Delgada hasta los huesos, maestra con aspecto de maestra, nacida y criada en el seno de una familia porteña de clase media, amante de la música de Sui Generis, Vox Dei, Bee Gees, Bryan Adams y Gal Costa, entre otros solistas y grupos de pop y rock, Miriam Alejandra Bianchi de entrada fue rechazada en el mundo de la música tropical que, cuando ella comenzó a incursionarlo, hacia 1991, estaba en pleno apogeo. Los productores buscaban mujeres voluptuosas, sexys, que cantaran temas con letras insinuantes, hechos por otros a su medida o a la medida de los dictados del mercado, sobre bases rítmicas estridentes.
Pero quien pronto se convertiría para la eternidad en Gilda, estaba a gusto con su aspecto físico, no era muy afecta a mover las caderas, escribía canciones de amor con letras “refinadas” para el gusto de los entonces popes de la movida tropical, quería interpretar sus propios temas, y la música que el tecladista Juan Carlos “Toti” Giménez había compuesto para la que consideraba “un diamante en bruto” tenía un fuerte parentesco con la cumbia peruana y/o colombiana.
De corazón a corazón
Maestra jardinera, casada desde los 20 años y madre de dos hijos -Mariel y Fabrizio-, al cumplir los 31 Gilda le dio un giro de 180 grados a su vida. Y antes de toparse con el rechazo del ambiente de la música tropical, enfrentó el de su familia, fundamentalmente el de su marido, su madre y, por momentos, su hija (la mayor de los hermanos). Pero se sobrepuso a todo. Y a la larga no sólo triunfó en el universo de la cumbia, sino que se convirtió en un ícono de la música popular argentina. Hasta el difícil mundo del rock tiene un respeto casi reverencial por ella. ¿Cómo llegó en apenas cuatro discos a construir una figura tan emblemática que ni logró imaginar? Veamos.
Gladys (la bomba tucumana), Lía Crucet (la tetamanti), fueron nombres que Gilda escuchó una y otra vez en sus primeras entrevistas con los productores de música tropical. Pero ni ella ni Toti Giménez, su compañero de viaje, retrocedieron un centímetro. Gilda no iba a cambiar su aspecto ni sus letras, y menos aún su natural y dulce voz. Tras numerosos conciertos en clubes semivacíos, ante un público indiferente, el sello Magenta grabó en 1992 su primer disco, De corazón a corazón.
El álbum estuvo muy lejos de ser un éxito. Y ella siempre lo reconoció. Esa sinceridad fue una marca registrada en la cantante, al igual que su entrega incondicional en cualquier escenario. Podía tener 20 ó 20.000 personas delante y Gilda cantaba con la misma fuerza interior que la caracterizaba, no solamente como artista, sino como mujer.
Algunos -el mismo Giménez tras su muerte- le atribuyeron cierto mal genio, como intentando relativizar ese aura angelical que siempre la acompañó. Pero no pudieron. Por un lado, porque siempre estuvo claro que tenía personalidad y carácter, virtudes sin las cuales jamás le hubiese dado el giro radical que le dio a una “vida hecha” para el 99,99 por ciento de las y los mortales. Por el otro, porque sus fans y no tan fans se encargaron, un día sí y al siguiente también, de resaltar su trato “dulce y amoroso” para con el público bajo cualquier circunstancia, a años luz del de una típica estrella de la música.
La espontaneidad de Gilda, su entrega en el escenario, el modo en que sentía sus canciones, estuvieron siempre presentes, en las muy malas y en las muy buenas por igual. Allí, uno de los secretos de su trascendencia como cantante y persona. Esta interpretación de Lo que fui para ti, canción que abrió su primer disco, la muestra con la misma pasión que años después cantando Fuiste o Paisaje.
En esos primeros momentos tan duros, Gilda empezó a sonar en radios comunitarias. Y así se fue haciendo conocida “en La Plata, en zona norte (del Conurbano) y también en algunos lugares de la zona sur. Así se fue encendiendo la mechita”, dijo en una extensa entrevista radial.
“Las radios truchas…como se las llamaba entonces”, le hizo notar el conductor del programa. “Amo las radios truchas. Cuando los grandes monstruos de la radiofonía y de la industria musical no pasaban un solo tema nuestro, sonábamos en esas radios. Yo soy el producto de todas esas personas que se gastaban una fichita para llamar a la emisora y pedir un tema de Gilda”, describió, sin filtros, la cantante oriunda de Devoto.
Hija de Omar Eduardo Bianchi, empleado público en Rentas, y de la profesora de piano Isabel Scioli, nació el 11 de octubre de 1961. Cursó los estudios primarios en una escuela religiosa exclusiva para chicas, y como sabía leer y escribir desde pequeñita “las monjas” la apuntaron en primer grado con apenas cuatro años. La pasó mal. “Fue muy duro -confió-, porque me dejaban siempre de lado. Me decían que iban a jugar conmigo cuando tuviese seis. Y al año siguiente, cuando tuviese siete. Y así. Pero todo cambió cuando mi familia se mudó a Lugano por razones de trabajo de mi papá y me anotaron en una escuela municipal”, relató. Tenía 9 y vivió en el sur de la Capital Federal hasta los 15. Un año más tarde moriría su padre, y Gilda sufriría un enorme golpe por el lazo que la unía a él.
Tuvo que trabajar para ayudar en su casa. Interrumpió así la carrera de profesora de Educación Física. Pero luego hizo la de profesorado en Nivel Inicial.
En el año 1993, ahora con el sello Universal Music, Gilda grabó su segundo disco, La única. El álbum siguió la suerte del primero en cuanto a difusión, pese a que ya contenía éxitos como Corazón herido, Amor traicionero y, sobre todo, La puerta. “Esa canción fue un boom; fue la canción que todos le dedicaban a todos”, dijo Gilda, en referencia a la letra, que desafiaba: “¿Quién te dijo que mi puerta tiene que estar siempre abierta? / Vas y vienes cuando quieres y yo solita despierta / Te cerraré la puerta en la cara / Te cerraré la puerta para que aprendas”.
Los productores de la movida tropical seguían remisos a contratar a Gilda. Para darle oportunidades le pedían cambios en su look, en sus movimientos sobre el escenario, en sus letras. No la convencieron. Incluso, con el circuito de locales restringido para ella y su banda, comenzó a tocar en todo sitio donde quisieran escucharla. Así fue que hizo presentaciones en cárceles, donde la popularidad de la cantante quedó de manifiesto. De uno de esos shows, donde Gilda cantó como ante un estadio de River repleto, se rescató este video del tema Corazón herido, durante el cual incluso invitó a varios internos a subir al escenario. Y todo transcurrió con total normalidad. Es que Gilda era intocable porque hasta podía ser una hermana; esa imagen irradiaba.
Corazón herido (Gilda – 1993)
Gilda era sencilla. Natural. Su sueño era que “la gente cantara sus canciones”. Su marido nunca la comprendió y terminó separándose. Cuentan quienes la conocieron bien que eso la dejó marcada. “Venía de una familia muy tradicional. Su incursión en la música tropical primero y el divorcio después, único en la familia hasta entonces, siempre la convirtieron en la oveja negra. Sin embargo, terminó tejiendo una relación excelente con sus hijos, muy compinche, y hasta con su dura madre”, contó una de sus mejores amigas.
«Para mí, Dios se equivocó en algo…»
De chica le encantaban los corsos. Y sobre todo las comparsas de travestis. “¿Por qué?”, le preguntaron en aquella extensa entrevista radial. “Porque me parecían atractivos, sexys. Yo creo que lo debieron pasar muy mal. Para mí Dios se equivocó en algo: tendría que haber hecho a las personas sin sexo, y que cada una elija lo que más le guste y lo que más feliz la haga”, respondió.
Llevaba en su corazón lo que, muchos años después, se conoció en la sociedad como identidad de género. Y sin ser militante, Gilda fue feminista de pies a cabeza. Se abrió paso con su personalidad y sus convicciones como principales armas en un mundo ultramachista y hasta violento. El tiempo la convirtió en un ícono para todos los amantes de la música.
Por caso, el 7 de septiembre de 2016, a 20 años de su trágica muerte en un accidente de tránsito, la revista Rock and Ball le hizo un homenaje. Veinte músicos de rock, incluso de bandas under, opinaron sobre la cantante. La lectura de esos testimonios brinda una acabada idea de la dimensión que tomó Gilda mucho más allá de la cumbia.
Ricardo Tapia, de La Mississippi, la definió como “una cantante excepcional, una artista que sobresalió en su género. Venía del lado de la docencia y eso se veía mucho, en sus letras, en su imagen, en lo que ella representaba. Era una persona que tenía un interés en ser clara con su mensaje. Podría haber crecido muchísimo como artista, tenía muchas cosas para hacer a futuro, porque componía muy buenas canciones”.
Muy buena música, muy buenas letras. Otro sello distintivo de Gilda. Que explotó en su tercer disco, Pasito a pasito (1994). Último con Universal Music -que “se quedaba con casi todo”, según dijo ella misma- incluyó la canción que con el tiempo se convertiría en uno de los mayores clásicos de la música popular argentina: No me arrepiento de este amor. Versionada por el grupo punk Ataque 77 y hecha “tema de cancha” por todas las hinchadas del fútbol argento, sonó, suena y sonará por siempre. El sueño de Shyll -como la llamaban de pequeña- de que la gente cantase sus canciones, ya era una realidad. Y ella, una artista masiva y popular sin apartarse un centímetro de la línea que marcó el día número uno, ante aquel productor soberbio que la quiso moldear.
No me arrepiento de este amor (Gilda – 1994)
Fanática confesa de Gilda, la actriz y cantante Natalia Oreiro fue convocada por la directora Lorena Muñoz para interpretarla en la excelente película Gilda, no me arrepiento de este amor. Oreiro contó que si bien fue un orgullo para ella hacer ese papel, no le resultó sencillo por la admiración que sentía por Gilda y por la presencia en los estudios de familiares, de su mejores amigas, de tres de sus músicos (el trompetista Danny De La Cruz, el bongosero Edwin Manrique y el timbaletero Manuel Vázquez, todos sobrevivientes del fatal accidente del 7 de septiembre de 1996), así como de integrantes de distintos clubes de fans.
Pero la actriz uruguaya solamente recogió elogios, día tras día. Los músicos, por ejemplo, contaron: “nosotros siempre estábamos detrás de Gilda, y cuando la vimos a Natalia personificada y empezamos a tocar y ella a cantar, quedamos impactados. Era como estar otra vez con Gilda”. Una de las mejores amigas también habló maravillas de la uruguaya, y además la ayudó en la interpretación del papel. “Un día me dijo ‘no muevas tanto las caderas, Gilda apenas bailaba’”, confió Oreiro.
Una de las escenas más emotivas del filme, aunque también controversiales, es la del final. Oreiro actúa un excelente último show en la ficción cantando el tema No es mi despedida. He aquí la cuestión. Sobre esa canción se han tejido decenas de historias. Desde la que asegura que el demo apareció en un cassette que quedó debajo del micro en el que se mató Gilda (junto a su hija, su madre, tres de sus músicos y el chofer del colectivo que fue embestido de frente por un camión en la Ruta Nacional 12, a la altura de Villa Paranacito, Entre Ríos) hasta la que, con una carta de puño y letra de la cantante, demostraría que fue dedicada a dos amigas que hizo durante su gira por Bolivia, Shomara Clement y Juana González.
No es mi despedida (Gilda, 1997 – álbum póstumo)
Gilda se libró de los productores chupasangre. Y su cuarto disco, Corazón valiente, lo grabó en 1995 con Leader Music, donde se sintió a gusto y con total libertad, según sus palabras. Fue la consagración antes de la prematura partida, merced a temas como el que da título al álbum, Fuiste, No te quedes afuera, Paisaje, Un amor verdadero, entre otros. Casi un grandes éxitos.
Luego de su muerte se editaron 12 álbumes póstumos, es decir, el triple de los que grabó en vida. Fuiste y Paisaje, brillante cover del tema romántico de Franco Simone, son dos canciones que quedaron entre sus mayores clásicos.
Paisaje (Gilda – 1995)
Quizás la letra que mejor defina a Gilda sea la de Corazón valiente. Pues eso tuvo Miriam Alejandra Bianchi para cambiar, a sus 30 años, una vida armada a imagen y semejanza de lo que rezan los mandatos sociales, por un salto al vacío con final totalmente incierto. Es sencillo hablar con el diario del lunes. Pero antes de convertirse en emblema de la música popular, la mujer -con mayúsculas- de Villa Devoto dejó un trabajo seguro, enfrentó un sorpresivo divorcio, le tuvo que quitar horas a sus hijos, al sueño, debió enfrentarse a un mundo bastante oscuro y hasta violento como el de la movida tropical de inicios y mediados de los 90, al rechazo familiar y de las discográficas, y sin dudas a sus propios temores e inseguridades. Pero se sobrepuso a todo. Y hoy es amada o, como mínimo, respetada por todo el universo musical. Es que Gilda, ante todo, era creíble. Detrás de esa chica de barrio había una chica de barrio. Mucho decir para un ambiente vanidoso y complejo como el del espectáculo y para los turbulentos tiempos que corren.