Elegir la mejor película del 2020 es una tarea particularmente complicada, y yo mismo no me pongo de acuerdo. Películas como Mank, El juicio a los 7 de Chicago o 5 Bloods estarán claramente en la discusión. Pero si hubo una que generó debate entre los amantes del cine fue la compleja y onírica I’m Thinking of Ending Things de Charlie Kaufman, cuyo nivel excelso dividió al público.
Charlie Kaufman es sin duda uno de los guionistas más magistrales del cine moderno con grandes obras como ¿Conoces a John Malkovich? (1999), Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) o la gran Adaptation (2002). En su obra se pueden ver viajes a la mente humana, visiones sobre los sueños y el tiempo. En este caso el cineasta se sentó en la silla del director para llevar adelante su propia obra.
De este modo, nos encontramos con un film que tira a la basura toda obviedad, ya que los mensajes de la cinta aparecerán estrictamente a través del lenguaje cinematográfico. Esto es inicialmente un acierto el director, ya que hay un gran respeto a su propia obra, y la intención de realizar una obra cinematográfica lo más pura posible. Esto sin dejar de ser efectista a un nivel que recuerda un poco a la obra de David Lynch.
La cinta cuenta la historia de una pareja de jóvenes que van a pasar el día en la casa de los padres Jake (Jesse Plemons). La película nos centra en el personaje de su novia (Jessie Buckley) la cual tiene deseos de terminar su relación con Jake, y como visitar a sus progenitores comienza un largo viaje por la vida, y en especial, por la mente del muchacho.
Es importante destacar que hay una gran labor de Kaufman como director y la gran cantidad de recursos que utiliza para contar la historia. Destaco particularmente la representación de la vida que fue y de lo que pudo ser, la cual se lleva adelante con bailarines de ballet y con una nieve cayendo, como metáfora del tiempo pasado que no ha de volver para el protagonista.
Una buena obra artística es aquella donde su mensaje llega a través de la narrativa, y al ser esta una película ha de llegar a través de las imágenes y planos. El subtexto de la cinta habla sobre los sueños que no se cumplen y que quedan guardados en la mente como salvoconducto a una realidad que nunca pasó, y esos se explicita pero no de una manera obvia o con los personajes diciéndolo en voz alta.
Ahora bien ¿por qué una película que sabe ser tan excelsa ha acumulado tanto rechazo? La respuesta está en una discusión que existe desde que el arte es arte. Las obras complejas se suele pensar que no están hechas para el gran público y que lo masivo muchas veces es simple y mediocre. Ambas posturas son medias verdades.
Si bien es verdad que los productos de consumo masivo tienden a la simplicidad, esto no implica que no puedan poseer complejidad. Películas como El Caballero de la noche (2008) o Logan (2017) son películas de superhéroes del meinstein que pudieron tocar temas complejos y poseer un gran calidad cinematográfica al mismo tiempo.
Del mismo modo que existen cineastas que pareciera que hacen películas para festivales y críticos, y para una casta que puede apreciar obras que más que complejas son sobrecargadas. Todo esto a desmedro de un pueblo de donde vinieron y que indirectamente financia su arte.
En el caso puntual de este film, uno siente que, si bien es compleja, no creo que esto sea con el fin de agradar a la crítica sino que es lo que la historia que se busca contar pide. Hay directores como Ingmar Bergman o Andrei Tarkovsky cuya obra era de un elevado vuelo porque eso era lo que tenían en su cabeza, un cineasta es alguien que cuenta historias y encuentra la mejor manera de hacerlo.
Es una de las películas del año sin dudas y habrá que ver cómo le va en la temporada de premios que de a poco se acerca. Esperemos que Kaufman siga haciendo de las suyas en el futuro, y que sigan existiendo films que nos lleven a la reflexión sobre las razones del arte y como debe ejecutarse. Pero definitivamente mientras se hagan películas como esta en Netflix muchos seguiremos sintiendo que el cine está vivo.