golpe de mercado
Esto ya lo vivi(mos). El paréntesis que encierra la extensión a la primera persona del plural es para incluir a todos los que también lo vivenciaron, pero como muchos lectores y lectoras seguramente eran niños o niñas hace 35, 30 o 20 años, o incluso no habían nacido, dejé lugar para contar algunas cuestiones en primera persona.
¿Y qué es “esto” que ya vivi(mos)? Lo que está ocurriendo ahora mismo en el país: corrida contra el peso (comúnmente llamada corrida cambiaria); altísima inflación; funcionarios del Gobierno anterior pidiéndole al FMI que le suelte la mano a la Argentina; rumores que siembran más incertidumbre (como si no fuera suficiente la que ya había desde 2018, cuando Juntos por el Cambio tomó en tiempo récord la mayor deuda en dólares de nuestra historia y de la historia del Fondo para fugarla completa); comercios sin precios; versiones de desabastecimiento; angustia entre la gente trabajadora.
Para no hilar muy finito, pues esta no pretende ser una monografía sobre los golpes de mercado que nacieron tras la dictadura para reemplazar a los ya inviables golpes militares, diremos que algo muy similar ocurrió en 1989 y, peor aún, en 2001.
Los tres jinetes del apocalipsis
“Para que no pase nuevamente”, según reza el dicho popular, “voy a contar lo que siguió a una situación parecida a la actual en aquellos años” (pura superchería, claro está).
La corrida contra el peso, que implica un aumento desmedido e injustificado del dólar para devaluar a la moneda nacional, la provocan “los mercados” con el fin de sentar las bases de un caos económico y social. Aclaremos que “los mercados” no son fantasmas: tienen nombres y apellidos. Suelen ser grandes empresas exportadoras de distintos rubros (agropecuario, industrial, etc) que fuerzan una megadevaluación porque con un dólar altísimo sus ventas al exterior rinden mucho más y ganan fortunas. En el medio de esas operaciones hay bancos (no todos) y financieras (casi todas) que hacen una gigantesca diferencia con estas maniobras 100% especulativas.
Una vuelta por el barrio
Suba del dólar implica devaluación del peso y aumento de precios. Vayamos al barrio. El laburante -usted, yo, su vecino, el mío, etc- pierde poder adquisitivo porque el peso vale cada vez menos, al tiempo que los precios de los alimentos suben por un ascensor. Es el combo explosivo perfecto para ir generando malestar social, es decir, “la previa” al caos económico y social del que hablamos en el párrafo anterior.
Si la lógica devaluación del peso+licuación del poder de compra de los sueldos+aumento imparable de precios no se detiene en seco, viene el paso 2 del proceso del golpe de mercado: la alta inflación se convierte en hiperinflación. Esto implica que el peso pasa a valer “nada”, literalmente, por lo cual los sectores más humildes de la población no pueden comprar comida. Y como nadie deja sin comer a sus hijos, tanto en 1989 como en 2001 muchas personas no tuvieron otra opción que llevárselos de los supermercados. A esos actos se los denominó “saqueos”.
golpe de mercado
Hiperinflación: el arma para anestesiar a una sociedad
¿Qué viene después de la hiperinflación? Después de una hiperinflación queda una sociedad inerte. Siempre dije, tomando como ejemplo la experiencia de 1989/1991, que una hiperinflación es el arma más anestesiante de una sociedad: la gente queda tan shockeada, frágil y desprotegida que acepta cualquier propuesta política que implique cortar el aumento de precios y “restaurar el orden social”. Es decir, una hiper recesión económica (el freno a la actividad productiva frena la inflación) y represión indiscriminada. Un súper ajuste, aumento de la desocupación y la pobreza hasta niveles impensables, y “a sufrir que ya vendrán los buenos tiempos”.
Muchos recordarán conmigo cómo es una hiperinflación. Los alquileres aumentan hasta valores impagables. Cualquier sueldo no alcanza ni para llegar al 15 del mes. Cuando uno va al supermercado ingresa en una disputa con los empleados (literalmente) para ver si llega a poner equis producto en el carro antes de que lo remarquen. Los precios de alimentos y bebidas suben de la mañana a la tarde y de la tarde a la noche; ya no existe el “de un día para el otro”. Por todos lados donde uno se mueve hay rumores de que “se avecinan saqueadores de comercios”. Los comerciantes entran en pánico. Recuerdo que en 1989, una tarde dejaron salir a todos los alumnos y docentes de las escuelas y facultades de la zona “común” a La Plata, Berisso y Ensenada porque “venían hordas a saquear y romper todo”. Nada de esto es exagerado. Es más. Es un relato incompleto que no refleja ni el 10% de la situación que se vivió. Ese es el caos social del que hablamos, el que quieren provocar ahora.
golpe de mercado
(Ayer, martes 25 de abril, el ministro de Economía, Sergio Massa, hizo allanar una financiera y hoy, martes 26 de abril, harían lo propio con otras cuatro que están en la mira por la corrida cambiaria. Se dice que el FMI le dio la venia para que actúe en ese sentido. Además, el jueves 27 de abril viajarán altos funcionarios argentinos a EEUU en busca de un apoyo explícito del organismo -y no sólo de palabra, pues el Gobierno necesita reforzar sus reservas en 10.000 millones de dólares como mínimo- para estabilizar el panorama. O sea que en estos próximos dos o tres días se verá si el Fondo le suelta la mano al Gobierno, como en 1989 se la soltó al de Raúl Alfonsín y en 2001 al de Fernando de la Rúa, y apuesta por una tercera salida ultraliberal en 35 años con el consecuente paso atrás, esta vez digamos que “definitivo”, de la República Argentina, o si apuestan por un peronismo amigo del capital antes que por un camino ultraderechista).
1989
El gobierno encabezado por Raúl Alfonsín (1983-1989) asumió condicionado hasta la coronilla por la debacle económica que había dejado la dictadura, fundamentalmente por una deuda externa impagable (cualquier similitud con la herencia que dejó Juntos por el Cambio no es pura coincidencia: la inflación actual tiene como una de sus fuentes principales los acuerdos con el FMI, acuerdos que al mismo tiempo tienen maniatado al Gobierno para tomar medidas libremente).
El primer ministro de Economía de Alfonsín fue Bernardo Grinspun, un economista heterodoxo que asumió a finales de 1983 con el lastre de la impagable deuda externa y de una inflación que en 1982 fue del 210%. Tomó medidas para mejorar el salario y la producción nacional con el fin de movilizar el alicaído mercado interno. Durante 1984 creció el PBI, el producto industrial y el producto agropecuario, pero “cometió el pecado” de plantarse ante el FMI. Ello, sumado a una herencia macroeconómica que sin el respaldo de un previo y gran acuerdo político, económico y social sería inmanejable, lo llevaron al fracaso.
En febrero de 1985, con una inflación mensual del 30%, asumió en su lugar el economista Juan Vital Sourrouille, quien mezcló medidas heterodoxas con otras ortodoxas en el llamado Plan Austral, que cambió el peso por una nueva moneda, el austral, a razón de 10.000 pesos argentinos por cada austral. La melange incluía devaluación y posterior congelamiento del tipo de cambio; congelamiento de precios y salarios y baja de la emisión monetaria; aumento de las retenciones y aumento de tarifas, y toma de deuda para pagar intereses vencidos de la deuda. Fracasó. Así las cosas, en agosto de 1988 implementó el denominado Plan Primavera, de neto corte liberal. “Apertura comercial; liberación de las tasas de interés; eliminación de las retenciones; un plan ofensivo de privatizaciones de empresas públicas”, enumeró la periodista Liliana Caló. Fracasó estrepitosamente.
Vino la hiperinflación. El Índice de Precios al Consumidor (IPC) llegó a registrar un alza del 3.079% anual en 1989 y de 2.314% anual en 1990. ¿Consecuencias? Paralización de la economía y, “como indicó el historiador Ezequiel Adamovsky en Historia de la Argentina, (…) índices de pobreza e indigencia que treparon a niveles nunca antes registrados: 47,3% y 17,5% respectivamente”, añadió Caló.
golpe de mercado
Como dijimos más arriba, el proceso estaba “cerrando”, pues el FMI le soltó la mano al Gobierno y, así, de la corrida contra el peso se pasó a la hiperinflación, al desempleo y la imposibilidad de que los sectores más humildes pudiesen comprar alimentos, lo cual derivó en saqueos a supermercados. Caos total. Represión feroz. Muertos. Y una sociedad anestesiada que ya estaba lista para recibir las políticas de shock del gobierno ultraliberal de Carlos Menem.
Llegó a Economía Domingo Felipe Cavallo (“el mejor ministro de la historia”, según Milei y Macri), quien, al igual que hace pocos días hicieron los ex altos funcionarios del gobierno de Cambiemos (2015-2019) Guido Sandleris, Hernán Lacunza y Alfonso Prat-Gay (ya denunciados ante la Justicia por “traición a la Patria”), pidió a las instituciones financieras internacionales que rompieran lazos con Argentina.
Domingo Felipe Cavallo, el padre de tres «monstruos»: la estatización de la deuda privada en el final de la dictadura, el «uno a uno» del gobierno de Menem y el corralito de Fernando De la Rúa
Cavallo implementó una filodolarización de la economía. El llamado 1 a 1 (un peso pasó a valer un dólar por ley), frenó la inflación, pero como ese plan se financió con deuda externa, venta a precios de remate de todas las empresas públicas y apertura indiscriminada de la economía, con el tiempo fue entrando en un cuello de botella, pues creció el cierre de pymes y comercios, aumentó la desocupación y la pobreza, la deuda externa era gigante. Había que tomar medidas.
No obstante, como Argentina no tenía margen de maniobra porque el FMI controlaba cada movimiento y la rigidez de la ley del 1 a 1 no permitía actuar libremente sobre la política monetaria y cambiaria, en 1999, cuando Brasil, el principal socio comercial del país, entró en una crisis gigantesca, no hubo respuesta. Ese año ganó las elecciones la Alianza y asumió la presidencia Fernando De la Rúa, quien, al contrario que su rival Eduardo Duhalde, que abogaba por salir del 1 a 1, insistió en mantenerlo.
“En 2001, la demanda de dólares había superado ampliamente la capacidad del país de generar esas divisas. Con la economía estancada, Argentina dependía cada vez más de la financiación extranjera: el 97% de su deuda externa era en dólares. Preocupados por la asfixiante situación económica, muchos argentinos empezaron a desconfiar de la solidez del sistema. Con las reservas del Banco Central en caída, el gobierno de Fernando de la Rúa pidió ayuda al FMI. Pero ante la creciente fuga de capitales y el descalabro económico, el FMI decidió suspender sus desembolsos, lo que provocó una corrida bancaria masiva. Fue en este contexto que el 3 de diciembre De la Rúa firmó el decreto 1570, ideado por Domingo Cavallo -el «padre de la convertibilidad»-, para intentar frenar la sangría de dólares”. La gran idea de Cavallo fue el llamado “corralito: impuso fuertes restricciones a la retirada de depósitos bancarios, asfixiando aún más a la población, paralizando el comercio y dejando al vasto sector informal de la economía sin posibilidades de subsistir”, narró la periodista Fernanda Paúl. Entonces, otra vez, saqueos, represión (ahora con estado de sitio y 39 muertos) y fin del Gobierno.
golpe de mercado
A “contramano”, se salió adelante
A contramano de la salida ultraliberal que se tomó ante la megacrisis de 1989, los gobiernos encabezados por Duhalde, en 2002, y por Néstor Kirchner, desde 2003, jugaron a favor de la gente. Con un plan de desarrollo integral de la economía, le dijeron al FMI y a los acreedores privados: “Este es nuestro plan, toda exigencia que tengan que no se adapte al mismo, la vamos a rechazar”. Y cambió la historia.
¿Y ahora? ¿Qué hará el Gobierno ante el tercer intento desde el regreso de la democracia de un golpe de mercado? Se sabrá en breve.
golpe de mercado