Aunque parezca imposible, todo el odio que generó el peronismo en un sector de la sociedad argentina -minoritario pero importante- se podría sintetizar en un hombre: el teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig.
¿Quién fue? Tras el golpe de Estado de 1955, y una vez que los propios golpistas desplazaron de la presidencia al teniente general Eduardo Ernesto Lonardi por considerarlo muy blando y en parte afecto a ciertas ideas peronistas, el nuevo presidente, Pedro Eugenio Aramburu, le encargó al titular del Servicio de Inteligencia del Ejército, Moori Koenig, que sacara el cadáver de Eva María Duarte de Perón del edificio de la CGT.
Aramburu lideraba junto al almirante Isaac Francisco Rojas el ala más antiperonista de las Fuerzas Armadas. Rojas, que ejerció la vicepresidencia tanto con Lonardi como con Aramburu, fue quien al mando del Crucero ARA 17 de Octubre dio el golpe final al gobierno de Juan Domingo Perón -surgido de las urnas con el 63,5% de votos, una marca que nadie ha superado en la historia- cuando amenazó con bombardear la Destilería La Plata de YPF, algo que seguramente hubiese hecho si Perón no renunciaba (el Crucero ARA 17 de Octubre, comprado en 1951 al gobierno de los EEUU, luego fue rebautizado con el nombre de General Belgrano).
Con Perón en el exilio, los golpistas tenían terror de que la resistencia peronista en ciernes se hiciese con el cuerpo de Evita, ya embalsamado por el doctor Pedro Ara a pedido del propio líder del justicialismo. Sería un golpe letal para los planes destructivos de la mal llamada Revolución Libertadora, teniendo en cuenta que Eva despertaba entre los sectores populares igual o mayor devoción que el ahora ex presidente.

Evita era el corazón del peronismo. Despertaba sentimientos de amor incondicional entre los trabajadores y trabajadoras y entre los más humildes. Y representaba a los cientos de miles de militantes que se inscribían en el peronismo más combativo; para algunos, el peronismo revolucionario.
Por ello, los antiperonistas más fanáticos le tenían tanto odio como temor. Y en rigor, una cosa iba ligada a la otra. El odio estaba agigantado por el miedo supino de que con el tiempo Eva pudiese convertirse en lideresa del peronismo, teniendo en cuenta su juventud y el enorme y siempre creciente amor popular. Perón negociaba. Evita era intransigente. Con los de afuera y con los de adentro. Ella quería cambiar el estado de cosas de una vez y para siempre.
Lo que ni la mente más perversa pudo imaginar fue que ese odio y ese temor siguiesen tan encendidos tras su muerte y una vez derrocado el gobierno constitucional. Pero así fue.
El comando necrofílico de Aramburu
La noche del 22 de noviembre de 1955, por orden directa del presidente de la Nación, Pedro Eugenio Aramburu, el teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig les dijo a los hombres que estaban haciendo guardia en el edificio cegetista donde se hallaba el cuerpo de Evita que se fueran. Poco después, Koenig ingresó junto a su hombre de máxima confianza, el mayor Eduardo Antonio Arandía, y con una patota que podría tomarse como un precedente de los grupos de tareas de la dictadura de 1976, y robaron el cadáver. Antes orinaron sobre él y le cortaron un dedo y el lóbulo de una oreja para hacer los estudios que confirmaran que efectivamente se trataba de Eva.
Cadáver de Evita

El cadáver de Evita estaba en la CGT a la espera de que se terminara el colosal Monumento al Descamisado, una idea de la propia Eva que, tras su muerte, pasó a incluir una bóveda subterránea para que descansara su cuerpo. Las bases del monumento, que sería el más grande del mundo, fueron demolidas por la dictadura. Y algunas de las esculturas secundarias fueron decapitadas o arrojadas al Riachuelo, tal como contamos en un artículo que puede leerse aquí.
Un año “paseando” por Buenos Aires. El misterio de las velas y las flores
La nefasta misión no se le pudo encargar a peor persona. Fanático antiperonista y dueño de un odio totalmente fuera de lo común hacia Evita, Carlos Moori Koenig pronto se reveló como un hombre psiquiátrico.
Como el cuerpo fue dejado en una docena de lugares distintos y a los pocos días aparecían en la puerta velas y flores, Moori Koenig terminó de enloquecer. Desobedeciendo al propio Aramburu, quien le había ordenado darle sepultura en un lugar que nadie conociese, puso el cadáver en un cajón que traía radiotransmisores, lo cargó en una camioneta de florería y lo llevó con él a todos lados. ¿Por cuánto tiempo? Nadie sabe. Algunos hablan de meses. Otros, de un año.
Uno de los tantos lugares donde estuvo el cadáver fue en la casa del mayor Arancibia. Hasta que allí también aparecieron velas y flores. Moori Koenig quiso entonces llevarlo a su propia casa, pero se encontró con la negativa tajante de su esposa.
El cadáver de Evita – Video 1
Asesinato y después
El terror a que la resistencia peronista robara el cuerpo iba in crescendo. Y a la par crecía la locura del coronel, quien también comenzó a tomar alcohol en grandes cantidades. Una madrugada, en torno a las tres, escuchó ruidos. Despertó y vio una sombra. Creyó que se trataba de un integrante de algún comando del peronismo y disparó con una 9 milímetros: su mujer, embarazada de ocho meses, murió en el acto.
Moori Koenig llevó el cadáver a su propio despacho del Servicio de Inteligencia del Ejército. Su locura hizo que le quitara la tapa y lo pusiese de pie. El propio coronel Héctor Cabanillas (ver video 1) reconoció que su colega tenía prácticas “anticristianas” con el cuerpo.
La locura de Moori Koenig llegó a tal punto que comenzó a enseñarle el cadáver de Evita a algunos camaradas, hasta que un día se lo mostró a la futura cineasta María Luisa Bemberg, quien había ido al lugar supuestamente a realizar un trámite. La mujer, espantada, se lo comentó a un amigo de la familia que trabajaba en la Casa Militar. Así fue que se enteró Aramburu, quien envió a Koenig al sur y lo reemplazó por Cabanillas.
El cadáver de Evita – Video 2
Bajo el nombre «María Maggi de Magistris»
Entre el temor a la resistencia peronista y a un sector de las Fuerzas Armadas que quería quemar el cuerpo y tirarlo al río, la dictadura decidió sacar el cadáver del país. El teniente coronel Alejandro Agustín Lanusse -quien en el futuro también sería presidente de facto-, con apoyo del cura Francisco Rotger -nexo del gobierno con la jerarquía de la Iglesia Católica argentina y con el Vaticano-, armaron el operativo.
En abril de 1957, el cuerpo de Evita fue embarcado con destino a Italia bajo el falso nombre de María Maggi de Magistris.
“Evita fue enterrada con ese falso nombre en la Tumba 41-Campo 86 del Cementerio Mayor de Milán en presencia de Hamilton Díaz y Sorolla, quien hizo las veces de Carlo Maggi, ficticio hermano de la fallecida. En tanto, una laica consagrada de la orden de San Pablo, llamada Giuseppina Airoldi y conocida como la ‘Tía Pina’, fue la encargada de llevarle flores durante los 14 años que el cuerpo permaneció sepultado en Milán. Pina nunca supo que le estaba llevando flores a Eva Perón” (“Secuestro y desaparición del cadáver de Eva Perón” – El Historiador).
Cadáver de Evita


En 1970, Montoneros secuestró al general Aramburu y pidió a cambio de su libertad la restitución de los restos de Eva Perón. Ello no ocurrió y el ex dictador fue asesinado. El impacto de esa acción llevó a Lanusse, cuando asumió la presidencia de facto en marzo de 1971, a organizar la devolución del cuerpo. Se encargó Cabanillas, quien lo entregó a Perón en España el 3 de septiembre de 1971. Un estudio reveló que el cadáver había sufrido “35 daños entre golpes y quemaduras”. Fue el doctor Pedro Ara, quien lo había embalsamado, el encargado de restaurarlo.
El 17 de noviembre de 1974, muerto Perón, la presidenta Estela Martínez trajo los restos al país y los llevó a la quinta de Olivos (Perón quiso mantenerlo en Madrid para no empeorar la brutal interna del peronismo en Argentina). Cuando llegó la dictadura cívico-militar en el ‘76, lo sacó de Olivos y lo entregó a su familia. Desde entonces descansa en la bóveda Duarte del cementerio de la Recoleta.

