Por el Dr. César «Tato» Díaz*
Célebre es la frase de Gracián “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, pensamiento que acompañó al diario El Mundo (1928 – 1966). Brevedad que en la actualidad se impone naturalmente, pues los lectores no pueden centrar su atención en un texto demasiado tiempo o, tiendo a creer, no pueden asimilar ni comprender textos de cierta extensión. Complicación que suele salvarse con la ayuda de pequeños videos, infografías, fotos, etc.
Se debe convenir, sin embargo, que la gran ausente es la reflexión reposada y concienzuda, que sucumbe bajo la frase fácil y remanida. Así las cosas en este “presente líquido”, que inspira a que pase el tiempo que, con seguridad, algo nuevo traerá. Mientras tanto, se debe ser cortés con los que comunican y acompañarlos con inocuos “me gusta”, que luego redundarán en si lo escrito tiene o no repercusión en vaya a saber uno qué público.
Bien, esta incompleta y somera descripción no repara en dispositivos varios ni mucho menos en edades, dado que desde los muy, pero muy pequeñitos, a los muy, pero muy maduros, no se privan de sumergirse en estas pestilentes ofertas comunicativas, que han dejado a la vera del camino a los conceptos creativos que ayudan a vivir con conocimientos ciertos, ya que la malhadada “verdad” ha sido devorada por la frenética post-verdad.
Pero tal como lo decía un gaucho de los pagos de don Arturo: “¡todavía se puede estar peor!”. Sí, mi estimado lector. Ahora resulta que también se hace política a través de las redes sociales, a las que algunos han rebautizado como “redes antisociales”. De esta forma, no es raro hallar en ellas desde el presidente de la Nación hasta el último de los que no les importa nada la política, pero no se pueden resistir a sentirse -por un instante- todo un “protagonista”. En efecto, la totalidad de los involucrados en los asuntos importantes de la vida política de la Argentina, sean oficialistas, opositores, economistas, politólogos, periodistas, sociólogos, y un larguísimo etcétera, se ven en la obligación de enviar a la sociedad sus escuálidos pensamientos. Con la tremenda ansiedad luego de verificar cuántos “me gusta” cosecharon sus dichos.
Así, uno se encuentra con que ya no somos un país “neutral”, sino que ahora apoyamos a dos naciones que están en guerra. Que una cantidad de funcionarios fueron “renunciados” del gobierno, con la salvedad, ahora sí, de que los “renunciados” se están enterando, precisamente, por esta vía. En paralelo, debemos anoticiarnos de que la investigación científica y la tecnología ya no sirven y se les recorta el presupuesto, al igual que a las universidades y a toda la educación en general. Asimismo, nos informan que los integrantes del Congreso son “ratas” o una “casta despreciable”, aunque al día siguiente, por haber votado a favor del gobierno, se convierten mágicamente en “héroes”. Por este medio, el conjunto de los habitantes se entera de que aumentarán la luz, el agua, el gas, los transportes. Sorprende que en esta lista no esté internet/cable/telefonía celular. Disculpen, se me olvidó que no son considerados servicios públicos.
El twitter de ayer y el X de hoy son utilizados para amenazar, tergiversar la realidad, para no decir nada, etc. Sin embargo, apelando a una ucronía, invito al lector que imagine que don Arturo Jauretche viviera, que el 25 de mayo de 1974 no hubiese fallecido, y quizás comprenda ahora más claramente ¡por qué los argentinos de “buena madera” celebramos el 13 de noviembre -fecha de su natalicio- como el Día del Pensamiento Nacional!
Dicho esto, recorreré de manera incompleta lo que tranquilamente pudieran haber sido tuits jauretcheanos. Testimonio que venía a ratificar su posición incontrovertible de toda una vida al servicio de la Patria. Comenzaré por una frase tuitera respondida poco antes de fallecer. Allí declaró: “Soy un comunicador que escribe con ánimo proselitista, pero no escribo para ser grato a ningún oído”.
Otro tuit que hubiese escrito con la firmeza y honestidad que lo caracterizó toda su comprometida trayectoria política y que supe utilizarla como epígrafe en un libro: “Yo ocupo una función molesta. Porque tengo una cosa que nadie me puede discutir: no hay en la Argentina un hombre más libre que yo. Digo lo que a mí se me ocurre y no hay interés que me comprometa y eso se paga, pero opino”.
Jauretche observando las políticas que lleva adelante el gobierno de Milei, con seguridad tipearía: “somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”, para continuar, aún más enfervorizado, estamos siendo sometidos al “estatuto legal del coloniaje”.
Con el optimismo que tenía sobre la capacidad de su “pueblo”, escribiría -en procura de despertar a los que sufrimos estas decisiones negativas- que debemos “sentir y obrar como argentinos” y, como invariablemente su mensaje era constructivo, proporcionaría algunas soluciones: “nuestra lucha de argentinos debe ser doble: contra el enemigo extranjero que invade y contra el enemigo de dentro que entrega”. De este modo, tras la búsqueda de una reacción por parte nuestra recurriría a sus inicios en FORJA expresando: “estamos hoy donde estábamos en 1935, cuando le dijimos al país que no puede haber Nación sin soberanía, ni justicia social sin emancipación económica, ni revolución nacional sin pueblo revolucionario”.
“Hablan de la necesidad de asegurar los fueros del periodismo. Yo opino todo lo contrario, lo que hay que asegurar son los fueros de la opinión pública, para que la gente del negocio periodístico no pueda desfigurar la verdad, por lo menos en la información, como se hace sistemáticamente”
Insistiría, como era su estilo, con la finalidad de que las ideas compartidas dieran su frutos: “la restauración argentina sólo podrá cumplirse sobre la base de la soberanía popular, la emancipación económica y el imperio de la justicia social”, apuntando certeramente al núcleo duro de las políticas impopulares del actual gobierno.
Atizaría a la quietud social imperante con un tuit que incomodara, a la vez que movilizara: “un pueblo que adquiere conciencia común de su dependencia, ha entrado en la lucha por la libertad, no como residuo de la historia universal, sino como universal destino de su propia historia”. Acaso, estimulando a la militancia a recuperar la mística perdida, le diría a los más distraídos que “prestigiar políticas y políticos pasados es un modo de prestigiar políticas y políticos presentes”, intención manifiesta de la actual administración, autopercibida como “anarcocapitalista”, quien expone sin ambigüedades su deseo de “impedir todo intervencionismo del estado nacional para que no haya más intervencionismo que el del extranjero”.
Tampoco omitiría referirse a las mentiras sociales, tergiversaciones maliciosas emitidas por el gobierno y sus voceros, explicando el genuino valor de la verdad y cómo se debe proceder en un momento así: “las verdades no triunfan tanto por la fuerza que tienen como por la debilidad que introducen en la mentira”, idea que podría formar parte de un hilo de twitter donde se agregue: “la humildad ayuda a ser leal consigo mismo y la lealtad con uno mismo trae la lealtad a las ideas y a los demás hombres”.
La “lealtad a las ideas” lo induciría a refrescar a sus lectores, quienes, influenciados por los medios, defienden a rajatabla la libertad de que debe gozar incorrectamente el denominado periodismo independiente, e incluso a los que “hablan de la necesidad de asegurar los fueros del periodismo. Yo opino todo lo contrario, lo que hay que asegurar son los fueros de la opinión pública, para que la gente del negocio periodístico no pueda desfigurar la verdad, por lo menos en la información, como se hace sistemáticamente”. Razonamiento sorprendente si los hay. Jamás leí algo parecido por utópico que suene. Sin embargo, qué habría de perseguir el campo nacional y popular si no es la liberación de la Patria.
A menudo, don Arturo se distanciaría del teclado -que manejaba con sus índices- para, en una suerte de confesión, manifestarles a sus receptores: “Esto que estoy diciendo es historia mínima que baja la categoría de los temas; no beneficia al que la escribe, pero no hay otro camino que documentar estas minucias, para ayudar al pueblo a descubrir la verdad entre la mentira engolada y la información falsificada”. Sabido es que teclearía dificultosamente: “así, lo que se sabe por la prensa es mucho menos que lo que no se sabe por su silencio”.
Naturalmente, un tuitero de estas características no se quedaría de brazos cruzados ante el desconcierto de los sectores dirigentes y les espetaría, con cierto grado de fastidio: “hay que actuar en dirigente revolucionario y no en dirigente electoral, porque se trata de la disputa del poder. No podemos incurrir en los errores de los radicales en 1945 y eso le ocurrirá fatalmente al que haga política en función del pasado. Por cuidar los votos, ellos se quedaron parados y cuando se dieron cuenta, los votos se habían ido”, razonamiento que podría linkearse con otro similar dónde expresa: “no importa donde están los votos ahora. Importa dónde estarán para ejecutar un programa. El que esté atento sólo a lo que piensa la gente hoy, se quedará al margen de lo que pensará la gente mañana, y aquí está la clave para saber quién es dirigente o no. Además, lo que piensa la gente no está dicho por lo que proclama en voz alta sino por lo que se dice en voz baja y, aún más, por lo que no se dice y está en el subconsciente”.
“Toda nuestra cultura ha sido, hasta hace poco, el resultado de la transculturación. Aún en el vocabulario se observa ese fenómeno: es el caso de la opción entre derecha e izquierda que no podemos sacarnos de encima. Esa es una opción transculturada. Nacional o antinacional: esa es la cuestión”
Con todo, y a pesar de que se sabe muy citado pero no muy comprendido, arremetería en su “hilo”: “yo me temo que los demasiado futuristas desaprovechen el presente y lo sacrifiquen… El problema del movimiento no es reactualizar el pasado, sino actualizarlo en el presente con las variantes que el presente demanda y son muchas… No será eso lo más bonito teóricamente, pero es lo más práctico…”.
Claro está que indicaría posibles métodos a seguir: «interrogamos al pasado para obtener la respuesta del futuro. No para volver a él en melancólica contemplación o para restaurar formas abolidas, sino para que nos enseñe cuáles son los métodos con que se defrauda el presente, e impedirlo». Con su vasta experiencia, añadiría a los desconcertados dirigentes una cuestión que es clave para reorganizar a las fuerzas dispersas y desorientadas de este momento político tan adverso: “no identifico lo nacional en el peronismo sino a la inversa; el peronismo es nacional, pero lo nacional es más amplio”.
Como buen tuitero, tenía una obsesión. Sencilla pero clara. Enmendar los errores que proponen los autopercibidos progresistas. Para ello, Jauretche proponía un enfoque pragmatista. “Más que construir un pensamiento, construir un método de pensar”, frase que hubiera retuiteado agregando una apostilla que expresara: “El método más correcto a aplicarse es el inductivo, es decir, ir de lo particular a lo general”, para arribar a tesis y antinomias correctamente formuladas. Se debe aclarar en este punto que no solamente los progresistas parten de falacias que no tienen otra conclusión que el error. Ante un público virtual impresionado con un Milei que parafrasea a Trump diciendo que la cuestión ya no pasa por derecha e izquierda, sino por nacionalismo vs globalismo, Jauretche le replicaría al pie del tuit: “Toda nuestra cultura ha sido, hasta hace poco, el resultado de la transculturación. Aún en el vocabulario se observa ese fenómeno: es el caso de la opción entre derecha e izquierda que no podemos sacarnos de encima. Esa es una opción transculturada. Nacional o antinacional: esa es la cuestión”.
En una persona tan pertinaz como Jauretche, Milei y sus adláteres encontrarían un digno oponente en la tarea eterna y cíclica de persuadir a las juventudes. Para muestra, un botón -del teclado naturalmente-: “la juventud tiene su lucha, que es derribar a las oligarquías entregadoras, a los conductores que desorientan y a los intereses extraños que nos explotan”. Sin perder de vista a los que de algún modo están “enquistados” en sus cómodos sillones, enfatizaría que “no es posible quedarse a contemplar el ombligo de ayer y no ver el cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva Argentina a través de los jóvenes. No se lamenten los viejos de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana con los nuevos”. Alertaría al mismo tiempo que el sistema que nos rige posee sus peculiaridades: “esto ocurre aquí y en cualquiera de las llamadas grandes democracias. Mientras en los países totalitarios el pueblo es un esclavo sin voz ni voto, en los ‘democráticos’ es un paralítico con la ilusión de la libertad, al que las pandillas financieras usurpan la voluntad hablando de sus mandatos”.
“La lección más importante de la historia es que la revancha no es bandera: la bandera es la esperanza”
A propósito de las malas compañías, sus penetrantes dichos procurarían advertir sobre los riesgos de aceptar los consejos de ciertos organismos extranjeros: “asesorarse con los técnicos del Fondo Monetario Internacional es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador escrito por el almacenero”, manual que los funcionarios oficialistas siguen al pie de la letra. De ahí que don Arturo, con una sonrisa socarrona, que se reflejaría en la pantalla, acotaría: “nada duradero es producto de la casualidad, y el cipayismo de la política internacional argentina es el hijo cipayo de padres cipayos”. Por ello explicitaría apelando a una pregunta retórica: “¿Por qué acertábamos los ignorantes y se equivocaban los sabios? Esto no es un elogio de la ignorancia, sino simplemente la prueba de que el buen sentido es mejor que la erudición sin sentido”.
En realidad, como no existía ningún tema que le fuera indiferente, con el fin de alcanzar el objetivo colectivo de lograr una Argentina con “soberanía política, independencia económica y justicia social”, banderas que el mileísmo actual se encargó afanosamente de arriar, Jauretche se ocupó de escudriñar en algunas causas de su dependencia, con el firme anhelo de contrarrestarla o, al menos, atemperar sus consecuencias. En tal sentido, una de sus obsesiones se centró en denunciar “la colonización pedagógica”, basada en una sencilla pero mortífera causa: “A la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia, para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar propias soluciones, imposibles mientras no conozca los elementos sobre los que debe operar”.+
“El desarrollo técnico crea una variedad especial de tarado. El tarado con técnica. Que viene a ser técnicamente un supertarado“
El ocultamiento del sometimiento cultural lo fundó en que muchas instituciones -escuela, universidad, medios de comunicación, etc.- cimentaban casi imperceptiblemente la trampa. El brillante tuitero entonces debe haber agudizado su inteligencia imaginando, acaso en un interminable retuit, que ayudara a combatir esta “ignorancia aprendida”. Por eso esparciría en todo el ciberespacio su acendrado optimismo expresando que “la lección más importante de la historia es que la revancha no es bandera: la bandera es la esperanza”, convicción inherente a su personalidad que, aunque bastante temperamental, no por ello era menos propositiva y didáctica.
De este modo ingenioso, edificante, comprometido con la realidad de su país, Jauretche, dirigiéndose a su dispositivo, ya un poco cansado de la mediocridad del mundo político, cuyo primer mandatario habitualmente utiliza groserías para comunicar pobres pensamientos que luego son retuiteados por un batallón de trolls, quienes aún introducen más descalificaciones y fuertes amenazas a sus circunstanciales adversarios, expresaría un poco resignado: “el desarrollo técnico crea una variedad especial de tarado. El tarado con técnica. Que viene a ser técnicamente un supertarado“. Pero con rapidez se repondría y les espetaría a manera de ultimátum: “si Arquímedes dijo ‘dadme un punto de apoyo y moveré el mundo’, podemos decir nosotros: dadnos un punto de coincidencia, por pequeño que sea, y construiremos una patria. Lo demás es hojarasca”.
En suma, para tranquilidad de algunos influencers y hombres de estado antiestado, entre los que se encuentran el Gordo Dan, Santi Caputo, Fran Fijap y el propio Milei, lamentablemente, en esta Argentina profanada, Jauretche pasó a la inmortalidad hace 50 años como lo que sería hoy, un hombre de pensamiento y acción antes que un tuitero desquiciado.
*Escritor, docente e investigador – Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP)
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