Mi cotidiano insomnio se obstina en el misterio
de recordarme al otro aquel que fui.
El niño que rondó algún potrero
que, seguro, ya no besa la luna.
Aún no habías nacido y andabas en mi envidia,
como en todos los niños.
Diego, en la callada foto que conservo en mi cuarto
donde desguarnecido te apoyaste en mi pecho,
vi tu desolación de niño acorralado.
Se adivina el madero en tu mirada tierna.
Una constelación de multitudes
te ha cercado por siempre.
Ya no tendrás olvido,
ya no tendrás descanso.
Mientras haya un planeta en que respire un niño,
un niño habrá que sueñe que es Diego,
y que repite los goles imposibles
de músicas y pájaros.
Leonardo Favio