Cuando el Arce crece está destinado a hacer más bellas las estaciones, sus hojas serán tan coloridas que ningún bosque podría prescindir de ellas. Tienen un matiz otoñal que se distingue del resto brindando una pintura ocre, rojiza, ladrillo, carmín y amarillos únicos, dignos del pincel de Van Gogh. Se erigen únicos y en sus hojas reside la belleza eterna, pueden tener hojas perennes u otras que avientan un tiempo único destinado a las ramas como parte del linaje, hasta que el invierno con suavidad de artesano lo desviste.
Es en la primavera cuando otra vez el Arce ofrece una belleza singular, incluso tendrá un colorido diferente al que adquirirá durante el verano. Se tornará tan bello que surgirá impactante entre el resto de los árboles. Incluso si estuviera solo, la beldad de su esencia no podría pasar inadvertida. Los poetas lo saben, los artistas de la tela también. Igual que las músicas, que son capaces de ofrendar la savia.
Ella ostenta la belleza de su adolescencia. Espera el piano en el patio de su casa. Lo ha visto, lo conoce, lo ha tocado con sus dedos finos, ha acariciado el teclado. Ha dejado su substancia y ahora lo espera como siempre lo ha esperado. Mira a través del paredón bajo que da a la calle, pero ellos no llegan. No vienen. Pasa más tiempo del que debía hasta que de pronto los ve llegar. Allí también está el piano apoyado sobre un camión de caja playa. Está ahí aunque no lo puede ver porque permanece tapado con una manta que lo cubre completamente.
El Arce no sabe el destino que le depara. La distinción del arce en su fina ramificación que guarda sus hojas hasta que las deja caer es inigualable. Es sombra del sol, luz de tornasoles, pinceles de creadores, aire de mariposas y deseos de colibrí. Es otoño impactante como también primavera irreverente, tiene la divinidad consigo pero quizás tampoco lo sabe. No reconocer un Arce es perderse para siempre, acaso como si no existiera posibilidad alguna para querer encontrar lo que jamás uno debe esperar.
Los ojos de ella miran la tela que cubre su piano. Íntimamente sabe que algo no está bien, lo intuye desde antes, porque esperó demasiado. A veces el tiempo abre sus propias puertas, deja un risco para que nos aventuremos y si no lo vemos puede ocurrir que no lo encontremos jamás, o que ocurra en un nuevo espacio que ha de venir cuando el destino lo indique, cuando sea el exacto instante del momento preciso.
El Arce cae en enero, su fuerza golpea el suelo y se agitan las pocas hojas que aún se aferraban antes del invierno. Es un árbol que aún no ha muerto, porque se sabe desde siempre, que los árboles mueren de pie. Se agitan las aves que antes estaban quietas porque en el bosque algo ha pasado. El Arce ya no está. Lo llevan y se aleja de la floresta, aunque quedan rastros de él, quizás como una ofrenda. Algunas ramas y también la raíz que no ha sido sacada y permanece viva bajo la tierra húmeda, en agua y humus.
La belleza de ella no ha cambiado, pero si su tiempo, porque ya no es una adolescente. Se ha transformado en una mujer que tiene un hijo, una hija, son ellos la vida con sus formas para que, como una artesana, arme con sus manos el sentido de mandala con sus líneas, cual si fuera una constelación que trabaja y lo hace en esa estructura de diseños concéntricos. Una invención para crear su propio universo y destacar la naturaleza se su intensa magnificencia. Su andar la lleva siempre al infinito de la armonía, como si supiera desde siempre que el equilibrio de todos los elementos que se pueden sentir dependiera solamente de ella.
La madera del Arce es ahora el principio de una estructura básica, se moldeó en planchas, unas sobre otras, para tener el grosor exacto y necesario. Tiene olor a madera, pero su perfume natural que jamás ha de perder también se impregna con la cola. Todo es para que tenga la consistencia perfecta y el estacionamiento ideal. El Arce no lo sabía, pero está siendo parte perfecta de una estructura principal de madera. En la misma se colocan los elementos, entre ellos un resonador de tensión, el cuál irá entre la madera y una plancha metálica que servirá de amplificador.
Hay personas que si ven un piano se las ingenian para acercarse y tocar, aunque sea una tecla, por más difícil que sea la misión de aproximación al instrumento. Ese sonido ha de vibrar como parte de un hecho mágico, que nunca más ha de repetirse: un La, un Sol, un Mi, sonidos que pueden volver a ser tocados, pero no serán como el de la primera vez. También hay otros seres que no sienten la atracción de intentar hacerlo. No están atraídos o al menos no lo demuestran. Sin embargo, se pierden del sentido, del sabor, del tacto, del oído cercano ante la vibración producida por la cuerda que se activa al pulsar la tecla del piano. No podrían sentir esa conexión entre el dedo impulsando la tecla para que llegue a la pieza de metal, a través de los puentes y ofrezca una onda sonora que será amplificada.
El Arce ahora tiene la tabla armónica, los puentes, los soportes de su propia madera que servirán para transferir la vibración de las cuerdas del piano a la tabla armónica. Incluso le han hecho las muescas donde van las cuerdas insertadas, son tres cuerdas en cada muesca. Las mismas ya están tensadas y lo hicieron de forma similar a las de la guitarra. Pero la tensión que soporta una de esas clavijas es muy superior, porque se acerca a los 180 kg, es por ello que para tensarlas se necesita una herramienta especial, costosa que los afinadores poseen.
La ciudad de Brunswick en Alemania ostenta calles de empedrado, es exactamente desde allí cuando el Arce convertido en piano dejó ese sitio, del estado de Baja Sajonia. Navegó el río mientras a lo lejos se podía divisar la cordillera del Harz, en el límite navegable del río Oker, que lo conectó con el mar del Norte a través de los ríos Aller y Weser. En el puerto fue subido al Vapor Reggina Margarita y así llegó a principios del siglo XX al puerto de la ciudad de La Plata en un país lejano llamado Argentina.
El tiempo como sabemos abre sus portales. Una espera no alcanza, a veces es necesario entender y tratar de descifrar por qué ocurren las cosas, cual, si el azar no lo fuera, sino parte de una trama que es el correlato con una parte que se desconoce, pero que, sin embargo, indefectiblemente ha de acontecer. Porque el piano bajó del barco y fue a una casa de pianos elegantes. Allí estuvo por dos años hasta que fue adquirido por una familia patricia que se afincó en la zona de Berisso. No lo tocaban porque nadie sabía hacerlo en la majestuosa casa de madera. Sino que era parte de la decoración de arañas y sillones de terciopelo francés. Allí estuvo por más de 26 años en el fastuoso comedor hasta que fue vendido en una casa de remates. Desde allí pasó por un dueño y por dos dueñas, la última lo compró con algunos arreglos, porque el tiempo también hace su parte y puede dejar sus huellas cuando el olvido es grande o cuando el abandono es importante.
Así el piano llegó a la zona de City Bell, en la ciudad de La Plata. Todo en él estaba perfecto, las sordinas, los pedales que sirven para que la nota se sostenga en el tiempo. Los martillos de madera que se deben adecuar al Arce, porque en este caso son de Carpe, que es muy resistente. Hasta estaban en perfecto estado las piezas de plomo que hacen el contrapesado, tan importante para el tacto, porque es en ese sentir cuando se denota el peso de la tecla, imposible de percibir en los pianos digitales. Todo intacto lo que estaba hecho con el noble Arce. Quizás tenía ahora algunas marcas en una o dos patas, pero eso era todo y no representaba problema alguno.
Ella lo siguió esperando como cuando era adolescente. Algunas cosas habían cambiado, pero no tantas. Se trataba de una espera de dos. Esa tarde miraba impaciente hacia la entrada del portón de su casa. Esta vez todo se dio en la hora precisa. Había dejado el espacio impecable donde el piano iba a estar dispuesto. Lo bajaron de la camioneta entre varios hombres y en un rato el instrumento estaba en ese lugar elegido. Luego sobrevino un tiempo de horas. Tenerlo, saber que allí estaba y esperar al afinador, que al llegar hizo su trabajo impecablemente. Así que cuando el piano estaba absolutamente preparado, ella se sentó para acariciar sus teclas. El sonido le explotó en el esternón y llegó incluso hasta la calle. Comenzó a tocar. Sus ojos de profundo bruno se reflejaban en el lustro de la madera. Entonces allí ocurrió lo que el Arce no sabía. Allí en ese instante fue el momento de la magia porque ella le entregó su alma.