Papa Francisco I
*Esta nota fue publicada por primera vez el 13 de marzo de 2022/Revisada en abril de 2025*
En los años 60 y 70, el grupo de católicos laicos Tradición, Familia y Propiedad (TFP), fundado en Brasil por Plinio Corrêa de Oliveira en julio de 1960, desarrolló, a partir de fuertes lazos personales entre sus miembros y la élite política y militar de Argentina y Chile, una estrategia para legitimar de manera religiosa la violencia de las últimas dictaduras en estos países. La excusa, a grandes rasgos, siempre fue la “infiltración” de la Iglesia por parte del “comunismo”.
Cuestión que vieron comunistas en todos los lados. En los religiosos laicos, monjas, curas, obispos y arzobispos que adherían a la Teología de la Liberación, al argentino Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, o simplemente en los curas villeros u obreros, en aquellos años, mayoritarios en América Latina.
Ya en los 80, tras la represión interna y la feroz oposición del propio Vaticano, esas corrientes quedaron reducidas a una minoría, al tiempo que se abrieron de par en par las puertas para la entrada del evangelismo con consecuencias que llegan hasta nuestros días: prácticamente llevaron al poder a Jair Messias Bolsonaro en Brasil, mientras que en estas pampas se están convirtiendo en una pata social fundamental del armado político de la derecha/ultraderecha (demás está aclarar que no todos los sectores evangelistas son equiparables a esos).
Papa Francisco I

La Teología de la Liberación y los movimientos religiosos nacionales que en mayor o menor medida se inscribieron en esa línea nacieron al calor de las fuertes reformas impulsadas por el Concilio Vaticano II (1962-1965) convocado por el Papa Juan XXIII el 23 de enero de 1959.
El Concilio implicó un giro de 180 grados para la Iglesia. La opción preferencial por los pobres; la incorporación activa de los jóvenes llevando no sólo el evangelio sino soluciones concretas a los desclasados; una permanente y directa adaptación de la palabra de Jesucristo a la vida cotidiana; “un giro de una Iglesia occidental y romanizada, bajo un modelo centralizado, hacia una Iglesia mundial, que significa una Iglesia donde la interculturalidad, la diversidad de los pueblos que la integran y la diversidad de las maneras de vivir el cristianismo tienen que ser integradas”, fueron apenas algunos de los conceptos que rompieron con una institución aún anclada en el medioevo.
Lo que el Papa Francisco está haciendo no es ni más ni menos que traer a la vida cotidiana la palabra de Jesucristo. Lo que ocurre es que, a través de su larga historia, la Iglesia se ha desviado y mucho del camino marcado en los evangelios, camino basado en las palabras de Cristo y que no tiene de manera alguna dobles lecturas
La brutal oposición que encontró el Concilio Vaticano II dentro de la propia Iglesia y en los sectores laicos ligados al poder económico y a la Iglesia elitista y tradicional llega hasta nuestros días. No hace falta decir que entre los distintos movimientos cristianos ultraconservadores (TFP, Opus Dei, etc.) halló a un enemigo implacable.
El Papa Francisco se inscribe claramente en la línea más progresista de la Iglesia Católica. No sólo simpatiza con los «curas de los pobres» sino que los impulsa a profundizar su trabajo contra lo que él llama la cultura del descarte; está hermanado con los movimientos sociales de América Latina; considera que la economía neoliberal “excluye y mata”; promueve el final de los privilegios entre los cristianos (por caso, degradó al Opus Dei y le quitó poder dentro de la Iglesia); defiende las uniones civiles entre personas del mismo sexo; viajó a Irak porque recogió el guante de que hoy por hoy los cristianos son más perseguidos que en los primeros siglos tras la muerte de Cristo, y que son los cristianos pobres y fieles hasta la médula que viven en Asia y Africa las principales víctimas ; promueve la salud pública al punto que en su momento pidió la eliminación de las patentes de las vacunas contra el Covid-19; modificó, en un hecho histórico, el Código de Derecho Canónico para incluir duras sanciones contra los abusos a menores, y un larguísimo etcétera.
Papa Francisco I

Y «sobre llovido, mojado», en la 109º conferencia internacional del trabajo organizada por la OIT, Francisco volvió a relativizar -como en su momento lo hizo Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens (1981)- el derecho a la propiedad privada. Varias luces rojas se encendieron.
En rigor, lo que hizo el Papa fue traer al presente lo que la Iglesia ya firmó en aquellos primeros años 60 durante el Concilio Vaticano II. “Junto al derecho a la propiedad hay uno más importante y anterior, el principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra, y por lo tanto el derecho de todos a su uso”, sentenció.
Francisco exige tierra, techo, trabajo («las tres T)», agua potable, un medioambiente sano, acceso universal a educación y salud de calidad, a una alimentación suficiente y segura, incluso al ocio. O sea, todo lo que no ocurre.
“El destino universal de los bienes no es un adorno retórico de la doctrina social de la Iglesia, es una realidad previa a la propiedad privada. Porque la propiedad, particularmente cuando afecta a los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de las personas” (Papa Francisco, 9 de julio de 2015, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia)
Lo que Francisco está haciendo no es ni más ni menos que traer a la vida cotidiana la palabra de Jesucristo. Lo que ocurre es que, a través de su larga historia, la Iglesia se ha desviado y mucho del camino marcado en los evangelios, camino basado en las palabras de Cristo y que no tiene de manera alguna dobles lecturas.
¿Tradición, Familia y Propiedad? ¿En qué versículo de qué evangelio encontramos esos valores? “Cualquiera que, por causa de mi nombre, haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y también heredará la vida eterna» (Mateo 19:29).
En ninguna coma de los evangelios aparecerá un llamado de Jesucristo a ponderar los bienes materiales (sino todo lo contrario), la familia nuclear (ver Marcos 3:31-35) o la tradición (¿?) por sobre la austeridad extrema, la pobreza de corazón, el perdón al enemigo, el hacer el bien a quienes nos hacen daño, el desprendernos de nuestra riqueza y repartirla entre los pobres si es que la tenemos.
“Cuando Jesús estaba ya para irse, un hombre llegó corriendo y se postró delante de él. -Maestro bueno -le preguntó-, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? -¿Por qué me llamas bueno? -respondió Jesús-. Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”. -Maestro -dijo el hombre-, todo eso lo he cumplido desde que era joven. Jesús lo miró con amor y añadió: -Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste, porque tenía muchas riquezas. Jesús miró alrededor y les comentó a sus discípulos: -¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios! Los discípulos se asombraron de sus palabras. -Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! -repitió Jesús-. Le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios (Marcos 10:17-25)”.
“Salir en mejores condiciones de la crisis actual requerirá el desarrollo de una cultura de la solidaridad (…) Para ello habrá que valorar la aportación de todas aquellas culturas, como la indígena, la popular, que a menudo se consideran marginales, pero que mantienen viva la práctica de la solidaridad, que expresa mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos”
No se trata, desde ya, de no llevar una vida digna. Pero no hay en los evangelios, que es la palabra de Dios hecho hombre, un sólo concepto que se preste a dobles interpretaciones. Quizás el problema resida en que la inmensa mayoría, incluso de los cristianos y de los cristianos católicos, no leyeron o no leen los evangelios. Entonces, algunos se rasgan la vestiduras por una frase del Papa Francisco que, al lado de la palabra de Cristo, es de una suavidad extrema.
Papa Francisco I

Sí, la Iglesia se ha desviado de su camino durante siglos. Y sigue desviada más allá de los encomiables esfuerzos del Padre Jorge Bergoglio y de millones de fieles y religiosos que se juegan la vida cada día en el mundo entero. En los evangelios no se encuentra una coma que justifique apoyar dictaduras o gobiernos democráticos que quitan el trabajo y el alimento a las personas; perseguir a nadie por sus ideas (todo lo contrario); ni hablar de la inquisición, las cruzadas y la conversión bajo tortura de los pueblos aborígenes.
El problema no es Francisco ni el Concilio Vaticano II. Son aquellos que acomodaron, acomodan y seguirán acomodando los evangelios a sus intereses. Pecado capital si los hay. Allá ellos. El Papa incomoda. Y una Iglesia que incomoda a este mundo del uno por ciento, algo está haciendo bien.
Papa Francisco I