos piensan que es hora de barajar y dar de nuevo en muchos sentidos, tomar como guía a emergentes de una de las generaciones de compatriotas más formadas, austeras, honestas y apasionadas por el "nosotros" en lugar del "yo", quizás no sea un mal comienzo

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Luis Leloir. Se movía en un Fiat 600. Trabajaba en un modestísimo laboratorio. Donó todos sus sueldos y premios al instituto de investigación (crédito foto: La Voz del Interior)

Dos premios Nobel. Tres hombres intachables. Dueños de una austeridad brutal. Tres profesionales y científicos que se formaron en aulas argentinas; que merced a sus tremendos descubrimientos fueron tentados para seguir sus carreras en los más prestigiosos centros de estudio e investigación del mundo, pero que volvieron al país porque sentían que debían trabajar aquí. Tres maestros con mayúsculas a quienes de un modo u otro se les dio la espalda (uno de ellos fue literalmente “echado” tras retornar del extranjero)… ¿Y si probamos con la Argentina de Leloir, Favaloro y Milstein en estos tiempos tan revueltos, con una sociedad rota por grietas inventadas por los mismos que les pusieron palos en la rueda (más bien, troncos de ombúes) a ellos y a tantísimos como ellos, aunque anónimos?

Luis Federico Leloir fue un médico, bioquímico y farmacéutico que en 1970 ganó el Premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre los nucleótidos de azúcar y el rol que cumplen en la fabricación de los hidratos de carbono. Trece años antes, en 1957, fue tentado por la Fundación Rockefeller y por el Massachusetts General Hospital para emigrar a los Estados Unidos, pero decidió quedarse en el país.

“Todos me felicitan y lo agradezco (…) Pero tampoco conquisté un planeta. Avancé un paso en una larga cadena de fenómenos químicos” (Luis Leloir, París, 6 de septiembre de 1906 – Buenos Aires, 2 de diciembre de 1987)

Lógicamente, al día siguiente de conocerse la distinción, en las puertas de su laboratorio se concentró una multitud de periodistas. Y cuando los hizo pasar… ¡sorpresa! El lugar era pequeño y muy modesto. Él tenía un guardapolvo gris gastado, el de siempre. Su silla de trabajo, de madera de pino y paja, estaba atada con alambre. Y declaró: “Todos me felicitan y lo agradezco. Pero lo que descubrí es inexplicable para la gente común, nadie lo entendería. Y tampoco conquisté un planeta. Apenas avancé un paso en una larga cadena de fenómenos químicos”.

La silla de Leloir, ya premio Nobel, que impactó a los periodistas (crédito foto: Conicet)

Luego, se subió a su Fiat 600 color celeste -que a veces necesitaba ser empujado para que arranque- y se fue a su casa. “¡Pero no era pobre!”, aclaró, como si hiciera falta, una forista en algún portal de Internet años atrás. ¿Acaso necesitaba serlo? ¿Acaso hace falta explicar la diferencia entre brutal austeridad y pobreza? Vamos a algo más importante: hasta su fallecimiento, el 2 de diciembre de 1987, Luis Leloir donó todos sus sueldos y todo el dinero de los múltiples premios nacionales e internacionales que ganó al instituto de investigación que lleva su nombre.

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El Fitito de Luis Federico Leloir. A veces había que empujarlo para que arrancara (crédito foto: UNSA)

César Milstein fue un químico nacido en Bahía Blanca, que en 1984 recibió el Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre inmunología y anticuerpos monoclonales. En 1957 fue seleccionado como investigador en el Instituto Nacional de Microbiología “Carlos Malbrán”, y al año siguiente viajó con una beca a Inglaterra para formar parte del Medical Center Research de Cambridge.

En 1961 regresó al país para hacerse cargo del Departamento de Biología Molecular del Malbrán. Pero… tras el golpe de Estado de 1962 los militares intervinieron el instituto y Milstein regresó a Cambridge. “De muy buen modo le dijeron ¡vayasé!”, cantarían Los Twist. Lo echaron. Lo perdimos.

“La ciencia sólo va a completar sus promesas cuando los beneficios sean compartidos equitativamente por los verdaderos pobres del mundo” (César Milstein, Bahía Blanca, 8 de octubre de 1927 – Cambridge, 24 de marzo de 2002)

¿Y qué hizo en Cambridge? Un descubrimiento gigantesco: fabricar líneas de anticuerpos puros capaces de detectar y enfrentarse a una parte específica de un antígeno y vencerlo. Merced a ese hallazgo fue posible el desarrollo de diversos fármacos innovadores, como medicamentos para prevenir rechazos en trasplantes, la inmunización pasiva para el virus Sincicial Respiratorio, terapias para el asma y para enfermedades inmunomediadas como la artritis reumatoidea, la psoriasis y la enfermedad de Crohn o la hidradenitis supurativa, y permitió mejorar las tasas de supervivencia y de calidad de vida de los pacientes con cáncer. Apenas eso…

¿Saben una cosa? Milstein nunca patentó la técnica de obtención de sus anticuerpos monoclonales para que la humanidad toda tuviese acceso a su desarrollo. Así, reflejó con hechos su compromiso con la ciencia y la sociedad renunciando a incalculables retribuciones económicas personales, como contó el inmunólogo platense, Guillermo Docena, en su artículo El genio de Milstein combate al Covid desde La Plata, publicado en 90lineas.com el 2 de mayo de 2021.

César Milstein no patentó el descubrimiento que le dio el Premio Nobel para que lo pudiese utilizar toda la humanidad, de manera que resignó millonarias ganancias (crédito foto: Wips Digital)

El médico platense René Gerónimo Favaloro, nacido en el barrio El Mondongo, donde se convirtió en hincha fanático de Gimnasia y Esgrima La Plata, cursó sus estudios primarios en la Escuela Primaria Nº 45 de esa popular barriada, los secundarios en el Colegio Nacional de la UNLP y los superiores en la Facultad de Ciencias Médicas de dicha Universidad Nacional.

Hijo de un carpintero y una modista, ni bien se recibió Favaloro solía realizar guardias extras y siempre regresaba por las tardes -por propia voluntad- a ver a sus pacientes del Hospital San Martín de La Plata para saber cómo estaban y mantener largas charlas con ellos. “Todo médico, y en este caso yo diría todo científico, tiene que consagrar su vida al servicio de la humanidad”, repetía.

Su concepto infinitamente humanista de la medicina lo llevó a resignar su ingreso a la carrera hospitalaria para viajar hasta el pequeñísimo pueblo rural de Jacinto Aráuz, en La Pampa: su tío le había escrito una carta diciéndole que se quedaban sin doctor pues el de toda la vida se jubilaba. Allá fue por tres meses. Y se quedó 12 años. Entre muchas otras cosas, redujo drásticamente en el pueblo y en toda su área de influencia la mortalidad infantil. Nada menos.

“Debe quedar en claro que para mí lo individual no cuenta. Es tiempo de entender que el yo ha sido reemplazado por el nosotros” (René Favaloro, La Plata, 12 de julio de 1923 – Buenos Aires, 29 de julio de 2000)

En la década de los 60 viajó a los Estados Unidos para formarse como cirujano de tórax con el equipo de la Cleveland Clinic de Ohio, un sitio de excelencia.

El 9 de mayo de 1967, en ese centro de salud e investigación, Favaloro lideró la primera operación a una mujer de 51 años con la técnica de bypass que él había inventado. La misma revolucionó la cardiología mundial. En 1992, el diario The New York Times, uno de los más reconocidos e influyentes del planeta, lo calificó como un “héroe mundial que cambió parte de la medicina moderna”.

Decidió regresar al país pese a que lo tentaron de todos los modos posibles para que se quedara en EEUU. Aquí, en 1975 creó la Fundación Favaloro, que fue centro de atención y de capacitación de médicos. En 1980 puso en marcha el Laboratorio de Investigación Básica, que financió durante años de su bolsillo y que dio origen, en 1998, a la Universidad Favaloro y al Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular.

Favaloro operaba a todos. Al que pagaba en forma particular, a quien tenía mutual y a aquel que no tenía nada de nada. Pero eran demasiados los que guardaban en sus bolsillos otros planes. Así las cosas, como el médico no quiso entrar jamás en el sistema de retornos (coimas), lo dejaron solo. La Fundación quedó al borde del abismo pero, sin embargo, él no cedió.

Golpeó las puertas de todos los gobernantes una y otra vez. Nadie lo atendió. Fue entonces que escribió una carta denunciando a la corporación política, a la corporación médica, a la corporación sindical. Una carta tan dura que (casi) nunca se revisa ni se estudia en los colegios ni se publica en forma completa, como sí lo hizo este medio. Es que nadie quiere mirarse en ese espejo. Es más fácil ponerle el nombre de Favaloro a una plazoleta que seguir su ejemplo.

La técnica del bypass fue elegida como uno de los “400 inventos y descubrimientos que cambiaron la historia de la humanidad”. Hasta hoy, sigue salvando millones de vidas en todo el planeta.

¿Y si hacemos la prueba de seguir estos ejemplos?

René Favaloro y su otra gran pasión: Gimnasia (crédito foto: Nexofin)
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