El llamando a la convivencia democrática y al acuerdo se convirtió en una necesidad imperiosa en un momento en que surgen amenazantes acciones de grupos extremos que no sólo atentaron contra la vida de Cristina Kirchner en al menos dos oportunidades, sino que también la siguen amenazando, al igual que al presidente Alberto Fernández y hasta a Mauricio Macri
Las presencias y faltazos en la convocatoria de la «Misa por la paz y la fraternidad de los argentinos» hecha por el oficialismo en la Basílica de Luján demuestra que ni aún el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, sirvió de catalizador para dejar atrás las discrepancias históricas que divide a la sociedad argentina.
Si bien el proceso electoral de cara al 2023 exacerba esas discrepancias, lo cierto es que en los últimos meses las tendencias hacia la profundización de las posturas extremas se han agudizado aún más con el surgimiento de grupos, en principio reducidos, que ya proclaman el uso de la violencia como método para eliminar al rival político y, como demuestra por sí mismo el atentado, están dispuestos a llevarlos a cabo.
UN PUNTO DE INFLEXIÓN
Para los memoriosos 1983 marcó un punto de inflexión en la vida nacional. Hubo un acuerdo en parte implícito, pero también manifiesto de los protagonistas políticos en dejar atrás la dolorosa metodología que en la década anterior ensangrentó al país. Pero ese acuerdo en parte tácito, pero también repleto de símbolos inconfundibles, no ocultó que una parte de la sociedad, la más comprometida con los sectores dominantes, no estaba dispuesta a renunciar a ninguno de sus privilegios, al contrario esos sectores siempre estuvieron dispuestos a mantenerlos a como diese lugar.
Y si esa postura quedó clara en la fáctico, no menos cierto es que la impronta de tender puentes con el adversario político para hacer frente a quienes atentaran contra la institucionalidad, se fue rompiendo, al mismo tiempo que resurgía con fuerza (porque quizás nunca se terminó enterrando) la idea de eliminar al adversario, más que discutir con él formas de convivencia para un proyecto integrador que incluyera a todas las partes.
Esas posturas extremas de ni siquiera admitir la existencia de quien piense distinto se vio agudizada en los últimos años, en un proceso que no sólo se da en Argentina, sino que encuentra réplicas en distintas partes del mundo occidental
Pero lo grave en el país, es que se creyó que había enterrado esa metodología junto con el juicio a los militares genocidas de la última dictadura, en especial cuando durante los alzamientos carapintadas se temió sobre la supervivencia de esa frágil institucionalidad, que pese a todo está próxima a cumplir 40 años.
Es que más allá de disputas, acusaciones y enojos, la democracia quedó consolidada como método para dirimir las diferentes visiones de los protagonistas de la vida nacional.
EL ATENTADO A CRISTINA
Y es precisamente eso lo que vino a poner en jaque el atentado a Cristina Fernández de Kirchner. No sólo fue un fallido magnicidio de consecuencias impensable, sino también una prueba de que aquel consenso surgido hace cuatro décadas es más débil de lo que se creía.
Y cómo si fuera poco tampoco permitió esgrimir un mensaje unívoco de todo el arco político contra esos sectores que alientan la violencia como método político y que no dudan en llevar a la práctica acciones aberrantes, que incluyen también amenazas al presidente Alberto Fernández o al líder de Juntos por el Cambio, Mauricio Macri o a la propia Cristina Kirchner, a la que ahora la investigación judicial hizo conocer que se quiso eliminar cinco días antes al atentado fallido y volvió a ser amenazada en otro mensaje emitido desde La Plata.
Es claro que hay sectores que anteponen sus beneficios presentes a generar estrategias conjuntas para un desarrollo armónico del país, que incluso a la larga podría beneficiarlos. Ese mecanismo angurriento y hasta irracional es una de las causas del deterioro económico argentino a lo largo de las décadas en una puja política y distributiva que no termina de zanjarse y fue una de las causales de los golpes de Estado del siglo XX, pero también de las marchas y contramarchas respecto a los instrumentos económicos y hasta de los cimientos mismos sobre los cuales se debe edificar la Argentina del futuro.
Un debate siempre retrasado lisa y llanamente oculto detrás de reyertas, acusaciones judiciales no siempre fundadas y el deseo explícito de que una parte de la vida política nacional no exista más. Claro que el intento una y otra vez ensayado, chocó siempre con la organización de la otra parte de la población no dispuesta a renunciar a algunos de sus derechos.
La grave ecuación se profundiza cuando, como ahora, las redes sociales permiten llevar a la misma cloaca al adversario político, hecho profundizado desde algunos medios de comunicación, siempre dispuestos a aportar su grano de arena para agudizar la “grieta”, que ellos mismos contribuyeron a construir.
BAJAR UN CAMBIO
Por estas horas se habló de bajar un cambio, pero parece que ni en eso puede haber un mínimo acuerdo, en un giro peligroso porque por lo menos se alienta a esos sectores marginales siempre dispuestos a dar un golpe de mano que puede arrojar al vacío a todos los argentinos.
Y los sectores más extremos de la vida política nacional parecen no tener conciencia de los riesgos que se corren y de los cuales tampoco ellos están exentos. Pero lo más grave es que ni siquiera sectores institucionalizados del país asumen posturas firmes ante estos hechos, relegando su condena a la mera especulación electoral.
Mientras tanto las apelaciones a una legislación contraria al odio o la mera aplicación de las leyes vigentes están llamadas al fracaso si no se logra ese mínimo consenso de convivencia contrario a discursos que estimulan las posturas extremas.
Hay que reconocer que no es un fenómenos nacional, sino que forma parte de un nuevo contexto social a escala planetaria, que profundiza la concentración de la riqueza, precariza una fuerza laboral cada vez más empobrecida, hechos que a la vez atentan contra las relaciones familiares y comunitarias, al mismo tiempo que potencia el individualismo y el resentimiento, generador de odio y posturas radicalizadas.
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA
Por eso la convocatoria para alcanzar acuerdos mínimos de gobernabilidad formulados hasta por la propia Cristina Kirchner, (generalmente ubicada en uno de los extremos de la grieta) a sabiendas que ninguna fuerza política podrá gestionar exitosamente sin esos consensos necesarios para encarar un futuro posible para el país, perdió una clara oportunidad en la misa de Luján, pese al creciente clima de violencia e inseguridad en el que ingresó el país.
Hay quienes sostienen que ya han comenzado a tenderse puentes para alcanzar al menos algunos entendimientos aunque sean precarios, pero no por eso menos necesarios.
Esos consensos como la defensa de la vida y la democracia que impulsaron en su momento Perón y Balbín y más recientemente Alfonsín y Cafiero luego de la última dictadura.
Esos acuerdos básicos que pavimentaron la flamante institucionalización del país hace casi cuatro décadas y que dio prestigio al hoy devaluado Poder Judicial argentino, tras los juicios a las Juntas de la última dictadura.