Golpe de mercado. ¿Qué está en juego en Argentina? Hoy, en Argentina, está en juego la Argentina.
No es un juego de palabras ni una visión apocalíptica. Es la conclusión a la que se llega repasando los grandes trazos de nuestra historia. Trazos que nos dicen que éste debería ser un país industrial desde finales del siglo XIX, principios del siglo XX, cuando “el granero del mundo” asentado sobre vergonzosos latifundios generaba ganancias pornográficas. Pero no. En lugar de utilizar al menos una parte de esas ganancias en construir un gran país para todos, la clase dominante utilizó todo para sí misma. Pues Argentina jamás tuvo una burguesía a la cual le importara la patria; tuvo (y tiene) una burguesía profundamente clasista a la que solamente le importó mantener y/o incrementar los privilegios de clase.
Los unitarios ganaron la guerra civil a los federales y moldearon la que podría haber sido una gran nación para millones a los mezquinos y lujuriosos intereses de la aristocracia local. Inculta y egoísta, como hasta hoy. Miope, como hasta hoy. De hecho, si hubiese copiado al menos en parte el modelo estadounidense, como desde su propio seno se lo gritaron de todos los modos posibles Vicente Fidel López -ya a mediados del siglo XIX-, Carlos Pellegrini -desde 1870- y Ezequiel Ramos Mexía -a principios del siglo XX-, no hubiesen nacido sus grandes enemigos: el radicalismo yrigoyenista y, sobre todo, el peronismo. Pero no. Su norte no eran los incipientes Estados Unidos, sino la parasitaria nobleza europea.
«No existe hoy, ni puede haber gran nación, si no es una nación industrial (…) La República Argentina debe aspirar a ser algo más que la inmensa granja de Europa» (Carlos Pellegrini – 1875)
Todo tiene que ver con todo
¿Y qué tiene que ver todo esto con la corrida del dólar y la inflación que me perfora los bolsillos cada vez que voy al almacén del barrio? Absolutamente todo.
El enfrentamiento entre el proyecto de un país para pocos que la burguesía argentina concretó durante el siglo XIX y que tuvo su apogeo en el Centenario (octava economía mundial con el 80% de la población sobreviviendo) y el país industrial, económicamente soberano y con un desarrollo integral que planteó la entente entre el Estado, el movimiento obrero unificado y los pequeños y medianos empresarios y comerciantes desde 1945, aún no se resolvió.
Pero en los últimos años la balanza se ha inclinado peligrosamente hacia el lado del “modelo mexicano”: una clase alta milmillonaria, una clase media muy acotada y un 50% de pobreza estructural. O sea, aquella de la cual no se sale excepto un milagro. De esos que tanto le gusta reflejar a Hollywood como “el fruto del esfuerzo, la superación personal y la resiliencia”… Uno cada 10 millones. De proyecto colectivo, ni hablemos.
Cuando la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, advirtió en El Calafate en los últimos días que “si (los argentinos y las argentinas) no encontramos un punto de coincidencia, no va a haber Argentina para nadie”, no estaba exagerando. Lamentablemente, habría que decir, no estaba exagerando. Guste o no su figura a cada uno y cada cual, convengamos en que si la ex presidenta carece de una característica, esa es el tremendismo. Muy por el contrario, fueron sus más acérrimos opositores quienes predijeron el apocalipsis ante cada cosa que hizo o dijo desde que entró a la Casa Rosada en 2007 hasta que se fue en 2015.
“México pertenece al 25% de los países con mayores niveles de desigualdad en el mundo. Un ejemplo: mientras el estrato poblacional con menores ingresos percibe 101 pesos por día, el más alto ingresa en promedio 1.853 pesos, 18 veces más” (“La desigualdad en México” – Ana Karen García – 23 de febrero de 2020)
Yo te avisé
Pero es interesante bucear hacia atrás, cuando la principal líder del peronismo ya había dicho alto y claro que el país podía estar ante su última posibilidad.
“Debemos ser cuidadosos y debemos también, en homenaje a los que no están y los que se salvaron (de la pandemia), ver si como fuerzas políticas podemos inaugurar una nueva forma de discutir y debatir en el país, que no sea para el marketing o dar una frase para que la levante un videograph… Es la última oportunidad que vamos a tener como país si no encontramos una solución conjunta… Es imprescindible que esta etapa que vamos a abordar en beneficio de la gente lo hagamos desde la seriedad”.
Lo dijo el 1 de noviembre de 2021. Algunos definen a los líderes políticos que adelantan los tiempos como “estadistas”. Otros y otras convocan a Plaza de Mayo a bailar alrededor de una guillotina. A quien le quepa el sayo, que se lo ponga.
Una utopía. Diferencia entre gobierno y poder
¿Quién no quisiera ver a la dirigencia empresaria (de las grandes empresas y de las pymes), a la dirigencia de las entidades agropecuarias, a los principales representantes de las fuerzas políticas, de los gremios y las organizaciones sociales, la Iglesia y el gobierno de turno sentados a la misma mesa acordando políticas para avanzar decididamente en la solución de los problemas del país y de todos sus habitantes? Pero es una utopía.
Ello se explica porque en nuestro país en particular y en América Latina en general siempre existió y existe una diferencia abismal: una cosa es el gobierno y otra muy distinta el poder. En el gobierno está el partido o coalición política que gana las elecciones. El poder económico, en cambio, en el siglo XIX y gran parte del siglo XX estuvo en manos, exclusivamente, de la burguesía terrateniente; luego se amplió a empresas extranjeras, tanto industriales como financieras, y hoy sigue más o menos en las mismas manos, con una mayor influencia de la denominada “patria financiera” y de capitales transnacionales.
Si el partido o coalición gobernante responde a los intereses del poder económico, el único escollo que encontrará para aplicar sus políticas de ajuste, privatizaciones, devaluaciones y endeudamiento en moneda extranjera será el de los trabajadores sindicalizados y los movimientos sociales en las calles. Y algunos gobernadores y legisladores opositores. Aunque ya sabemos que en Argentina se puede gobernar por decreto.
En cambio, si el partido o coalición gobernante tiene un plan que apunta a mejorar la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población, el enorme escollo que tendrá para aplicar sus políticas de industrialización, generación de empleo, expansión económica y desendeudamiento será la del poder económico, que desde 1976 hasta 1983 y desde 1989 hasta 2001 prácticamente monopolizó los medios masivos de comunicación -el arma más letal desde la bomba atómica, según el prestigioso pensador estadounidense Noam Chomsky-, concentró en un puñado de grandes corporaciones la mayor parte de la riqueza nacional y colonizó literalmente el Poder Judicial.
Con ese panorama, pensar en aquella gran mesa del acuerdo para construir entre todos un país donde vivan medianamente bien todos remite a la Utopía que escribió Tomás Moro en 1516.
Después de cada reparto, vino la concentración
El primer peronismo, como se topó con la oposición feroz de la burguesía terrateniente para hacer lo que ésta debería haber realizado entre el siglo XIX y principios del XX -industrializar el país con parte de las tremendas ganancias del campo, como hizo EEUU luego de que el Norte le ganase la guerra civil al Sur-, concentró el comercio exterior. Era el Estado el que vendía los cereales y la carne, el que fijaba los precios y el que decidía cuánto se destinaba al incipiente proceso industrializador.
El peronismo no nació solamente para ocupar el gobierno, sino que llegó para cuestionar las tradicionales relaciones de poder. Su objetivo era reemplazar en el poder a la oligarquía por la alianza entre los industriales y comerciantes nacionales, el movimiento obrero unificado y el Estado. Eso terminó con la población civil bombardeada por la propias fuerzas armadas en Plaza de Mayo (casi 400 muertos) y el Crucero ARA 17 de Octubre -luego rebautizado General Belgrano- listo para bombardear la destilería YPF de La Plata si no renunciaba Perón. Renunció y lo exiliaron casi 20 años.
«José Ber Gelbard (1973-1974) llevó la participación de los trabajadores en la riqueza nacional al 52% del PBI, la cifra más alta en la historia del capitalismo en América Latina y en buena parte del mundo occidental” (María Seoane)
Durante el peronismo de los ‘40 y ‘50 tuvo un rol central el empresario José Ber Gelbard, quien fundó el primer movimiento de pequeños y medianos empresarios y comerciantes de Argentina. En 1954, los trabajadores llegaron a tener el 51% del PBI: exactamente, el 50,84%, según datos del Instituto de Estudios Laborales y Sociales de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (IDELAS-UCES). El gobierno pagó la deuda externa y se negó a entrar en el FMI.
Endeudamiento externo, devaluación del peso e inflación fueron y son el abecé del poder económico para incrementar su riqueza (la deuda se fuga, como se puede observar en el Cuadro Nº 1; la devaluación implica mayores ganancias por exportaciones, y la inflación mayores ganancias en el mercado interno).
Cuadro Nº 1: Endeudamiento y fuga de capitales entre 2016 y 2019
El endeudamiento es un arma letal. Como se puede observar en el Cuadro Nº 2, durante el gobierno anterior se tomó deuda en dólares por poco más de 25.000 millones de dólares promedio por año. Una desmesura a nivel mundial. Que incluso superó por 15.000 millones a la dictadura.
Cuadro Nº 2: Toma de deuda en dólares – promedio por año
El primer peronismo tuvo una importante inflación entre 1951 y 1952 (entre 37% y 39%), a la que combatió con firmeza hasta hacerla caer abruptamente para 1954 (ver Cuadro Nº 3).
Cuadro Nº 3: Inflación y salarios entre 1946 y 1955
Tras el golpe de 1955, Argentina entró al FMI y se endeudó. Recién salió de ese organismo durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007). E ingresó en el período de mayor desendeudamiento en moneda extranjera de su historia desde 1947: por debajo del 30% del PBI en 2010, 2012 y 2013 y por debajo del 25% del PBI en el año 2011 (Cuadro Nº 4).
Cuadro Nº 4: Deuda en relación al PBI – 2004 a 2019
Pero volvamos a José Ber Gelbard, a quien la flamante titular de Hacienda, Silvina Batakis, definió como “el mejor ministro de Economía de la historia”. Ejerció ese cargo desde mayo de 1973 hasta octubre de 1974. Fue el impulsor del famoso Pacto Social que estabilizó todas las variables económicas (aunque por muy poco tiempo a causa de la convulsión de esos tiempos y la muerte de Perón). “Y llevó la participación de los trabajadores en la riqueza nacional al 52% del PBI, la cifra más alta en la historia del capitalismo en América Latina y en buena parte del mundo occidental” (“Gelbard, de Perón a la mención de Batakis” – María Seoane – 7 de julio de 2022).
La dictadura que inició el 24 de marzo de 1976 redujo la participación de los trabajadores en la riqueza nacional hasta el 22%. Es decir, 30 puntos porcentuales.
Estos puntos porcentuales que perdió la clase trabajadora desde 1955 y desde 1976 se trasladaron automáticamente a los grandes empresarios. ¿Casualidad? En absoluto: los dos modelos en pugna de los que hablamos arriba.
¿Ese 22% fue el piso? No. “Los golpes militares, el gobierno de Carlos Menem y la crisis de 2001 demolieron la participación de los trabajadores en la riqueza hasta llevarla al piso histórico del 20,92% en 2003” (“Sesenta años en el tobogán” – Jorge Halperín – 28 de noviembre de 2008).
Para 2015, la torta económica se había redistribuido nuevamente. Los trabajadores tenían el 51% del PBI y el Capital, el 49%. Hoy en día la relación es 60% a 40% en favor del Capital (menos del 40% en muchas regiones del país). ¿Qué pasó en el medio? Cuatro años de endeudamiento, devaluaciones e inflación, una herencia inmanejable que el actual gobierno, si no aplica medidas drásticas consensuadas con toda la coalición gobernante, los gremios y organizaciones sociales, estará abriendo de par en par las puertas de la Casa Rosada a un nuevo ciclo destructivo.
“La Argentina tiene su salida en la industrialización. Cualquier persona que conoce el desastre de la desindustrialización que produjo el gobierno anterior (2015-2019), con un fuerte endeudamiento, sabe que el proceso actual iba a producir la restricción externa. Esto ya lo sabíamos. Y el que dice que no lo sabía, no leyó lo mínimo de economía”, enfatizó hace unos días el vicepresidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Guillermo Moretti.
Luego describió: “Estamos viviendo dos Argentinas. Una es la de Capital, y otra la que vivimos nosotros…”. Y sentenció: “Lo que hay que hacer es, a diferencia de lo que se hizo siempre, no parar el modelo productivo. De esto se sale con más cantidad de trabajo. No hay otra forma. Acá lo que hay que parar es la especulación”.
Una Argentina de la Capital y el resto… Increíble pero real, lo mismo dijo Carlos Pellegrini en el Senado de la Nación en 1895: “En Argentina existen dos tendencias, y puede determinarse la región sobre la cual actúan una y otra. Hay un partido que tiene su asiento en el pequeño espacio que rodea a la Plaza de Mayo, y otro partido que tiene su asiento en todo el resto de la Nación…”
Increíble pero real: 130, 150, 200 años después, seguimos discutiendo lo mismo. Pero cada vez que pasa un ciclón liberal, la balanza se inclina más hacia el lado del país “a la mexicana”. Y como bien dijo en un documento la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), “la Argentina no resiste otro gobierno como el de Cambiemos (2015-2019)”.
Por ello, hoy en Argentina está en juego la Argentina. Y la corrida cambiaria (una manera suave de llamar al Golpe de Mercado en ciernes), la inflación provocada (y no combatida con la debida decisión y fortaleza) y las internas en el gobierno (que aparentemente habrían empezado a ceder) nos ponen ante un futuro tan incierto como preocupante. Es hora de pasar a los hechos.