Por Alejandro Salamone
En el viejo y querido Centro de Educación Física N° 2 (CEF N°2), de nuestra ciudad de La Plata, entre muchas canchas de fútbol, rugby, algunas de basquet y otras de deportes menos populares, había una humilde casa de material, de color blanca, con la pintura descascarada y bastante humedad en las paredes del lado de afuera. Quienes frecuentaban el predio durante las décadas de los ´70, ´80 y parte de los ´90, recordarán que esa casa estaba ubicada al lado de una cancha de fútbol 11, a unos 70 metros detrás de las antiguas tribunas de la pista de atletismo, que aún se conservan intactas. Ahí, en esa casa, vivía una familia tipo que fue removida y ubicada en otro sitio cuando comenzó a hablarse de la construcción del «Estadio Unico», hoy bautizado por el Gobierno bonaerense «Estadio Diego Maradona».
En una calurosa tarde del año 1984, después de un «picado» de sábado por la tarde, en esa cancha, se acercó un hombre, padre de la familia que allí residía, quien en medio de una entretenida y variada charla con los pibes adolescentes, lanzó una pregunta:
-¿Ustedes saben quién fue el mono Gatica?
Los años ´80 fueron una década de oro del boxeo con exponentes como «Mano de Piedra» Durán, Sugar Ray Leonard, Maravilla Hagler, Tommy Hearns, en la que solíamos quedarnos hasta altas horas de la madrugada mirando por TV veladas épicas. El box había ganado en popularidad y, por eso, conocíamos al mono Gatica. Si bien era un boxeador de otra época -su primera pelea profesional la ganó el 7 de diciembre de 1945 ante Leopoldo Mayorano, por nocaut en la primera vuelta- nuestros padres a menudo nos hablaban de este gran púgil que dividió al País entre quienes lo adoraban y quienes lo odiaban. Más claramente, entre peronistas y antiperonistas, respectivamente.
En total, a lo largo de su carrera, Gatica realizó más de noventa combates: ganó ochenta y seis (setenta y dos por la vía rápida), perdió siete y empató uno
– Si lo conocen, tengo para contarles que el mono vivió mucho tiempo acá, en esta casa.
Quedamos impactados con esa revelación que, a decir verdad, iba en la misma dirección de lo que muchos vecinos del barrio La Loma, cercano al CEF N° 2, contaban por aquellos años ´80. Claro, los recuerdos y los corrillos eran poco precisos y difusos, pues habían pasado unos 25 años de la supuesta presencia del famoso vecino que, en la más profunda soledad y en la ruina, se las arreglaba para sobrevivir en el predio administrado por el Estado Provincial, delimitado por las calles 532, 528, 21 y 25.

COMIENZOS Y LLEGADA AL PROFESIONALISMO
Gatica nació en Villa Mercedes (San Luis) un 25 de mayo de 1925 y murió a los 38 años en Avellaneda. Su muerte fue trágica al ser atropellado por un micro de la línea 295 luego de salir de ver un partido de fútbol entre River e Independiente, falleciendo dos días después, el 12 de noviembre de 1963 debido a las graves lesiones ocasionadas.
Hijo de doña Tomasa y José Gatica, la primera parte de su infancia transcurrió en su ciudad natal, donde los Gatica disfrutaban de un buen pasar hasta que sufrieron un siniestro en el kiosco de la estación local, propiedad de la familia. Su padre intentó empezar de nuevo, sin suerte. Entonces su madre decidió marcharse a Buenos Aires junto a José y sus dos hermanas.
La difícil situación económica que atravesaba en la «década infame», lo llevó al mono a vender paquetes de pastillas en Plaza Constitución y a lustrar zapatos en el bar «El Anclar». Cerca de allí estaba la Misión Inglesa, una institución creada para que los marineros de esa nacionalidad, pudieran desarrollar actividades de diverso tipo. Entre otras cosas se practicaba boxeo; allí Gatica ganó sus primeros pesos peleando. Era apenas un adolescente y ya empezaba a mostrar sus condiciones sobre el ring. Transcurría el año 1944, cuando se clasificó campeón pluma en el torneo Guantes de Oro. Y así culminaba, brillantemente, su trayectoria como púgil amateur para comenzar a andar su camino en el profesionalismo.

Durante lo que duró su carrera profesional, Gatica era generoso como pocos, se cansó de dar a manos llenas sin reparar en el perjuicio que esto ocasionaría para su economía. Entregaba «lo que no tenía y más» a los humildes, al hombre que vendía diarios o al que lustraba zapatos. El poeta, boxeador y periodista, Alfredo Carlino ( (17 de octubre de 1932 – 25 de marzo de 2018), dijo que José María era un símbolo para la gente del interior que llegada a Buenos Aires en busca de un mejor destino. “Todos iban a ver ganar a Gatica, y si él ganaba, ganaban ellos».
La gran oportunidad de su carrera la tuvo el 5 de enero de 1951 al combatir con el norteamericano Ike Williams por el título mundial de los livianos en el legendario Madison Square Garden de Nueva York . Derrotado en el primer asalto, fue tres veces a la lona, constituyó una de las grandes decepciones en la historia del deporte argentino
El «Mono» era la expresión del pueblo en una época de polarización política extrema. En torno al cuadrilátero surgieron los más profundos enconos. Ver pelear al “Mono” significaba dividir al Luna Park en peronistas y antiperonistas, en descamisados y “oligarcas contreras”. Símbolo de lo que ocurría fuera del ring, la afición tomaba partido a favor o en contra de lo que él representaba. Y José María no era indiferente a ello.
En el libro “El mono Gatica y yo”, de Jorge Montes, Samuel Emilio Palanike cuenta cómo su amigo se paraba antes de una pelea en las cercanías del Luna Park para repartir entradas a la gente de condición humilde. “ – A todos los que andan en camisa el señor Gatica les obsequia una entrada. Los de saco son oligarcas y por lo tanto no la necesitan. Dicho lo cual repartía el talonario entre los descamisados.
PERSEGUIDO Y EN LA RUINA
El mono no sólo ganaba peleas arriba del ring, sino también iba ganando fama y popularidad. El Luna Park era el estadio donde convocaba a multitudes y el entonces presidente Juan Domingo Perón junto con su esposa Eva Duarte, que concurrían a verlo, habían generado aprecio y simpatía con el boxeador, abiertamente declarado peronista, tanto así que fueron los padrinos de su primera hija, a la que llamó con el consenso de su esposa, María Eva Gatica.
Después de 1955 a José María Gatica se le fueron cerrando todas las puertas. No tuvo el reconocimiento que merecía. Le hicieron pagar el precio de estar identificado con un gobierno popular
La presidencia de la Nación apoyó económicamente el primer viaje de Gatica al exterior. En su llegada a Estados Unidos y tras vencer por nocaut (knockout) técnico en el 4to round a Terry Young, luego de algunas gestiones y con altas expectativas, logró medirse en enero de 1951 ante Ike Williams, campeón de peso liviano, quien a pesar de no arriesgar su título, lo mandó a la lona tres veces en el primer round, ganando el combate en el prestigioso Madison Square Garden de Nueva York.

Su regreso, tras aquel gran fracaso, trajo consigo bajo rendimiento y un declive que se acentuaba cada vez más, su mejor momento ya era cosa del pasado.
Con el gobierno de Perón concluido y ya instaurada la autodenominada Revolución Libertadora, al mono le quitaron la licencia para boxear, por su identificación con el gobierno destituido. Otros deportistas también sufrieron por su condición de ser peronistas (ver Mary Teran de Weiss, la tenista argentina top 10 del mundo que el odio logró destruir).
En uno de estos espectáculos a los que acudió Perón, este pidió que le presentaran a la estrella del ring. Ante la situación, a Gatica se le ocurrió presentarse con una frase que lo hizo célebre: «General, dos potencias se saludan»
Como hombre valiente que era, Gatica siguió arriba del cuadrilátero pero de forma clandestina, aunque con poco éxito y sin ingresos, se vio obligado a volver a la humildad de la que había logrado escapar en su niñez, pero esta vez con un legado enorme al que muy pocos tienen la dicha de llegar.
“Su último combate fue frente a Jesús Andreoli, una fría noche del 6 de julio de 1956 en el Lomas Park, un ya desaparecido gimnasio de la calle Oliden, de la ciudad de Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires. Luego de vencer a su rival por nocaut técnico en el cuarto round, fue detenido inmediatamente por la Policía que lo estaba esperando, porque su sola presencia significaba un grito de resistencia peronista” (Víctor Lupo).
Gatica para ganarse «ese mango que lo haga morfar», formó parte en exhibiciones de catch junto al gran Martín Karadagian o en veladas pugilísticas de escasa categoría, enfrentando a tres o cuatro contrincantes por noche. Pero no alcanzaba.

Fue entonces, según historiadores y periodistas del deporte argentino que siguieron toda su carrera y, más que su carrera, su vida, que allá por el año 1957 el mono tuvo que desempeñarse en distintos oficios. Fue entonces que llegó como «profesor de educación física» del Centro de Educación Deportivo Nº 2 de La Plata, más tarde denominado CEF N° 2.
Los estudiosos y las revistas deportivas de la época que reflejaban la vida del púgil, cuentan que Gatica vivió al menos dos años en el ex-Estadio Provincial, en esa casa blanca, descascarada. Solía levantarse bien temprano y paseaba su figura «tirando guantes» al aire y con sus alumnos y aquellos que se acercaban a entrenar con él. Era solitario y apenas hablaba con algunas personas que se acercaban al lugar ante semejante presencia.
Muchos hoy se lamentan de que esa construcción no haya sido conservada como patrimonio histórico cuando las topadoras arrasaron todo lo que había en el inmenso terreno para comenzar la construcción del Estadio Maradona. Y no es para menos. En ese lugar de la Ciudad pasó esta leyenda del pueblo. Vivió poco más de un año de su corta vida, con su fama a cuestas, pero sin dinero y defenestrado por los oligarcas que se llevaron puesto a un gobierno democrático y también, por supuesto, al gran mono Gatica.
El cineasta y cantante Leonardo Favio dirigió en el año 1993 el largometraje «Gatica, el Mono», que refleja cabalmente al vida del exboxeador. Un fragmento de la misa:
Fuentes consultadas para esta nota, además las vivencias personales: OSVALDO JARA – LOS MALDITOS – VOLUMEN III – PÁGINA 88. Ediciones Madres de Plaza de Mayo – Perfil – La Baldrich y Notiamérica