Por Mauricio Vallejos
La noticia del fallecimiento del Papa Francisco marcó para toda una generación el final de una era. No solo la Iglesia Católica encontró en Jorge Mario Bergoglio a un restaurador, sino que los jóvenes de Argentina y el mundo pudieron conocer un camino que alguna vez les pareció maldito y perdido.
Benedicto, el responsable
Es importante decir que el pontificado de Benedicto XVI fue uno de los más tumultuosos de la historia. Los escándalos provocados por los casos de abusos que se destaparon en Estados Unidos y en muchos otros países, generaron un terremoto en la estructura vaticana. Además, hubo hechos de corrupción que dejaron un panorama desolador.
Joseph Ratzinger fue probablemente el teólogo más importante del siglo XX. Su nombre fue siempre muy prestigioso en el seno de la Iglesia, pero en el octavo año de su pontificado el mundo ya había cambiado muy deprisa. Lo verdaderamente notable de ese hombre fue su visión, puesto que al no aceptar la renuncia del entonces cardenal Bergoglio cuando alcanzó los 75 años, comenzó a escribir un camino de salvación para la institución. Entendió que se debía emprender una reforma muy profunda, y que él ya no era el indicado para ese camino.
El día de su histórica abdicación comenzó su comunicado diciendo “por el bien de la Iglesia”. Realmente pudo desprenderse de su individualidad, y con su acción puso fin a su pontificado con más pena que gloria, pero logró darle una nueva oportunidad a millones de católicos que se alejaban.
El jesuita
Antes de comenzar a hablar del futuro Papa hay que viajar unos siglos hacia el pasado para reflexionar sobre San Ignacio de Loyola. Fue un militar español que tras sufrir heridas muy graves en una batalla dio un vuelco en su vida hacia la religión y el sacerdocio. Fue allí cuando fundó La Compañía de Jesús, la orden a la cual perteneció el futuro Sumo Pontífice. Pero, ¿qué hace tan especial a los famosos jesuitas? Pues quienes hayan visto series como Vikingos o Shōgun, saben que ellos eran quienes tenían la misión de evangelizar tierras hostiles para el catolicismo, una tarea que solo se puede realizar tendiendo puentes.
De esta manera, hay que pensar a Francisco como parte de una orden religiosa con una estructura más similar a la de los ejércitos; incluso su líder se denomina Superior General. Además, su vida religiosa estuvo marcada por conflictos y persecuciones: la dictadura militar que usurpó el gobierno en 1976 tomaba el símbolo de la cruz para clamar sus intenciones, pero también persiguió y atacó a los sectores de la Iglesia que consideró contrarios a su plan de miseria planificada.
Francisco fue el mejor de los nuestros porque puso en acción a millones de jóvenes que habían perdido la fe, y fue la voz más lúcida que respondió al individualismo fundamentalista que hoy impera en el mundo. Volvió a la esencia de los sueños de justicia social, los cuales vienen del Evangelio y de las encíclicas que él y muchos de sus antecesores dejaron al mundo
En ese sentido, el entonces Padre Jorge ayudó a muchas personas a escapar de la persecución del régimen, y en años posteriores él mismo volvió a sufrir la persecución cobarde y calumniosa del “periodista” Horacio Verbitsky, quien lo acusó en un libro de haber entregado a dos sacerdotes jesuitas: ambos desmintieron las acusaciones.
Es decir que la llegada de Francisco al trono de San Pedro permitió poner en marcha la tarea de volver a traer al seno de la Iglesia a millones de personas que se habían alejado, muchas porque veían a una institución conservadora y anquilosada, cuyo mensaje parecía no tener fuerza con las nuevas generaciones. El triunfo del Papa estuvo en volver a conectar el carácter revolucionario del cristianismo: Cuando este surgió, durante el apogeo del Imperio Romano, el mensaje de igualdad ante Dios y de un hombre que multiplicaba panes y peces para que no haya hambrientos fue disruptivo, y sigue igual hasta hoy.
Los que volvimos a casa
Quienes vimos con malos ojos la llegada de Bergoglio al trono de San Pedro en 2013, tuvimos la oportunidad de ver, con el paso de los años, que el Sumo Pontífice tenía un mensaje mucho más profundo de lo que podríamos entender en un primer momento. Decir que fue progresista, de izquierda o peronista es un error, porque lo único que hizo fue poner en práctica lo que aprendió en la Compañía de Jesús: tendió puentes con una nueva generación cuyas problemáticas afectan a sus cuerpos y espíritus, y fuimos muchos quienes volvimos a las iglesias y a los barrios.
Francisco fue el mejor de los nuestros porque puso en acción a millones de jóvenes que habían perdido la fe, y fue la voz más lúcida que respondió al individualismo fundamentalista que hoy impera en el mundo. Volvió a la esencia de los sueños de justicia social, los cuales vienen del Evangelio y de las encíclicas que él y muchos de sus antecesores dejaron al mundo.
Muerto el hombre, queda una obra titánica, y una voz que quienes lo odiaron en vida ya no pueden apagar, porque quedan millones de personas que volvieron a misionar y a llevar el mensaje del evangelio a quien lo necesita, y mientras brille la luz que Francisco dejó, el alma de este mundo tendrá posibilidades de salvarse.