Caminar las calles de la Ciudad y ser observadores de los acontecimientos nos da la visión del conocimiento, del desarrollo, de la realidad circundante en nuestro andar. El cartel, el edificio, la casa en venta, el negocio, la plaza, los árboles, el pavimento, el tránsito, los peatones, los ciclistas, las personas. Todo es parte del movimiento diario en el engranaje de una ciudad, un pueblo, un lugar. Poder mirar nos dará un escenario certero y concreto de dónde estamos, hacia dónde vamos y saber lo que nos está pasando.
Si observamos que la idea es que un país se exprese en su moneda local, pero durante décadas sigue mirando el dólar, es porque nunca su moneda generó la confianza en las personas de ese suelo. Si además el dólar tiene tres precios, el oficial, el ahorro y el blue, es porque la economía está colapsada y es imposible determinar un valor real. Si un kilo de bola de lomo está 700 pesos para hacer milanesas, es necesario saber que un sueldo promedio no puede ser de 30.000 pesos y más aún, que la mayoría de los jubilados estén alejados de ese magro monto. Si la nafta cuesta cerca de 80 pesos significa que para hacer sólo 100 kilómetros a una velocidad de 90 km/ hora, se necesitaran 770 pesos. Si un carrito de supermercado no termina de completarse con 8000 pesos, suministrando alimentos y otros elementos para algunos días del mes, hay una gran porción de la sociedad que está cada vez más empobrecida. Si las vidrieras exhiben zapatillas de 11.000 pesos y hasta de 25.000 pesos, es porque hay alguien que las puede comprar y no es justamente quien gana 30.000 pesos.
Si observamos las comisarías de nuestra ciudad, nos daremos cuenta por su conservación cómo está la seguridad del sitio que habitamos. Lo edilicio al igual que los móviles deja ver claramente el cuidado del patrimonio del Estado y a la vez el propio, ese trato es el mismo que recibe el ciudadano a la hora de ser cuidado. Si nos detenemos a reconocer el uso que dan los alumnos a las puertas de las aulas de su escuela, las ventanas y demás estructuras, tendremos la perspectiva cierta de la educación que recibe ese alumnado en sus casas. Si los domicilios de nuestro vecindario se llenaron de rejas, alambres de púas, alarmas vecinales, alarmas comunitarias, es una señal absoluta que hay miedo en la sociedad que habitamos.
Si en la ciudad que residimos vemos motociclistas con escapes que generan explosiones, sin cascos, sin luces, transitando por veredas, en contra mano, no habrá duda que estamos en una ciudad sin control alguno. Si los conductores de autos estacionan en el paso peatonal, no respetan semáforos, ni velocidades permitidas, es clara señal que a la falta de inspección se le suma la ausencia de educación. Si al caminar las veredas nos encontramos con pérdidas de agua, incluso en algunas plazas, es porque la misma empresa que cobra el vital elemento tiene un fin recaudador, pero no la idea de brindar un servicio y preservar un componente vital para la vida.
Si la clase dirigente cobra sueldos exorbitantes en comparación con trabajadores empleados, en distintos rubros, comercio, metalúrgicas, talleres, oficinas públicas, administrativos, es porque nunca han creído en la igualdad que pareciera pregonan. Si durante años se sigue entregando un subsidio a la clase más necesitada que se denomina plan, es porque justamente la idea carece de un plan, no hay plan. Si la persona que otorga un subsidio luego pide ser votado en las elecciones, no es ética, es manipulación. Si observamos qué ocurre en el desarrollo de los barrios más humildes y nos damos cuenta que en vez de mejorar, han crecido exponencialmente y se han degradado en necesidades estructurales básicas, podremos ver que los caminos tomados han sido errores y no soluciones. Si las paredes de los frentes domiciliarios están rallados, garabateados o tienen leyendas de candidatos a cargos políticos, estamos ante idiotas de turno que vandalizan y ante posibles políticas/os a quienes no les importa escribir una fachada con tal de dejar la impronta de su nombre.
Si matan a una mujer en la localidad de Rojas luego de denuncias, gritos con pedidos desesperados de la víctima, que finalmente es asesinada, sumándose a un largo listado de femicidios, nos debemos dar cuenta que todo sigue igual, porque falla el Estado, las instituciones todas, los Derechos Humanos, la sociedad y el país en su conjunto. Si el asesino era policía y estaba con carpeta psiquiátrica y había sido denunciado en varias oportunidades por la víctima, ¿cómo se permitió que siguiera el camino que indefectiblemente terminaría con la vida de la joven? ¿Acaso nadie lo vio? ¿No se dieron cuenta? ¿No lo pensaron? ¿No era demasiado claro? Incluso una superior del policía asesino, le dijo que lo iba a trasladar, pero por ese hecho recibió una amenaza. Le respondió: “Si me trasladan tiro una bomba”. ¿Qué otra señal esperaba? ¿Acaso la muerte de la joven? ¿No era evitable? Las 15 puñaladas en el cuerpo de Úrsula la dimos todos nosotros. Porque somos observadores de la realidad y vemos cada día lo que nos pasa, lo que nos atraviesa, pero lamentablemente hace décadas somos cuerpos inertes que no hacemos ni decimos algo. Yacemos en la nada misma.